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Microrrelatos – Colección de literatura breve CLVII

La cigarra y la hormiga

Rodolfo Lobo Molas – Argentina

La hormiga se preparaba para enfrentar el invierno. El gato subió por el tronco del árbol, pasó a la hormiga que iba con su carga y cuando estuvo a punto de comerse a la cigarra, ésta le dijo: –no nos dejes sin fábula.

Parquedad

Karla I. Herrera – Honduras

En plena entrevista fue cuestionado acerca de la conceptualización del microrrelato. De modo que sostuvo sin dilatar y sin menoscabo alguno: <<es la enormidad de lo ínfimo, el fulgor del claroscuro, en esencia, la ranura del témpano>>. Por su parte, el reportero, medio perplejo, trató de entender aquella fórmula abreviada.

Pensaré en Lebu

Felicidad Batista – España

Las palabras se derrumbaron. Cayeron con estrépito sobre el silencio y sólo quedó una niebla grisácea y turbia. Se alejó sorteando las mesas de la cafetería, como el minero que abandona el pozo y sube al vagón que lo conducirá al sol. Me repasé el carmín de los labios para borrar viejas huellas, vestigios de besos olvidados. Elevé un muro con los terrones de azúcar, entre su taza vacía y mi café frío. Orienté la mirada de radar hacia la puerta, por si en el último instante la luz cegadora lo obligaba a regresar. Pero la lluvia caía al otro lado de las vidrieras. Acaricié la piel del libro, leí lugar de nacimiento, Lebu, bajo la foto del poeta Gonzalo Rojas, y me refugié entre sus páginas. Sabía que ya sólo lo encontraría en las galerías excavadas de sus versos.

Hiróscopo inverosímil

Luis Ignacio Muñoz – Colombia

Era un tiempo de los más extraños que había vivido hasta entonces, pensaba en un café, mientras la vida pende de una espera y unas promesas que van casi de la mano del azar. Finalizaba el año con su diciembre lleno de luces y música de otros tiempos que solo traían cierta nostalgia por lo irrecuperable: los que se habían ido para siempre. La nueva rutina de la ciudad y el presente incierto, con menos augurios que se diluían en la pirotecnia de los que apenas querían y acababan de olvidar. Algo le susurraba en el oído que no se podía esperar nada en el sol de cada mañana.

El sueño de las lagartijas

Rubén García García – México

Por la noche soñaron las lagartijas con un cinturón magenta, que resaltaría el verde untado de las piernas. Después de cargar sus pilas al sol, colgaron en su cuello argollas de buena suerte.

Se fueron hacía el desfiladero sacando sus lenguas de chicote. Cruzaron la arena, los cactus, y en las partes bajas del río muerto se quedaron quietas.

El cielo parecía una panza enlodada de cerdo. El día se hizo pardo y los truenos corrían de un lado a otro. El agua llegó ruidosa hinchando las rocas del desierto. El río muerto se levantó como si fuese un Lázaro adolescente y con él millones de moscas zumbaban sobre las espumas del río.

Las lagartijas con sus aros de la buena suerte comieron hasta el hartazgo ante las asombradas dunas. Bailaron y bailaron sobre las burbujas del río cuando noches atrás soñaban con un cinturón magenta que resaltaría sobre el verde untado de las piernas.

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