El expresidente y actual jefe de campaña del MAS, Evo Morales, ha dicho que los medios de comunicación son sus “enemigos número uno”. ¿Por qué? Él dice que porque son cómplices del “golpe de Estado”. ¿Qué golpe? El que dice que provocó su salida del gobierno el año pasado y que dio paso a la asunción de Jeanine Añez.
No es la primera vez que Morales afirma públicamente algo así; hay que reconocer que en esto ha sido consecuente: su tirria hacia la prensa no se le ha quitado ni siquiera huyendo del país, pues la mantuvo aun cuando se puso a mirarla desde lejos. En realidad, morigeremos, él ha sido más o menos consecuente.
Revisando objetivamente declaraciones tales como aquella de diciembre del año pasado en la que, necesitado de permanecer vigente, convocó con los brazos abiertos a “los hermanos de la prensa” boliviana tras haberse exiliado en Buenos Aires, notaremos que Evo ha dado algunas muestras de bipolaridad y, digámoslo sin ambages, de hipocresía, en su relación con el periodismo.
En Bolivia, recordemos, no ofrecía conferencias de prensa y si candidateaba —gusto adquirido por admirable apego al poder—, no participaba en debates. Estos dos rasgos de su personalidad política describen ya a alguien con una pobre vocación democrática, con exigua o ninguna gana de transparentar sus actos de cara a la población aceptando libremente consultas de los periodistas. “Quien nada hace, nada teme”.
Pero en general, es cierto, Morales nunca le tuvo aprecio a la prensa. Eso, por un lado. Por el otro, seamos sinceros: si no sientes aprecio por la libertad de prensa, difícilmente tengas de amigos a los medios de comunicación.
De todos modos, nadie está obligado a querer a nadie; con un poco de respeto a aquel que no se quiere, basta. Esto es un principio no escrito en cualquier sociedad civilizada. Tampoco nadie está impedido de hablar sobre sus enemistades, pero —aclarémoslo bien— siendo un expresidente una figura pública de relieve internacional, tiene una responsabilidad mayor que la de un individuo común y corriente.
No creo que Morales tenga demasiada conciencia de que dijo lo que dijo, y en tono amenazante, a dos días de cumplirse 38 años del inicio del periodo democrático más prolongado de la historia de Bolivia, un hecho digno de celebrar y no de torpedear con declaraciones que atentan contra la esencia de, precisamente, la democracia.
La amenaza consistió en que, a su frase de “enemigos número uno”, le siguió esta otra: “Hay que hacer algo en los medios de comunicación, no solo necesitamos medios estatales, sino medios de comunicación del pueblo, de la fuerza social, bien convencidos”. ¿A qué se referiría, no?
Mientras Evo, en este nuevo octubre determinante, reitera, para que quede claro, que los medios son sus enemigos, recuerdo que Lupe Cajías, al momento de recibir el Premio Nacional de Periodismo 2018, declaraba a él y, “sobre todo”, al ahora exvicepresidente Álvaro García Linera, “enemigos de la libertad de prensa en Bolivia”.
“Acá, en esta testera, solíamos compartir con jefes de Estado, con ministros, con diferentes expresiones ideológicas y partidarias. Ahora es imposible, o nos hincamos o somos adversarios”, lamentaba entonces Cajías. Y, en el sentido de lo mencionado líneas arriba, complementaba: “Atrás quedaron (…) las conferencias de prensa donde se podía hacer preguntas”.
Esas preguntas de los periodistas son, quizá, las que incomodaron a Morales al punto de haberlas anulado por completo. Es la manera que tiene el poder autoritario para sojuzgar a los medios: la asfixia económica, la persecución arbitraria, la limitación al máximo de su función social con una libertad de prensa incompleta, sin conferencias pero sí con ataques intermitentes.
Luis Arce tiene posibilidades de ser el nuevo presidente de Bolivia. Si lo consiguiera, ojalá que su comportamiento con los medios sea totalmente diferente al que demuestra su jefe de campaña. Un mandatario inteligente no es nunca enemigo ni de los medios ni de la libertad de prensa.
Oscar Díaz Arnau es periodista y escritor.