Incertidumbre, principio de la
El principio de la incertidumbre de Heisenberg declara que no podemos conocer la posición precisa de una partícula ni predecir su movimiento con exactitud porque, al observarla, cambiamos su comportamiento de manera impredecible.
La mirada transforma lo mirado.
Imagina que hay una partícula moviéndose en una habitación oscura. Quiero ver la partícula, así que enciendo una luz. Pero la partícula es tan pequeña que la luz la golpea y cambia su velocidad, la dirección de su movimiento. Es por eso que los electrones se los dibuja en una nube de probabilidad; porque no podemos saber exactamente donde están sino donde podrían estar en cualquier momento dado.
La luz siempre hace eso.
Mueve.
Si pudiéramos conocer las cosas en la oscuridad, sería distinto. Conocer sin mirar. N podemos. Precisamos de la luz, una luz que enturbia al mismo tiempo que ilumina. La luz es la palabra, nosotros la partícula. La palabra cambia el curso.
Al nombrarnos así, las palabras nos golpean. ¿A dónde vamos? ¿Quién puede predecir nuestro curso, el arco del viaje, la nueva velocidad de nuestro movimiento, nuestro fin?
Nadie.
Por ende, podríamos representar nuestro amor como una nube de probabilidad, en la que tú y yo estamos al mismo tiempo en tu auto unidos como un solo átomo, y/o en una pista de baile inmersos en desenfrenada danza de cortejo y/o en puntos opuestos del cosmos, separados por un agujero negro en cualquier momento dado.
Recuerdo
Ir al edificio de Correos de Bolivia con abuelo, revisar el buzón. Recuerdo primera resaca, quieta en cama para no vomitar, pienso nunca más. Recuerdo sábados en casa de abuelo, mastico flores, escondida. Recuerdo teléfonos fijos con un disco en el medio y pequeños huecos, entran mis dedos. Recuerdo discar. Recuerdo muñecas Frutillita, huelen a frutillas. Recuerdo chicle relleno de ácida jalea, compartimos en el recreo. Recuerdo furia de yoyos. Recuerdo cocachos. Recuerdo juegos olímpicos, Nadia Comanechi saca puntaje perfecto, juego con primas somos Nadia Comanechi. Recuerdo enviarte cartas en sobres que fabrico de páginas de revistas de moda. Recuerdo tardes viendo animé japonés no apto para mi edad, extrañamente excitada. Recuerdo conocer el mar, perseguir, escapar, perseguir olas. Recuerdo esperar hasta medianoche para abrir regalos. Recuerdo besos recatados que se dan mis padres. Recuerdo soñar que vuelo, el vértigo. Recuerdo mi cumpleaños; corona de reina pintada con marcadores, torta en forma de conejo. Recuerdo juramentos enlazando los dedos meñiques. Recuerdo querer casarme con mi padre. Recuerdo entender voy a morir, la noche entera los ojos abiertos. Recuerdo clases de ballet, omóplatos de niña de adelante saliendo espantosamente de su espalda. Recuerdo pulseras que se vuelven tablita, luego con un golpe de nuevo pulsera. Recuerdo escondido escuchar novelas brasileras que ve mamá, extrañamente excitada. Recuerdo el mundial 86 en nuestro nuevo televisor a colores. Recuerdo esperar sentada en una fiesta que un niño me saque a bailar. Recuerdo bailar con chicos, brazos estirados adelante. Aerosmith. Recuerdo mirar el teléfono largo rato, descolgarlo para ver que funciona, colgarlo de nuevo, volverlo a mirar. Recuerdo querer cogerme a McGuiver. Tengo once años, no sé qué es coger, pero, en retrospectiva, eso quiero. Recuerdo planear matar a Pinochet cuando sea grande (una bomba). Recuerdo máquina de fax en escritorio de papá, ni en ese entonces sirve para maldita cosa. Recuerdo en mi cuarto ver partículas de polvo brillando suspendidas, pensar son fantasmas de besos soplados. Recuerdo potes de brillo para labios en forma de frutilla. Recuerdo colorear imaginariamente las formas de las cosas con mis dedos. Recuerdo cabinas de teléfono. Recuerdo chalequeros en El Prado ofreciendo llamada a celular por cincuenta centavos. Recuerdo girar y girar frente al espejo, se abre mi falda es una flor se abre. Recuerdo pensar en la respuesta inteligente tres horas después. Recuerdo jugar al circo en el living luego de haber ido al circo. Recuerdo películas de niños karatecas en la TV, quiero ser niña karateca. Recuerdo primer cassette que compro con mi plata (Whitney Houston). Recuerdo el cielo enorme, ver nubes, naves. Recuerdo la fila para la comunión en la iglesia del colegio católico en Estados Unidos: no hablo inglés, no puedo explicar que no he hecho mi primera comunión, tomar la hostia en la lengua y mentalmente rogar Diosito perdóname.
