Santos Domínguez Ramos
“Porque si recordamos para quedarnos y creamos cuando empezamos a olvidar, escribimos como una forma de fijar lo que no podemos detener”, escribe Rosa Lentini en ‘El fulgor de la palabra’, uno de los diecisiete espléndidos textos que componen Montblanc en sombra y piedra, que publica Olé Libros.
Dedicados “a los que se fueron y a los que siguen allí”, entre la sombra de las pérdidas y la piedra perenne, entre el atardecer frío que abre el libro y el amanecer en la ciudad amurallada que lo cierra, hay en esos diecisiete capítulos diecisiete estaciones de un itinerario personal, de una mirada interior que tiene el tiempo como centro, y la memoria, el olvido y las pérdidas como ejes de una reflexión y una búsqueda levantadas desde el difícil y sostenido equilibrio de sutileza y densidad, de hondura reflexiva e intensidad emocional, de cuidado estilístico y depuración sentimental:
“No solo el cuerpo engendra, también la palabra.
Cantar es descender, adentrarse en lo más incierto y desconocido en busca de aquello que complementa la pérdida.”
Es muy significativo que el objeto de esa reflexión y el espejo de esa mirada sea Montblanc, un lugar fuera del tiempo y del espacio, encerrado en una muralla que lo aísla del exterior. Y por eso mismo, un micromundo comunitario capaz de representar un ámbito humano interior, extemporáneo y universal, alejado del pintoresquismo superficial de la mirada del turista.
Y así la mirada interior convierte lo exterior (el olor y el paisaje, el sonido y la piedra, el viento, el cementerio o la lluvia) en reflejo del interior, en su proyección más profunda y depurada:
“El tiempo precisa de detalles y, aunque miremos como las ciudades crecen durante siglos en su hechizo, en las fachadas inmutables se produce un salto evolutivo que se interrumpe dejando los suspendidos en medio es uno…
Y solo mucho tiempo después podemos descubrir en esa imagen congelada, el tiene su en que se han convertido aquellos que éramos cuando llegamos.”
‘Todo paisaje es una futura pérdida’, titula Rosa Lentini con anticipada voluntad elegíaca su Nota inicial, en la que termina afirmando que Montblanc en sombra y piedra es “la expresión de un amor en igual medida que la verificación de una pérdida; los sueños y los sentimientos de los habitantes de Montblanc, su memoria y, en fin, la huella de su breve paso por el mundo real y el mundo de la autora, por la vida en general, que se transmuta en algo indefinible, casi imponderable, y que en última instancia no tendrá más justificación que la propia palabra poética…”
Los diez años de escritura de Montblanc en sombra y piedra resumen otros treinta años de habitación de la autora en ese lugar que, como todos los que verdaderamente importan, es un lugar del corazón, de la luz y de la memoria.
Este es su magnífico final:
“Pero mira a los que amanecen en los días inflexibles de una ciudad amurallada y que acaban apoyando en la separación sus corazones…
…ángeles de piedra que están solos, ángeles que se mueven mejor por su atlas cuando la nieve cae en su mundo silencioso.
Recuerda lo que te dije al principio: quien despierta sabe que el ojo nunca es inocente.
Y porque la memoria siempre intercede
mira otra vez ese río, mira esas calles, esa luz…