Hace un par de décadas atrás sentarse a ver el noticiero era un verdadero acto intelectivo, la realidad social, cultural, política y social se asomaba las pantallas de televisión, la prensa oral y escrita de manera ordenada, completa, objetiva en la mayoría de los casos y en un nivel ético que rara vez terminaba hiriendo la sensibilidad de los receptores, uno tenía la sensación de que aún controlaba su entorno. Lo que se llamaba “crónica roja” se transmitía en “trasnoche”, es decir en las horas posteriores a las 24:00 hasta el amanecer en que se iniciaban los noticieros matinales en lenguas originarias y los programas nativos. Hoy es muy difícil lograr un panorama general del país, la programación noticiera televisiva emite tal cantidad de noticias violentas que por momentos pienso que voy a terminar salpicado de sangre. La cobertura de noticias políticas nacionales o locales se cubre de manera parcial, por lo general breve, descontextualizada y trasluce, en consecuencia, poca objetividad y pésima calidad.
Probablemente casi 20 años de un régimen orientado a someter la libertad de prensa y de expresión se expresen hoy de esa manera, de hecho, todos aquellos medios que defendían sus fuentes y su propia opinión terminaron cerrando, una infinita sucesión de mañas y trampas terminaron ahogando las instituciones, empero, a pesar de que esto es evidente, no deberíamos perder de vista que uno de los derechos ciudadanos más valiosos en la modernidad, es el de estar informados, limitar, cercenar o manipular ese derecho, como lo hacen los gobiernos masistas es propio de los regímenes autoritarios que odian el pensar diferente y le tienen terror a la verdad.
Todo esto sin embargo hace parte de ese fenómeno de degradación progresiva de todas las dimensiones de la realidad nacional. Se ha degradado el discurso político, las artes, la ciencia, la opinión pública y el imperio de lo simplón ha invadido todos los espacios de la realidad nacional. En los hechos, todo ha tenido que rendir tributo al fallido intento de construir un estado y una cultura nacional originaria que nunca expresaba el espíritu de la nación, y menos el carácter republicano que cultivamos. Ese intento fallido muestra a la fecha su fracaso en todos los órdenes de la realidad histórica y se traduce en violencia, sangre criminalidad y desinformación sistemática.
Es también posible que todo esto sea un reflejo de un país en que, como nunca, el crimen, el sicariato, el narco, el asalto, el robo y las formas más obtusas de corrupción se han apropiado de la realidad. Pagamos así, con sangre y creces las ambiciones racistas del MAS y la mediocridad de sus más connotados caudillos.