El largo feriado bailable no ha aliviado, ni un poco la crispación política, ni el nerviosismo oficial sobre los baches e incertidumbres que atraviesa y se ciernen sobre la economía del país. Tal fragilidad de ánimo se debe a que la imagen, justificación y sentido existencial de este gobierno depende de la inamovilidad del precio local del dólar y la estabilidad financiera, en un grado mayor que el de sus predecesores y engendradores, de manera que cualquier señal que perturbe esas aguas convoca a los más terroríficos demonios de su imaginario.
Se entiende perfectamente como nos encontramos en este ese punto, viendo como sus esfuerzos principales y el tronco de su discurso justificativo y su derrochadora propaganda gira obsesivamente en torno a estos ejes, consiguiendo que impregnen a toda la sociedad. El temor de retrotraernos a los tiempos del descontrol e incertidumbre de los años 80 del siglo anterior, late vigoroso bajo la piel nacional, pese al tiempo transcurrido y el cambio de los principales agentes y representantes políticos
De allí que, la combinación de ataques entre las dos fracciones masistas, empeñadas en imponer a sus candidatos, Arce o Morales, con las novedades sobre el persistente retroceso de las reservas de divisas del Banco Central resulte la peor mezcla posible para sosegar el ánimo y la susceptibilidad pública, ya exasperados con el permanente desgrane de juicios y persecuciones contra opositores y disidentes, como el malogrado dirigente de ADEPCOCA que ha recibido un tratamiento que recuerda inevitablemente el maltrato y las torturas que causaron la muerte de Marco Antonio Aramayo, ex director del Fondo Campesino (FONDIOC).
El temor colectivo de que la multiplicación de episodios violentos como los de Santa Cruz por disputa de tierras, en medio de un clima de escalada de los enfrentamientos internos del MAS, termine por desquiciar la accidentada gestión administrativa, incluyendo la económica, se agudiza cuando el Ejecutivo se ve obligado a rogar a sus parlamentarios -los de la facción de Morales Ayma- que voten en favor de su proyecto de ley del oro o autoricen la contratación de más de 700 millones de dólares de deuda externa, ambos indispensables para frenar la caída de reservas.
Es probable que, después de hacerles sentir al presidente y sus ministros el sabor de la angustia, sus díscolos hermanos masistas terminen por votar a favor de los proyectos del Ejecutivo. Aun así, lo que se está acumulando es la exhibición de la fragilidad que enfrenta el Ejecutivo al haber perdido el control de su mayoría parlamentaria y, con ello, no poder garantizar rapidez de respuesta ante las complicaciones económicas. Como, al mismo tiempo, se siente obligado a ceder al chantaje ideológico de la fracción controlada por Morales Ayma, en el sentido de que cualquier acuerdo con la oposición parlamentaria sería muestra de traición y concesión a “la derecha”, termina encerrado en una posición que puede reducirlo a la impotencia.
Claro que no es fácil zafarse de este cepo, construido sobre el acuerdo de los dos grupos masistas de insistir en que su partido habría sido víctima de un golpe en 2019. Mientras sobreviva ese pacto, se mantendrá la tónica represiva y el Gobierno seguirá obligado a pagar la lealtad de los grupos que asaltan tierras o de fiscales y jueces para delinquir, a cambio de su favorabilidad en los procesos montados por el Ejecutivo.
Ese es el camino impulsado por el cuarteto de ministros (de Gobierno, Justicia, vocería y Obras públicas) que son los “operadores” políticos presidenciales. Esa ruta estratégica para promover al presidente como candidato para unas próximas elecciones, acumula descontentos, críticos y enemigos, no solamente entre sus rivales conocidos, sino entre grupos sociales cada vez mayores que se sienten perjudicados por iniciativas ministeriales y el estilo prepotente y de imposición que aplican a todos los que no son dirigentes de organizaciones sociales aliadas.
Una vez que la beligerancia entre masistas se ha extendido hasta tocar las familias de sus máximos dirigentes, la volatilidad política se presta a que cualquier susto que afecte el cambio fijo de nuestra moneda, el control de la inflación o cualquier otro símbolo inscrito en el imaginario público de estabilidad económica, genere efectos políticos desmesurados. Así, lo que, en otras circunstancias, sería un resfriado, la mirada corta y estrecha de la conducción política, lo transforma en bronconeumonía.