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La fuerza del tiempo / Cuento

Pilar Pedraza Pérez del Castillo

Llovía, como en cada navidad, como Ana lo recordaba hoy después de setenta y siete inviernos, y como lo recordaría en la otra vida después de su muerte, si es que hasta entonces la memoria no se le perturba más de la cuenta, o la Illa de la lluvia (también conocida como khawisa ajayu), cambia el destino de la humanidad en represalia al hostigamiento en contra de la madre naturaleza, alejando definitivamente a la lluvia del hombre convirtiéndola más bien en una eterna sequía, que nosotros, estantes y habitantes seguramente le “achacaremos” al calentamiento global, en lugar de a los verdaderos malhechores… nosotros, hijos legítimos de la Pachamama; y en cuyo caso… no quedará más nada que inmortalizar, pues las últimas lluvias barren los recuerdos como las olas del mar lavan las costas de las playas del continente.

Y nuestra Ana, con la mirada perdida, contempla a través de los vidrios (algunos rajados y otros manchados por la contaminación), como resbalan las gotas de agua por el cristal convirtiéndose en delgadas venas que descienden la transparencia con incomprensible premura, inaudibles o en silencio tal vez… ¡qué más da!, solo le resta recordar, en tanto y premonitoriamente, rebusca las añoranzas en su ajayu: Tenía casi seis años cuando bajo un torrencial aguacero vio morir a su padre atravesado por un rayo mientras intentaba arrear el rebaño al corral en medio de una tormenta altiplánica… -Es khawisa ajayu, voluntad de la Illa de la lluvia-, le dijo su madre sin derramar una sola lágrima, delegándole a partir del instante la responsabilidad de pastar las catorce ovejas cada tarde. Y Ana con sus seis escasos años y sus muchos miedos, prevenida y amonestada de no dejarse engañar por el Khari Khiri si se le presentaba, ya sea como peregrino o tomando la forma del mentado perro negro, partía cada tarde sobrecogida por sus recelos, enrumbando colina abajo en busca de algún pastizal, cruzando el arroyo hasta el otro lado de la quebrada encomendándose durante todo el trayecto a las ánimas de la apacheta ante tan terrible posibilidad. El asunto, es que ella, tomó conciencia de que ambas apariciones la inducirían a un estado de letargo, mientras el espíritu del Khari Khiri le succionaría la grasa del estómago junto a la energía de su ajayu condenándola a una incurable debilidad que terminaría con su vida, si es que el yatiri no encontraba a tiempo la poción que le sanara ese temible mal. Esta era su mayor pesadilla; y fue ese temor, el causante de que sacrificara al perro negro del vecino cuando el can, inocente y batiéndole la cola, se le acercó curioso en busca de algún mendrugo, ignorante de que, ante la probabilidad de estar encubriendo al espíritu maligno del Khari Khiri, sería ese miedo el causante de que Ana, con tan sólo seis años de edad y una fuerza inusitada, le volara los sesos de una certera pedrada copiando en parte la escena bíblica de David contra el gigante Goliat. El infortunado incidente fue decretado por los mallcus, amautas y achachilas del ayllu como “lapidación no premeditada” sin ventaja pero con alevosía; y en resarcimiento al vecino, aduciendo defensa propia y minoría de edad, el incidente le costó a su madre el pago de una oveja con su cría; aparte de que las autoridades de la Comunidad debieron considerar, además, el agravante de la irregular situación de su madre: una viuda con patrimonio, cuya única posibilidad para preservar sus tierras y su ganado sería la de legalizar la titulación de su parcela inscribiéndola a nombre de un nuevo consorte, como se acostumbraba desde los tiempos del equilibrio universal con la finalidad de preservar la unidad de la gran familia a la cabeza de los mallcus y mamacallas; por lo tanto, el cabildo, a través de sus autoridades, decretó en decisión comunitaria y salomónico arbitraje, procurar el casorio entre su madre y el vecino agredido (quien coincidentemente era viudo con cuatro hijos pequeños), para que de inmediato contrajeran nupcias. Y así, el afectado, satisfecho y reivindicado, se convirtió en el jefe de la familia, titular del patrimonio, y por ende, en el padrastro de Ana, relevándola del pastoreo para que más bien, y en lugar de apedrear cachorros, asistiera a la escuela de la comunidad vecina para aprender a leer y escribir; gesto que ella siempre le agradeció muy conforme con la sabiduría de los mallcus, quienes oportunamente le proporcionaron una nueva familia con un padrastro justo y trabajador que, a diferencia de otros, veló con esmero por el bienestar de ambas mujeres.

