Carlos Crespo Flores
Principios de los 80’s, la UDP está en el gobierno, ideologías revolucionarias en alza en un país que se destruye con la hiperinflación y la incompetencia gubernamental. La juventud, en incertidumbre y en búsqueda de sensaciones. Como hoy. Es en ese contexto que se ubica la novela Muerta ciudad viva, del escritor cochabambino Claudio Ferrufino. De entrada, esta es una razón para leer la seductora novela: nos conecta con la Cochabamba de hoy, el país de hoy; sus continuidades y transformaciones, como ciudad y país. La racialización de nuestras relaciones sociales, la servidumbre voluntaria, la ideología del resentimiento, el Estado corrupto, aparecen en toda su violencia descarnada.
Muerta ciudad viva es la historia de un joven universitario de clase media (y sus amigos), durante los primeros años de los 80’s en la ciudad de Cochabamba (en pleno proceso UDP y su régimen “revolucionario”), sus intensos (des)amores y excesos etílicos, que lo llevan a una caída hacia las oscuridades de la marginalidad alcohólica.
En ese trajín, el protagonista nos guía, con pasión y humor, por la ciudad y valle cochabambino, sus paisajes, naturales y construidos; la fisiografía y flora valluna. Las escenas eróticas, alcohólicas, festivas, aún las violentas, tienen el fondo del “mágico encanto” de la “hermosa tierra valluna”. Advierte, o está consciente, sobre detalles de la forma, organización y transformaciones del espacio urbano, incluyendo la destrucción ecológica y memoria de la ciudad, así como la emergente segregación espacial de la zona sur a partir de los 80’s.
¿Qué significa ser cochabambino? Leyendo la novela encontramos algunos tejidos para la respuesta. No es solo la sensibilidad con el entorno ambiental y construido, lo que leemos en los sentidos del héroe de la novela, sino también con la cultura valluna, urbana y rural, popular y de la élite. Por ello, cada historia de la novela es un recorrido por la ciudad de Cochabamba durante este periodo “democrático y popular”, y apreciarla demanda los cinco sentidos: olores, lugares (sendas, bordes, nodos, hitos, barrios y distritos), la Cancha y sus chicherías, la variada y multicolor gastronomía local, los cochabambinismos en el lenguaje, los juicios y prejuicios, ritos, usos y costumbres, durante este periodo. A pesar de su universalidad, en Muerta ciudad viva, Claudio nos habla desde su “ser” valluno.
Finalmente, la novela permite inscribir a Claudio dentro una honorable tradición intelectual local, de pinceladas más bien individualistas y autónomas, libertarias y naturalistas/ecologistas, de las cuales son parte Man Césped, Adela Zamudio, Cesáreo Capriles, Jorge Zabala, Juan Cristóbal Mac Lean, entre otros. Este carácter, sin duda, se halla conectado con la cuenta larga bioregional de mestizaje e individualismo en el valle de Cochabamba.