Nilda Gabriela Huanca Quispe
Otro día más que recuerdo la muerte de mi madre y hermana.
Escuché sonidos de campanas, mientras dormía. Al abrir mis ojos, Rosalía, la sirvienta, traía mi desayuno. Terminando de comer, me fui a bañar, me vestí y peiné.
-Señorita, Lucifer, baje, mire lo que pasó – dijo Rosalía.
Cuando bajé, en la televisión se transmitía la noticia de un virus que estaba causando muchas muertes. Pero mi madre y hermana no le tomaron importancia.
Después de dos meses, me di cuenta que ya no era igual. Mi madre ya no me prestaba atención y mi hermana era más insoportable. Al día siguiente, mi mamá enfermó, tenía fiebre, tos y dolor de cabeza. No sabía qué hacer. Los días pasaban y tuvieron que internarla. Todos los días iba a visitarla y cuidarla.
-¿Tu hermana dónde está? – me preguntó mi madre.
-Ah, creo que está estudiando – le mentí para que no sufra.
Cuando llegué, mi hermana estaba tumbada en el suelo, ebria y desnuda. La levanté y llamé a urgencias. Cuando estuve en el hospital, el doctor me dio la peor noticia. Mi hermana había sido violada. Me llené de rabia y lo primero que hice al llegar a casa, fue botar a los sirvientes a la calle, como perros. Esa tarde lloré, grité y rompí las cosas. Mi madre en el hospital con COVID- 19, mi hermana ultrajada, todo eso me destruía el corazón.
Aquella vez, mientras cuidaba a mi madre, ella se desesperó al no tener noticias de mi hermana. No tuve otra opción que decirle la verdad. En ese instante, mi madre entró en stock y la sedaron. Vencida por el cansancio, me dormí. Cuando desperté, lo primero que escuché fueron gritos. Me levanté. Vi el pasillo lleno de enfermos, algunos agonizaban por el COVID-19. No sabía qué hacer.
Cuando entré al cuarto de mi madre, la vi junto a mi hermana, llorando. Mi hermana se acercó y me miró fijamente y con la mirada llena de odio. Me dio un vaso con agua. Mientras lo tomaba veía que mi madre derramó una lágrima, quise ir pero mi hermana lo evitó. En ese instante, empecé a ver todo borroso y me desvanecí, mientras mi hermana me decía al oído:
-Sabes, te odio a ti y a mi madre. Nunca me prestaron atención. ¡¿Porqué?! Porque tú impedías eso. Ese día que me encontraste en el suelo, sentí que mi vida era una miseria. Además, después descubrí que la persona que me había hecho eso, era tu amigo.
Al despertar, me encontré en un cuarto blanco y sujetada con una camisa de fuerza. En la habitación estaba una señorita, viéndome fijamente y anotando algo en su cuaderno. Pasé horas pensando. Cuando recuerdo eso, me da mucha risa. Siempre traté de aparentar ser una persona normal, pero no pude. Desde ese día, todas las noches pienso en cómo las personas lloran a sus muertos, sabiendo que jamás regresarán.
Otro día más que recuerdo la muerte de mi madre y hermana.