Viviana Gonzales
Anoche conocí a un youtuber bastante famoso no solo en México sino también en Sudamérica, un joven influencer que recientemente estuvo en Bolivia, lo vi llegar (cual dios griego) pisando apenas la alfombra roja en la premiere de una película, no era actor, no fue parte de la producción, no sabía ni de qué iba el filme, pero ahí estaba… y entonces la prensa dejó todo para tomarle unas cuantas fotos, para preguntarle sus “grandes conocimientos” acerca del estreno.
No puedo decir que lo conocí (nadie me lo presentó) pero tuve la suerte/o la mala fortuna (según se quiera ver) de sentarme delante de él. Habló con sus amigos de sus viajes por el mundo, sus anécdotas y de los lugares que, según dijo, no le gustaron.
Al poco rato una mujer de unos sesenta años quiso acercarse al jovencito, una fan en busca de unas palabras. ¡Vaya sorpresa!, dos chiquillas le negaron el paso, argumentando, según entendí, que no podía ser molestado. La mujer insistió y pidió únicamente decirle “que era una admiradora, una abuelita que lo seguía”, pero nada, no hubo manera de atravesar la valla/muro que suponían las dos muchachitas. La mujer se fue pidiendo, por favor, le digan que ella lo seguía siempre, y que admiraba su trabajo. ¿Se lo dijeron?…no. En realidad él estaba ahí, escuchando todo lo que yo alcancé sin dificultades a oír. Pero él no se inmutó ante la presencia de la mujer y continuó pidiendo sus hot dogs y palomitas.
Si la señora hubiera sido yo seguramente hubiera terminado insultando al famoso y a su par de “seguridades” (no soy un ejemplo de delicadeza, al contrario, suelo ser bastante visceral) pero mi compañero hizo un comentario que me dejó pensando y que, en cierta forma, me dolió, dijo “que triste, que triste por la señora”.
Y en realidad sí es triste (más allá de absurdo y estúpido que nos pueda parecer admirar a alguien que no tiene ningún mérito más que subir videos comentando dos o tres cosas) porque creemos que es eso lo que merecemos como público.
Seguro la señora que se fue sin escuchar la voz de su ídolo no sabe que ella tiene mucho más que decir, que ella tiene más historias que el muchachito famoso. Que ella nos puede contar, como cualquier humano, historias mucho más fantásticas que los viajes millonarios de aquél youtuber.
Si hay algo que me hace creer en la literatura es que siempre que me acerco a ella y, sobre todo, cuando invito a los demás (sobre todo a los jóvenes) a acercarse compruebo, una vez más, que es un maravilloso espejo en el que vemos reflejada nuestra humanidad, es el espacio ideal para ser los protagonistas de la historia.
Recientemente di clases a chicos de una secundaria y preparatoria y después de leer poesía y algunos cuentos vi cómo lograron reflejarse en esas historias. Fui testigo y presencié cómo se transformaron en protagonistas de las narraciones. Comenzaron a hablar de sus ideologías políticas, de sus miedos, de sus fracasos amorosos, del dolor y las injusticias. Es decir, fueron héroes (una especie de Ulises) viviendo sus propias aventuras, nadie entonces sería capaz de contar versiones que ellos no aprueben. Nadie entonces podría engañarles con realidades que no son.
Ahí está nuevamente la tarea de la literatura, encaminar a los hombres a encontrarse con ellos mismos, ser narradores de historias. Decía Galeano “los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias”, historias verdaderas , alejadas de la belleza y perfección de las redes sociales. Un mundo poblado por anas kareninas, aurelianos, romeos y julietas más humanos, más reales.
Entonces los youtubers se quedarán solitos viajando y contando sus grandes hazañas patrocinadas mientras los otros, la señora de anoche, por ejemplo, serán capaces de contar sus historias, es decir, de habitarlas.