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Jarkov a ritmo de catira

He leído libros desde muy joven pero no tengo idea de lo que es la guerra. En la emigración ocurrieron cuatro de ellas en los Estados Unidos, lejanas. No sé lo que causa en la mente de los que viven en medio de la tragedia. Puedo usar razón, empatía, filosofar acerca de lo que desconozco. He pasado el día entre dos libros disímiles: Lady Macbeth de Mtsensk, de Nikolai S. Leskov, planos de violencia y pesadillas con trazos expresionistas de amor. Por el otro, la placidez de Iván Turgueniev en Aguas primaverales. Verde campiña rusa. Y de sangre bermellón. Vaivén. Péndulo.

Gastão Formenti, artista italobrasilero nacido en Guaratinguetá en 1894, canta De Papo Pro Ar, hermoso cateretê de mucho ritmo que después interpretó el gran Ney Matogrosso. Luego escucho Zíngara. A Formenti lo conocí en una fabulosa compilación como lo eran todas las de Frémeaux & Associés, discos compactos seleccionados. Ese ejemplar doble tuvo su historia de pasión y abandono como tanto mío. Veré si un día puedo conseguirlo de nuevo. Me educo en cuanto a la mixta, mestiza, caipira danza del cateretê, también llamada catira, de los confines del continente de Brasil, a decir Mato Grosso, Goiás, Paraná, Minas Gerais, Espírito Santo, Mato Grosso do Sul, Tocantins y principalmente São Paulo, según reza la enciclopedia virtual.

Ney Matogrosso encabeza una lista de discos y canciones que voy preparando para mi sobrina nieta. Incluye la música perdida de los judíos de Transilvania, por el grupo húngaro Muzsikás, el complejo klezmer Chernobyl y a Karsten Troyke y la belleza de la lengua yiddish. Así como Colombia, Montilla, las noches del Paraguay, merengue apambichao, Ada Falcón…

Los rusos atacan la región de Kharkiv en motocicletas. Van dos montados; la cruz de la muerte los enfoca con cuidado. Alocado polvo de imbecilidad. Mientras tanto, el palacio del zar putino, cerca de Sochi, llena sus paredes de épica imperial, desde el mítico Nevski y germanos hundidos en lagos de hielo hasta otras fervientes escenas de supuesto imbatible poder. Borodino. Vi, en el 2018, por última vez en mi tiempo, la estatua de Catalina, reina y amante. Primero la rodearon de bolsas de arena para que las bombas que caían sobre Odesa no la dañasen. Después, la ira ucrania la removió del lugar, a ella y a sus corifeos sexuales. Irá un día, supongo, a un museo, pero dudo que se la muestre en parques públicos. Rusia ha muerto para siempre en tierras donde todavía se habla su lengua. Asesinó a su propia gente. A pesar del dolor, nada hizo tanto por la identidad de Ucrania que este pervertido. Mal le cabrá la corona en la testa sanguinolenta que arrojarán a los perros. Ni el manto de armiño.

La sombra de Iván Mazepa busca entre los caídos a sus aliados suecos. Finlandia prepara otra guerra de invierno, Polonia mira con nostalgia la gran extensión que pertenecía a la república, confederada con Lituania, llegando a un tramo de Moscú. Eso sin pensar en el sur, en el Cáucaso que solo aguarda para devorar sus desechos, en Yakutia, república de Sajá. En Tartaria y Bashkiria. Se arremolinan en torno a la historia futuros que cuentan de antiguo pasado. Ya China distribuye mapas en donde recobran Manchuria y donde se renombra a Vladivostok Hǎishēnwǎi, que significa “acantilados del pepino de mar”, esa espantosa delicadeza oriental que se vende en todo lado. Las bellas rusas de Khabarovsk, sobre el río Amur, habitan las postrimerías del delirio de su raza. Gigantescas ciudades chinas van rodeándola. Siberia, después de siglos, parece que va a cambiar de partido.

