Han pasado trece siglos desde que Zyriab(1), alma generosa y visionaria, abandonara las márgenes del río Tigris, la calidez del Paraíso en la Tierra, y sobrevolara el norte de África hasta llegar a Al-Ándalus, al entonces Emirato de Córdoba. La huella que dejaría el mirlo del Kurdistán, profética en el mosaico cultural de la península, llegaría a nuestros días en una buena porción de costumbres, conocimientos, y sonidos que, sin su existencia, probablemente nunca se hubieran cimentado de tal forma en la cultura andalusí; en uno de los pilares de la amalgama en que vería la luz, mucho tiempo después, uno de los géneros musicales más misteriosos y arraigados a la vez que universal por sus numerosas raíces. Sí, hablamos del flamenco.
Se dice que Zyriab partiría obligado al exilio dada su innata capacidad creativa en la música que le llevaba a indagar y a innovar constantemente en un género que no aceptaba cambios ni progreso alguno. El mirlo del Kurdistán iraquí se había convertido, en una evolución natural labrada en el estudio y la composición, en un maestro cuyo vuelo no podría ya ser cercenado por la leyenda. La historia probablemente no fue tan amable con Zyriab como sí lo fueron sus enseñanzas, sus lecciones para la posteridad.
Cuando pienso en este personaje único de la historia, de la música, y probablemente de la prehistoria de la guitarra y de los géneros que nacieran en el sur de la península, me acuerdo del guitarrista Javier Conde, del aura de prodigio que aún se resiste a abandonarle y que probablemente le acompañe durante toda la vida. Ya de pequeño se le acuñaría el sello de prodigio y de “promesa” de la guitarra flamenca, creciendo bajo la tutela y enseñanza de algunos de los grandes intérpretes y compositores de este noble instrumento, mecido en un talento compartido que es patrimonio de unos pocos. Han pasado ya unos años, y el niño que aún habita en él se manifiesta con la curiosidad sibilina que pocos llegan a conservar y aprehender, como en todo aprendizaje de la vida: Javier Conde no necesita aprender en el sentido estricto de la palabra y texto, todo se reduce a un ejercicio de la memoria anímica, a recordar. Así de inextricable y maravilloso puede ser el vano intento de explicar el genio o el talento.
Cuenta la leyenda que Zyriab tenía un timbre de voz único, dulce a la vez que profundo y embriagador; y que cuando acompañaba sus composiciones tañendo el laúd de cinco cuerdas que el mismo creara, nadie se resistía a deleitarse con tales sonidos. Yo, que he tenido el privilegio de oír a decenas de guitarristas en estos últimos años pero también en mi juventud, cuando la música se había convertido en la columna vertebral de mi vida junto a la literatura, casi podría afirmar que las notas que endulzaban los oídos de la jassa(2) cordobesa bien podrían ser los acordes de la guitarra de Javier Conde, a juzgar por el respetuoso y expectante silencio que su público ofrece en pago del virtuosismo de su toque.
Javier, al igual que el mirlo que partiera de Irak albergando grandes conocimientos, es un profundo conocedor de los palos del flamenco que interpreta. Con sagrado respeto, con cristalina y pasmosa sencillez afronta, siempre desde la entrega sin reservas y la generosidad, la interpretación de las piezas musicales de todos sus maestros, dotándolas de una fuerza y una claridad que escapa al entendimiento abstracto de la música. Ya no se trata, incluso, de que reproduzca exactamente el toque virtuoso de sus maestros, un talento especial reservado a unos pocos en la historia, sino que, además, consiga filtrar entre tanta perfección sus propios arreglos, los fragmentos de su esquema de expresión empastados a un lenguaje ya inmortal que todos creían inalterable.
Porque Javier no aborda las obras más importantes que jamás se hallan compuesto para la guitarra flamenca desde la distancia de quien posee una habilidad innata (de la misma manera que un políglota puede hablar varios idiomas sin llegar nunca a empaparse del todo en las trampas del lenguaje y saborear la disonancia y el sabor de cada palabra); el guitarrista cacereño se acerca con el sacrificio y el trabajo medido y purista de quien nunca llega a resolver jamás el enigma de la música; y precisamente en esta grieta minúscula a la que bien podríamos llamar virtud se cuela el alma con que puebla su toque en piezas ajenas pero que ya no vuelven a ser las mismas, como si algo de eternidad se desprendieran de ellas.
Se habla de duende, en flamenco, para referirse a los artistas que tienen algo distinto, algo que les diferencia del resto y que de alguna manera los llevan a una región, a un plano en el que los sentimientos hacen acto de presencia a través de la música y que resulta tan difícil de adjetivar. Yo estoy convencido de que cuando Javier Conde pisa un tablao y despliega la magia de su arte en las cuerdas de su guitarra, no es el duende del flamenco quien acude a cuidarlo, sino un mirlo de Oriente que sobrevuela etéreo, en viaje ancestral, iluminando la prosa sin palabras de sus acordes atemporales.
Maximiliano J. Benítez, 30 de abril del 2020.
(1): Zyriab Abu l-Hasan Ali ibn Nafi` —en árabe, أبو الحسن علي ابن نافع), conocido como Ziryab (زرياب, «Mirlo») debido a su tez oscura y hermosa voz— (Mosul, Califato abasí, 789-Córdoba, al-Ándalus, c. 857) fue un poeta, gastrónomo, músico y cantante kurdo. Fue famoso por las refinadas costumbres orientales que introdujo en la Corte cordobesa.
(2) Jassa: aristocracia andalusí durante el Emirato de Córdoba (S Vlll)
Javier Conde Santos, concertista de guitarra flamenca, más conocido mundialmente con el nombre artístico de Javier Conde, nació en Cáceres (Extremadura), el día 25 de diciembre del año 1988. Su padre José Antonio Conde Corrales, natural de la misma ciudad, y su madre María Josefa Santos Dios, natural de Vilanova de Arousa, (Pontevedra). Comenzó el aprendizaje de la guitarra flamenca a la edad de 4 años, bajo la dirección de su padre (guitarrista profesional), y del maestro Andrés Batista. Desde muy pequeño, se le vieron grandes actitudes, como prueba de ello, Javier siempre utilizó guitarras de adultos. Hizo, algunas apariciones con 6 o 7 años interpretando, las primeras obras (Marcha Turca de Mozart, Malagueña de Lecuona, Tico Tico, etc.), siempre a nivel familiar o en el colegio donde estudiaba (colegio de Extremadura), pero en el año 1996, con ocho años, se presenta oficialmente en público, en el complejo cultural San Francisco, de Cáceres, obteniendo un gran éxito. Desde entonces y hasta el día de hoy ha ido cosechando más éxitos, y actualmente está considerado la más firme promesa de la guitarra flamenca española.