Viviana Gonzales
He querido atrapar la sombra del hombre que le habla al viento
subir el peñasco con las lenguas de mis hijos
con las llagas de sus trayectos, sus quejas constantes
su falta de lucha. Su espíritu quebrado.
Atragantarme con las palabras de los héroes anestesiados de libros
subrayar el apellido de mi padre.
Acariciar un perro chow-chow en una casa blanca
escudriñar entre los papeles de mi madre y encontrar las actas de nacimiento
hacer un envoltorio para regalos
enamorarme de un hombre moreno
rebotar yo [con las risas floreadas de mi juventud]
para así sanar las vergüenzas de nuestra pobreza
atravesar los depósitos de memoria que se esconde en la llanura
de la historia
de mi nombre.
Someter a los pliegues de mi falda
y hacer con ellos un vestido para mi nieta
Correr en carnavales
Cagarme en las fiestas
desentornillar el germen del abandono de mi infancia.
Sostener pistola en mano mi memoria
Atemorizar al átomo
A la célula
Al epitelio central
Al cerebelo amarillo
A la gama de grises de mi cerebro.
Yo subí el cerro y vi con los ojos de los niños
el mundo eclosionado de sirenas
de pócimas con sabor a mierda
con mi índice acusé los sitios sagrados para que no queden estambres.
Para que no quede yo.
Para que no vuelva
Yo detonaré la llama de la noche.
No me busquen.
II
Mi abuelo le ha permitido al amor entrar y le ha llamado cariño, dulzura , amor (incluso) pero en algún momento mi abuela decidió no retornar.
Yo la veo en la tierra que habita el hombre. Masculla oraciones y hechizos. Nos ha señalado el camino de regreso y hemos vuelto, cabizbajos, dejándola a orillas del lago. Ahí ha construido su morada con una mujer de pollera que vela su sueño. La hemos dejado en el lugar donde habita abierta de brazos.
Otros la siguen viendo como la llaga enferma de su cabeza. No han limpiado sus heces ni humedecido sus labios. No han visto la sonda crecer como un bambú entre coágulos y gases y vísceras.
La mañana de su despedida ha llegado un pájaro de mal agüero. Su cabeza de toro rueda por la casa. Su cabeza enferma se ha vuelto un monte desierto. Una pampa. Una llanura sin río.
Ella se le parece pero no es. La enfermedad es como el cuarto abandonado del patio sin arboles ni ropa que secar al sol. A un sol que no llega. Que nunca más volvió. El llanto de sus tres hijos. En días de silencio todavía le llamo al amor y no responde.
Un vuelo sin regreso.
la progresión de la tierra en los pasos de ella
mi abuela sana
a orillas del Titicaca.