El escritor demuestra en ‘Revolución’ que es un novelista ambicioso que alumbra universos complejos y llenos de matices
Rafael Narbona
Octavio Paz dijo que el mexicano no tiene rostro, sino máscara. Su alma es un recinto hermético e impenetrable. Sospecho que Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) no ha ambientado su última novela en México por azar, sino porque tal vez no hay un país donde el misterio de la vida se manifieste con tanta profundidad y dramatismo, especialmente durante los años de la revolución acaudillada por Pancho Villa y Zapata.
Revolución Arturo Pérez-Reverte Alfaguara, 2022. 459 páginas. 22 €
Pérez-Reverte es un narrador extraordinario. Sus tramas fluyen con agilidad desde la primera página y al finalizar producen la melancolía de una despedida, pues cuesta trabajo separarse de unas historias que seducen y conmueven. Sin embargo, no se conforma con eso. Sus novelas están salpicadas de cavilaciones sobre la condición humana, el sentido de la existencia, los afectos y el devenir histórico. Las reflexiones están tan integradas en el texto que pasan desapercibidas, lo cual es una virtud, pues no estorban al relato y eluden lo discursivo y moralizante.
Esta forma de proceder ha provocado que algunos críticos hayan rebajado sus libros a mero entretenimiento, pero yo creo que Pérez-Reverte –como demuestra Revolución, quizás una de sus mejores novelas– no es un mero urdidor de fábulas, sino un novelista ambicioso que alumbra universos complejos y llenos de matices.
Revolución narra las peripecias de Martín Garret, un joven ingeniero español que se incorpora al ejército de Pancho Villa de forma casual, pero que poco a poco se enamora del pueblo mexicano, fascinado por sus grandes cualidades: dignidad, coraje, estoicismo, fatalismo. Simpatiza con la revolución, pero sobre todo establece hondos lazos de afecto con los hombres y mujeres que luchan contra los abusos y la pobreza. Su amistad con el mayor Genovevo Garza, un campesino analfabeto, es algo más que camaradería. Garza le enseñará a convivir con la muerte, a sufrir sin quejarse, a luchar sin miedo, a no rebelarse contra el orden natural de las cosas.
La relación con Pancho Villa completará este aprendizaje, revelándole la extraña geometría del cosmos, donde vivir y morir son eventos complementarios que alimentan el flujo del tiempo. Los mexicanos, con su mezcla de crueldad y ternura, comprenden que la belleza y lo terrible se alimentan mutuamente, tejiendo la urdimbre de la vida.
Introducir a un personaje histórico en una novela siempre implica riesgos, pues se puede caer en el estereotipo o la caricatura, pero el Pancho Villa de Revolución resulta convincente y humano. Aunque puede ser feroz y despiadado, no es un bandolero sin escrúpulos. Su objetivo es acabar con la miseria y la injusticia, pero sabe que no podrá conseguirlo sin violencia. No es insensible. Cuando uno de sus más estrechos colaboradores le traiciona, lo envía al paredón, pero se marcha para no presenciar su muerte. Odia a los españoles, pero aprecia a Martín, pues pelea “a lo macho”, sin arrugarse ante el peligro. Las figuras periféricas –los hermanos Madero, Huerta, Carranza– a veces solo son pinceladas, pero nunca parecen falsas o impostadas.
‘Revolución’ es una explosión de vida: batallas épicas, gestas individuales, lealtades ejemplares. Una gran novela
Pérez-Reverte utiliza un botín de quince mil monedas de oro como McGuffin, dosificando su aparición con inteligencia. No es solo un artificio que mantiene el suspense, sino un recurso que esclarece el temperamento de los personajes. Martín Garret nunca muestra preocupación por ese tesoro. Solo quiere explorar, comprender, elegir libremente su camino. Eso sí, nunca ha ignorado que el azar es un poderosa fuerza imposible de controlar. La cita de Joseph Conrad que precede a la novela traza muy bien su perfil psicológico: es el hombre que se adentra en un “desierto sin senderos” y al que se da por perdido, pero que siempre reaparece, transformado y más sabio. O, si se prefiere, un heredero de esos soldados griegos que sudaban bajo el bronce, intentando orientarse en un territorio enemigo.
Los personajes femeninos son uno de los aspectos más atractivos de Revolución. Diana Palmer es una endurecida periodista norteamericana que desea ser los ojos de los que no pueden presenciar los hechos. Yunuen Laredo pertenece a una buena familia y no se deja obnubilar por el romanticismo. No es una niña boba, sino una jovencita que anhela preservar sus privilegios. Malclovia Ángeles acompaña a las tropas revolucionarias como “soldadera” o “adelita”. Es la “hembra” del mayor Garza. Silenciosa, brava, sufrida, acepta con serenidad lo que el destino le reserve. Ama sin alardes, llora sin lágrimas, habla sin palabras. Vive al día, no trafica con la esperanza.
Pérez-Reverte no es optimista. Piensa que la guerra es el mejor reflejo de la “perversa geometría cósmica”. El ser humano vive bajo “la bóveda fría de un cielo sin dioses”. A pesar de esta conclusión tan sombría, Revolución es una explosión de vida: batallas épicas, gestas individuales, lealtades ejemplares, pasiones que flirtean con lo imposible. Una gran novela que evoca los westerns crepusculares de Sam Peckinpah y Robert Aldrich, con sus personajes trágicos y vencidos, pero dignos y valientes. ¿Es Martín Garret Pérez-Reverte? Sin duda, como Flaubert es Madame Bovary.
Aunque su escritura prolífica augura nuevas novelas, hay algo de despedida en esta obra. La escena final de Martín Garret en el Hotel Palace de Madrid nos muestra a un hombre que ha vivido intensamente y no se arrepiente de nada. Que ha bailado con la muerte y ha aprendido a valorar el instante. Que ha descubierto que la fragilidad de la existencia solo acentúa la belleza de las cosas. Que celebra haber pasado por el mundo, dejando huella. La buena literatura siempre es autobiografía y Revolución no se desvía de ese rumbo.