Mientras Ana apoya la mano contra el cristal de la ventana, para percibir del otro lado esa especial sensación de sentir correr el agua por la palma de su mano, se pregunta cuanto más lloverá esa tarde de lunes, y cuantas más de las precarias viviendas del barrio resistirán tanta agresión por parte del Pacha ajayu, cuestionándose si ella también debió abandonar su vivienda como le notificaran de la Alcaldía esa madrugada después del derrumbe de tanta casa, incluidas varias construcciones lujosas de tres pisos que aplastaron movilidades estacionadas en sus garajes desintegrando bienes materiales, sembrando terror y desolación entre los vecinos que, en cueros o ropa de dormir, salieron despavoridos escapando de ser sepultados y engullidos por la hambruna de una madre tierra, saturada de sobrepeso humano.

-<>- Y con esa muda tristeza, Ana sigue recordando las lluvias de hace veinte años, cuando en jubileo sus nietos entraban a esa misma vivienda empapados y con los zapatos embarrados portando el gran trofeo… una veintena de renacuajos y algunos sapos pequeños que corretearían por el piso de la cocina hasta que ella, como siempre después de cada aguacero, les devolviera su libertad dejándolos escapar de regreso al ecosistema, agradecida por la presencia de tan distinguidos visitantes, anuros de abolengo y fetiches de la fertilidad cuya compañía, según las tradiciones, es motivo de prosperidad, felicidad y buena fortuna; aparición que generalmente se daba sucediendo a un placentero y corto aguacero durante cada temporada de lluvias, unas lluvias benévolas aguardadas y celebradas por toda la comunidad y el vecindario, muy diferentes a las de hoy que además de impredecibles, son torrenciales y agresivas o más aún… depredadoras, anegando el hábitat del hombre sin conmiseración o piedad alguna; y lo que es peor… extinguiendo la presencia de sapos y renacuajos, ausentes hoy en día en la vida de Ana y en el futuro del ser humano, en consecuencia, despojado de su buena suerte por ser autor cínico y confeso de la depredación de la fauna, destrucción de la flora y exterminio del medio ambiente. Con repentina angustia Ana retiró del vidrio la palma de su mano entumecida de frio pero completamente seca, añorando sentir la humedad del aguacero de antaño sin tener que someter sus temores y presentimientos a ese diluvio que no cesaba desde el día viernes y que a estas alturas, le rellenaba sus huesos y el ajayu del mismo miedo que sintiera de niña temiendo el encuentro con el khari khiri; mientras apurada, ponía más ollas bajo las goteras que amenazaban tirar abajo el tumbado de su precaria vivienda en Bella Vista. Los aguaceros siempre la acompañaron en el transcurso de su vida, tanto en la desgracia como en la ventura: desde la muerte de su padre, luego la muerte de la madre y su padrastro cuando fueron arrastrados por un fuerte desbordamiento, mientras imprudentes, intentaron cruzar el rio bajo una violenta granizada. Ana heredó desde entonces hermanastros y medios hermanos que crió supervisada por una tía carnal y bajo el ojo acucioso de toda la comunidad. Al igual que a su madre, las autoridades le asignaron marido cuando cumplió los dieciséis y así pudo conservar su parcela, las treinta ovejas, cuatro vaquillas, dos terneros, un torete y doce gallinas con su gallo además de cuatro hermanastros y dos mediohermanas. Hoy en día Ana sabe que ya nada de esto es necesario, el proceso de cambio en el nuevo Estado Plurinacional ampara a la mujer campesina y le reconoce su derecho propietario sin importar su estatus.
Gracias a sus constantes ofrendas en las apachetas el marido de Ana fue el elegido de su corazón, el yokalla fornido que la seguía desde la escuela a su casa regalándole una naranja o arrojándole piedrecillas del camino en son de coqueteo. Lo que Ana nunca supo es que Juan debió entregar dos ovejas a los callawayas para que intercedieran ante los supremos en su favor y se la cedieran en sillwiñacuy (convivencia) antes de celebrar la boda. Y Ana, vigilada por el rumor acompasado de las incontables gotas de agua que destilan las aberturas de su tumbado, cayendo en arpegio al golpetear las ollas con monotonía, recuerda su primera noche de amor … .
Llovió también en ese amanecer nueve lunas después, mientras ella paría su primer hijo, y llovió el día del alumbramiento de su única hija; curiosamente, llovió el atardecer en que Juan, después de caerse de un andamio agobiado por el peso de los años, se vio forzado a continuar su peregrinar al más allá, rumbo al Alaxjpacha y tan solo tres años atrás, ella lo enterrara de acuerdo a sus creencias y tradiciones con la promesa de seguirlo a la brevedad…