La mira ha sido fijada y los motoqueros guerristas arden vivos o duermen la gloria de un agujero en el cráneo. A ellos les siguen carros de golf que vienen de Beijing que igual terminan calcinados. Se supone que las motos tienen el mismo origen, ahora que el zar, bastante pequeño al lado de su amo Xi, ha decidido venderse a precio de meretriz enana, lejos, muy lejos, de Pedro I Romanov.

Motocross hacia el infierno. Festejaremos pronto en las calles, con combos a destrozar adustos rostros en piedra de la maltrecha y embaucadora nación de los soviets, esa que sigue enviando mujiks al matadero mientras los señores navegan el Mediterráneo. Habrá lugar, ojalá, para su emblemática furia. Traspasar el castigo de su mísera ignorancia a los nuevos boyardos y extinguirlos hasta allí donde alcance. Sabemos que la historia se reacomoda y que los patrones resurgen y se entronizan vez tras vez, pero existe el intervalo del sacrificio, en toda circunstancia y lugar, y en él hay que colocar en pira funeraria a la aristocracia comunista, oligarca, fascista y quién sabe qué otras denominaciones sirvan para esta organización criminal. No les sirvió el ejemplo de Qadafi. Pues a reanimarlo. Que al pelele ruso lo paseen encima de un palo, digno de martirologio medieval, a cuanto más sangriento, mejor.

La catira se mueve entre golpes de manos y pies, rítmicamente. A diferencia de Francis Ford Coppola que reflexionaba sobre Wagner con napalm, sugiero para Ucrania el festivo trópico y la catira es buena elección. Cierto que caen bombas planeadoras (glide bombs) en las calles de la magnífica ciudad de Jarkov. Tiene que llegar el momento, imprescindible, en que haya fuegos contrarios, desde Sumy y Jarkov hacia oriente en una suerte de talión justificado. Horas de fanfarria y alegría bien merecidas. Paradójico rezar que el dolor conlleva música, tenebrosa y terrible afirmación. Dios no ha muerto hoy, falleció ha mucho, ahora se crucifica la razón. Quien no actúe dentro de esta locura homicida verá cadáveres alrededor. Hay cierta posibilidad de que con la derrota moscovita se frene en algo el ya marcado destino que devorará Europa y el planeta. Veremos. Lo cierto es que al fin las Escrituras parecen haber dado con la antítesis del profeta. Nunca creí que llegara a ser tan prosaico como un pequeño burócrata del servicio secreto. Se preparan apocalipsis. China contra la India, ésta en guerra con Pakistán; el sureste de Asia enfrentado al imperio han, apoyados en Japón y Corea del Sur. Bastante memoria de guerra tiene para recordar Vietnam respecto a su poderoso vecino. Balcanes insomnes. El final, de larga espera, del auto de fe del norcoreano orate. Chillará el gordinflón, vivas llamas con sebo derretido. Pese a quien pese esta retórica de medioevo es ahí en donde estamos. Falsamente se creyó que el mundo había cambiado. Estamos a pasos de ser dirigidos, desde la presidencia de Estados Unidos, por un hediondo violador de cagados pantalones, adicto a la cocaína. Jaurías aguardan dispuestas a sacrílega antropofagia, mercenarios africanos estupran soldados rusos del mismo bando que ellos en los campos de Ucrania. No más, hermosa Nathalie, les plaines d’Ukraine; no más les Champs-Élysées, se acabó la rebelión del jolgorio, se ha proscrito la ilusión. Es posible que con firmeza, alarguemos unas décadas la agonía, pero ello pasa por el desmembramiento, literal, del tirano de Moscú. Si no, se acabó Suiza, se incendiará hasta el pacífico Liechtenstein, y los hindúes de Londres harán de su bailable bhangra rito mortuorio. Estamos a tiempo, los sobrinos nietos merecen todavía leer a Severo Sarduy y escuchar a los Latin Crooners como Gastão Formenti. A Ernesto Lecuona y su bella Siboney.

Música, música para Jarkov, alegre y desmesurada, que la venganza asoma con luces de neón.

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