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Viejos oficios y nuevos oficios

Maurizio Bagatin

Van desapareciendo los canillitas, en esta época tan gaseosa las noticias son digitales. Ya no los vemos recorrer plazas y calles en sus viejas Raleigh y Hércules, silbando o gritando, tocando los timbres al pasar los domingos por nuestras casas. Tampoco las noticias son las mismas de ayer y «el futuro ya no es lo que era».

Siguen, entre onomatopeya y literalidad, oficios que tal vez nunca encontraremos en la Real Academia Española: micrero y comidera, cocacolero y pastillero, refresquera, tiqueador y canaletero y otros con sugestivos nombres. Han aparecido nuevos oficios, el delibery, el entrenador de gimnasio y el vendedor a los semáforos. De necesidad virtud, decían los ancianos de mi pueblo, cuando durante el llamado boom económico, mucha gente se inventaba cual efímera o inútil actividad para quedarse al paso con el capitalismo salvaje.

Hay ahora el mototaxi, el cobrador del parqueo público y la chica que te pasa el ticket en el banco. En un sensacional libro, David Graeber, nos habla de los cientos de trabajos sin sentido, porque son «una forma de empleo remunerado que es tan completamente inútil, innecesaria o perniciosa que ni siquiera el empleado puede justificar su existencia, aunque, como parte de las condiciones de empleo, se sienta obligado a fingir que no es así». Se trata de trabajos que crean, según David Graeber, una «profunda violencia psicológica», y ha logrado describir cinco de ellos, y bautizarlos: Lacayos (flunkies), Matones (goons), Arreglalotodos (duct tapers), Burócratas (box tickers) y Capataces (taskmasters), en pocas palabras “trabajos de mierda”.

Ocultos quedan oficios que conservan nombres en quechua o, en la oscuridad de la noche, como si estuvieran en el vientre de la ballena, sacuden las ciudades, las limpian, las cuidan y las conservan. Las barrenderas entre el conticinio y la modorra, las guardias nocturnas y los insomnes, los sonámbulos y los vagos. No serán todos oficios, tal vez sean solo formas de sobrevivencias que al despertar de la ciudad desaparecen. Fantasmas de las noches que permiten a otros el día.

Jaime Saenz caminaba por Chuquiago entre lustrabotas y hojalateros, recoveras y chifleras y siempre al lado o adentro de su alter ego, el aparapita; otro flâneur, el Gótico Daniel Averanga nos hace conocer otros oficios, tal vez posmodernos, la linacera y los macareros, los consejeros espirituales y los predicadores.

Trabajos que son oficios, oficios que no son trabajos en este caos cotidiano que necesita de movimiento y p’ajpaquerios, otra vez de necesidad virtudes.

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