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Epicuro en Santa Cruz

Uno de los filósofos más interesantes del periodo helénico fue Epicuro. Materialista, defensor del placer como principio y fin de la felicidad. Tristemente, solo han llegado hasta nuestros días fragmentos de su obra y citas puntuales de su pensamiento recopiladas por doxógrafos posteriores. Nacido el 341 a.C. en la Isla de Samos y fallecido en Atenas el 270 a.C., Epicuro vivió durante la descomposición de la ciudad-Estado (polis) griega, presenció el colapso de la forma político estatal fundamental del mundo antiguo en occidente, ocasionado por la expansión del Imperio macedonio y luego por la consolidación del Imperio romano. Por eso, sus ideas, como todas las filosofías del periodo helénico, tienen rasgos terapéuticos, de consolación frente al derrumbamiento del mundo conocido, un pensamiento sistematizado para tratar la angustia ante la desaparición de viejas costumbres, antiguas certezas y formas de gobierno.

Epicuro creía que la religión, la ignorancia y la praxis política perturbaban la vida tranquila, causaban dolor, conducían a la infelicidad, razón por la cual debían ser evitadas por todo ciudadano reflexivo. En cambio, valoraba la amistad como otro de los elementos configuradores de la felicidad, así como el ejercicio de la filosofía en tanto placer intelectual necesario para desentrañar los misterios de la naturaleza y así vencer supersticiones irracionales, fuentes de miedo y sufrimiento. Para ello, fundó el jardín, espacio de estudio donde hombres, mujeres y esclavos se reunían para dialogar y estudiar sin la mediación de grandes jerarquías sociales propias de otros espacios menos democráticos como la académica platónica o el liceo aristotélico. Por un momento imaginemos a Epicuro lejos del jardín helénico y trasladémosle a la Santa Cruz del siglo XXI en la Bolivia Plurinacional ¿Qué diría el viejo maestro de nuestra triste situación, parecida al periodo de desaparición de la polis griega que le tocó vivir?

Ni siquiera los carnavales pudieron aplacar los ánimos de confrontación producidos por la polarización política en la capital cruceña. Suspender los festejos como señal de rechazo a la detención del gobernador Luís Fernando Camacho o hacer una pausa en los desgastados ánimos de protesta para celebrar “la fiesta grande los cruceños”, fue el debate instaurado durante las semanas previas a los feriados.  Por un lado, los seguidores del gobernador y la militancia de Creemos, en una actitud autoritaria similar a las que suele ejecutar el MAS, intentaron sabotear el calendario carnavaleo, por el otro, en una demostración de pragmatismo económico, estuvieron quienes defendieron la naturaleza de la fiesta como espacio de encuentro, dinámica comercial y respiro al ciudadano de a pie ante la rutina moderna, pero también, considerando el largo desgaste que afectó a Santa Cruz desde la coyuntura del censo, marcada por paros y enfrentamientos callejeros recurrentes desde finales de 2022.

Epicuro rechazaría nuestra pasión religiosa, quizá se sentiría confundido por la extravagancia de los carnavales modernos y escandalizado por los excesos que suelen caracterizarlos. Aunque partidario del placer, Epicuro no era un hedonista, consideraba que los excesos en la comida, la bebida y el sexo producían a la larga más dolor que placer, por tanto, debían ser evitados en lo posible. La lucha política también enojaría al maestro de Samos, probablemente, al contemplar la violencia de los enfrentamientos entre ciudadanos de uno u otro bando, el alto costo social de las luchas por el poder y al conocer los antecedentes de una casi guerra civil durante octubre y noviembre de 2019, ratificaría su rechazo a la política. Actividad perniciosa, dirigida por hombres corruptos, fuente de perturbación para ciudadanos de bien, escollo para alcanzar la felicidad. Aconsejaría abandonar cualquier tipo de actividad pública, sugeriría concentrar nuestros esfuerzos en el estudio de la filosofía para no caer en el juego destructivo de camachistas y masistas.

Sin embargo, el anciano maestro nos recordaría su concepto de justicia y haría una excepción a su regla de escapar del mundo político decadente. Epicuro consideraba la justicia como un contrato/pacto, base social que permite la convivencia y cuyo respeto previene a los ciudadanos de hacerse daño. “No perjudicar ni ser perjudicado”, era unas sus máximas más importantes. La imperturbabilidad se conseguía alcanzando la felicidad vía el placer (intelectual más que corporal), pero ese objetivo solo podía ser concretizado haciendo respetar el pacto de convivencia entre ciudadanos. Cuando ese contrato es vulnerado, cuando se eliminan las condiciones mínimas de vida social, la actividad política era excepcionalmente permitida. La política se convertía en un acto de defensa de la comunidad, destinado a restaurar y garantizar su subsistencia. Epicuro recomendaría resistir cualquier vulneración a los principios de justicia. Ni fiestas, festejos o momentos de descanso podían diluir la responsabilidad respecto a los fundamentos básicos de la convivencia social. Pero arribar a esa resolución, peligrosa pero necesaria, debía ser el producto cuidadosamente razonado de todo ciudadano, no podía ser una imposición. ¿No es esa una reflexión útil en nuestro tiempo? Seguir luchando o claudicar en la lucha, no debería ser el producto de la influencia de los grandes medios ni de grupos de choque, sino de nosotros, de los cruceños y de todo boliviano.

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