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El dolor de vivir de Michel Houellebecq

Maurizio Bagatin

Ya siempre, como seguramente hubiera comentado Heidegger, el moderno tardío no permitió a Florent-Claude Labrouste, de profesión agrónomo, ser como Mattia Pascal. La época no es la de Pirandello, la de Proust o de Thomas Mann y el psicoanálisis no es lo de Lacan. El dolor de vivir, tampoco, es lo de Montale.

Serotonina son todos los años vividos desde entonces, es la vieja Europa en una decadencia en su estado puro, en el lenguaje de un dandi romántico que desnuda el mundo irracional en el cual vivimos -Pavese luchó contra todo eso antes de terminar con su vida- y denuncia toda su violencia, a sus referentes.

El espíritu de nuestro tiempo está encerrado en los enzimas que han resistido a la segunda guerra mundial, la química intervino… Tyron Haynes viendo los efectos de la atrazina en las ranas, las vacas locas, las SARS… y luego en Albert Camus: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”. El espíritu de nuestro tiempo vive en nuestros quinces minutos de endorfinas diarias.

Se puede siempre seguir fumando y destruir los detectores de humos en los hoteles, emborracharse con un amigo hasta perder la memoria, amarrar a un poste nuestro nihilismo… el mundo exterior era duro, implacable con los débiles, no cumplía nunca sus promesas, y el amor seguía siendo lo único en que todavía se podía, quizá, tener fe… esperar más allá de todas esperanzas; no hay el Sena como en un final de Miller o de Céline, pero hay un flâneur en guantes rosados que nos acompaña para rebelarnos, tocarnos y amarnos. Vivir la realidad.

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