El dolor
Cuando te enamoras, el amado ocupa una parte de tu cerebro. Las hormonas liberadas durante la relación graban a la persona en lugares específicos de la corteza cerebral. Literalmente, hay neuronas y sinapsis que son esa persona. Entonces cuando lo pierdes, cuando no lo ves más, tu cerebro lo busca. Tus neuronas lo necesitan y, si no está, tus sinapsis se retuercen, muriéndose de sed. Es como una amputación. Como amputarse las manos para que tus manos fantasma toquen su fantasma.
Por eso me dolían las manos… sentía su piel bajando por mis dedos pero estaban vacías mis manos, vacías y conscientes de que ese vacío era irremediable… como los árboles. Yo no sé si los árboles se deprimen cuando se caen sus hojas, si creen que es para siempre, si cada vez que pierden las hojas temen que esta vez es para siempre, no sé si se consuelan ya vendrá la primavera, no sé si las dejan caer, resignados, o se resisten hasta el último momento… no sé si les cuesta, no sé si les duele, no sé si el primer invierno es el más duro o si cada invierno duele como el primero…
Mis manos vacías de él, inconsolables, obstinadas… ¿cómo que ya no vuelve? ¿Cómo que nunca más… de veras? ¿Nunca?
Nunca. Vacías para siempre de esa piel, como un guante tibio que alguien se saca lentamente por última vez y guarda en un cajón, un guante que se enfría en la oscuridad, un guante suave de la forma del vacío, de la forma del cuerpo que falta. Hambrientas, mis manos querían piel, querían un cuerpo y yo tenía solo el mío para darles.
Yo era el árbol, ves, un árbol en invierno dejando caer sus guantes, cientos de guantes amarillos en el viento.
Interior. Casa. Día.
La casa fracasa
comienza a quebrarse
muestra sus adentros
sus entrañas
nosotros solo hacemos lo posible
resistimos
plano secuencia de nosotros
resistiendo
la casa fracasa
comienza a quebrarse
los aparatos se rinden
hacen humo
primer plano del humo
nosotros nos rompemos con la casa
las cañerías ceden
los retratos se desgarran
dejan sus pedazos en el agua
nos vamos derrumbando con la casa
todo naufraga
los trapos las cucharas los espejos
dejamos nuestros brazos en el agua
es la casa
nosotros no
nosotros solo
espejos destrozados
las cortinas sueltan sus costuras
dejamos caer los ojos
primerísimo primer plano
los ojos
dejamos caer las manos agotadas
barriendo el agua nos rendimos
tenemos que rendirnos
fue la casa
nos decimos
fue la casa
cansada
Exterior. Huerto. Madrugada.
Plano general
despierto en un huerto de naranjas
árboles medianos de copas verde oscuras
redondas como en el sueño de un niño
frutos esféricos
anaranjados
todos del mismo tamaño
del mismo cadmio intenso
todos idénticos como en una pesadilla
todas las superficies cubiertas de rocío
plano detalle
el agua equilibrada al filo de las hojas
refracción
mis manos heladas
plano en movimiento
un pie descalzo y otro en la hierba mojada
un árbol y otro árbol
mis dedos la corteza
la soledad de estar despierta mientras
todos en el mundo están dormidos
silencio
camino entre los árboles como si fuera prohibido
Biografía
Camila Urioste nació en 1980. Con Diario de Alicia ganó el Premio Nacional de Poesía “Yolanda Bedregal” (Plural, 2006). Entre 2009 y 2017 escribió y llevó a la escena 8 obras de teatro. El 2014 publicó su segundo libro de poesía, Caracol (Plural Editores). El 2017 ganó el Premio Nacional de Novela por Soundtrack (Editorial 3600). Publicó su primer libro de cuentos el 2019, titulado Cuerpos de Agua (Editorial 3060). Es co-guionista de la película Muralla (2018), que ganó el Premio Argentores al Mejor Guión en el Festival Internacional de Cine de las Alturas de Jujuy, Argentina el 2019.