Irma Verolín
Lejos de las ciudades
Me ponía unas botas negras de goma
para ir a descolgar la ropa en el patio de tierra.
Le tenía más miedo a las víboras
que a la sombra de nuestros corazones.
Una línea hecha de tiempo
nos separaba de las opulentas ciudades.
Vivíamos en la orilla del monte
ajenos al mundo, medio desnudos
llenos de un hambre que no se quitaba con nada.
Todo fue quehacer y trajinar.
Primero nuestra ropa sofocada entre las aguas del Arroyo Liso
y después
enfrentarse al asedio de las yararás en el patio del fondo.
El pesado balde de metal rozaba el borde de mis botas
cuando él me miraba con esos ojos azules desde la cocina
mientras yo me estiraba hacia la soga
anclada en mis oscuras botas. Me estiraba
largamente
hacia el calor de nuestras sábanas
y sabía que él estaba mirándome
El paisaje me abrasaba,
la tarde
el trópico
la caída del día
y la luz atravesaban la claridad de las sábanas
para estrellarse en la punta de mis botas negras
hasta desaparecer, él
desde la cocina
me seguía mirando: sus ojos azules
ahogados
en el cuadradito amarillo de la ventana.