El estruendo, acompañado de una tremenda sacudida, la estremece interrumpiendo abruptamente sus recuerdos, mientras atónita, con el rostro pegado al vidrio de su ventana, contempla como la “mazamorra” empujada por la Illa de la lluvia arrastra colina abajo la vivienda vecina sacando de cuajo dos árboles y unos matorrales. Ana hubiera sucumbido ante aquél mismo miedo aterrador que en su niñez le inspirara la posible aparición del Khari Khiri de no ser por la presencia de Juan quien, al tiempo de acariciar sus trenzas plateadas por los años, vino a recogerla escoltado a su diestra por un sapo de mirar centellante cargado de buena fortuna y custodio de la puerta principal de acceso al Alaxjpacha. Ana se anegó de luz, y repitiendo el mensaje que oyera de su madre aquél día en el que un rayo fulminó la vida de su padre: – “es khawisa ajayu” – esbozó la misma sonrisa del placer que le diera Juan cuando la hizo su mujer, y asida a su mano áspera y amorosa, se fue con él sin mirar para atrás ni ver como su vivienda desaparecía bajo la furia del aluvión que, junto a la fuerza del tiempo y la Illa de la lluvia, inclementes, sepultaron las sesenta y seis viviendas de Huano Huanuni

Biografía

Pilar Pedraza Pérez del Castillo

Escritora, novelista, cuentista y poeta.

Diplomada en Escrituras Creativas de la UMSA. Periodista radiofónico.

OCHO novelas publicadas, cinco Antologías de Cuento, Miscelánea de Cuento y Poesía, tres Poemarios. Antología de cuento bilingüe quechua – español. Antologías nacionales e internacionales, poesía traducida al inglés, mandarín y francés
Invitada por el Fondo Editorial de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega de Lima-Perú y Mesa Redonda Panamericana, al Homenaje a la República de Bolivia con la presentación de la novela “LA AMANTE DEL LOCO” en Julio de 2003.

Invitada en la ciudad de Arequipa, por la Universidad Peruana “Alas Peruanas”, el Conservatorio Regional de Música Luis Duncker Lavalle y la Municipalidad Distrital José Luis Bustamante Rivero- al simposio y conferencia sobre Literatura Boliviana, en la ciudad de Arequipa. Reconocimientos de las tres entidades por el valioso aporte literario que enriquece la bibliografía hispanoamericana.

PANELISTA, como representante de las Escritoras Bolivianas en la IV JORNADA INTERNACIONAL DEMULHERES ESCRITORAS- y IV Encuentro de Escritoras y Redes Ibero-Americanas – Sao Paulo y Florianópolis -Brasil con el tema “La Significación de la Literatura de Mujeres en Bolivia- Mayo 2011-Brasil, Participante en el II Encuentro Para Compartir la Palabra en la Fería del Libro de la Habana-Cuba año 2017.

Participación en el XIV y XVI Encuentro Internacional de Escritores en Atacama-Chile, reconocimientos por una Destacada Participación y aporte literario.

Organizadora del PRIMER ENCUENTRO DE POETAS DEL MUNDO en Cochabamab 2018.

Invitada al encuentro de Poetas del Mundo en Tamsui-Taiwan 2018 en donde se tradujeron varios poemas de su autoría al inglés y mandarín. Ganadora del premio Internacional de Literatura Virginia Woolf 2019 del sello Sial Pigmalion de Madrid, y del Premio Escriduende como mejor autor hispanoamericano, durante la Feria del Libro en Madrid.
Galardonada con el reconocimiento “Pantano Vargas” 2019 en el Festival Internacional de la Cultura de Boyacá, conmemorando el Bicentenario de la Batalla de Boyaca-Colombia.
Escritora homenajeada de la FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE COCHABAMBA 2019

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