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Viaje alrededor de Italia (crónica)

Maurizio Bagatin

No había aun terminado de caerse el Muro de Berlín y el cuerpo de Nicolae Ceaușescu seguía aun caliente. Yo estaba volviendo de un viaje alrededor de Italia, viaje que en realidad terminó en Charleroi, en el Pays noir, entre chocolates fundentes, cervezas negras y los últimos carboneros de la Bélgica del rey Balduino.  

Me sentía como Marco Polo, el Marco Polo de aquella canción que cantaba Roberto Vecchioni: “E Marco Polo li fregó/Doge, moglie, Turchi e idee/Partì da Chioggia ed arrivò/Non più giù di Bari/Non più giù di Bari/Poi disse: «ho visto orienti magici»/Ma almeno aveva avuto della fantasia/I veneziani che applaudivano/Solo invidia e ipocrisia”. Así empezó aquel viaje, sin saber de dónde.

Rimini tiene dos almas, así como dos vidas, una es la de la ciudad del espectáculo, la del verano, de las playas que Pier Vittorio Tondelli logró hacer literatura; Rimini es el verano de Marco Bauer: “La gente crede che sia un posto di villeggiatura. E’ al contrario un luogo faticosissimo. Si vive di notte, tutta la notte” (La gente cree que es un lugar de vacaciones. Al contrario, es un lugar muy agotador. Vives de noche, toda la noche). Esta estación, el verano, es una feliz condena y al mismo tiempo todo lo contrario, quienes vivieron este su carácter la amaron de la misma manera que la odiaron. Fellini desde San Giuliano miraba el mar, que no era azul y que no era verde, y de ahí tomó un tren hacia Roma. Si se quedaba, hubiera sido como uno de los inútiles de I vitelloni.  

La otra alma es la neblina del invierno que oculta el Templo malatestiano, el Parco Marecchia lleno de pusher, la movida romagnola que tomaba las colinas y todo el reflujo que maquilló la nada. Los hoteleros están ahora en otras playas, Santo Domingo, Cuba, Playa del Carmen y de la Isla de las Rosas queda solamente su efímera utopía. Rimini son las dos estaciones en Paolo y Francesca, eternamente a la espera de Sardanápalo, entre el Infierno y el Paradiso.

En tren entre mar y colinas, de la lujuria al impuesto, termina una región y las fiestas se moderan, un castillo recuerda al Cagliostro alquimista, una fortaleza encierra todo el arte y el conocimiento renacentista. Basta una curva para que cambie todo un estado de ánimo, ya es una tierra donde el Vaticano inyectó sus principios básicos. Vamos leyendo el Zibaldone del poeta de Recanati, una virgen negra de un lado y un manicomio del otro, nunca miseria y nobleza, pero siempre el sagrado y el profano escuchando el infinito canto de Beniamino Gigli. De ahí salían a cobrar los impuestos los marchigianos; verdes colinas siempre recién peinadas, entre el olivo y la vid, el color pastel que parece no perderse con los años, con el tiempo que lentamente parece recorrer en carruaje las callejuelas de piedras anaranjadas. Aquí el tiempo parece haberse paralizado.

El vino no es fuerte, la comida es siempre equilibrada, el vino rubí del Conero y el Verdicchio de Jesi fueron privilegios de aristócratas y curas, la dulzura de sus colinas es el sabor de unas aceitunas a la ascolana, de un vincisgrassi o de un brodetto marchigiano, si no los has probados no estuviste en esta región. Las noches mirando las estrellas desde un balcón de Mentelupone no sabes si estás aun viajando o si el viaje pudo terminar aquí.

Goethe y luego Montesquieu y Sade, ya todos y yo que no soy viajero como Tabucchi, porque él se desdoblaba y a través de Pessoa -de una o de varias mascaras- entraba en sus heterónimos, y con él viajaba. Viajar en tren a partir del dopoguerra fue una fuga, una exploración, una de las mejores maneras para conocer Italia. Son Elio Vittorini y Francesca Sanvitale, las imaginaciones y las certezas de mucha literatura.  

Pescara es jazz. Llegar en una noche con la lluvia es la trompeta de Enrico Rava, nuestro Miles Davis y Montesilvano que se está preparando para su fiesta.

Después de la pesca al madrugar, el futbol con los profesores de Chieti (desde siempre venían llamados los suizos por la placa de los autos que era CH) cambiaba la música, el Maestro Giuseppe Di Giuliano nos llevaba a conocer su pasión por Gardel y Piazzolla. En sus momentos de reflexión pensaba que el acordeón lo haya inventado un italiano que admiraba las colinas y de ellas transformar las ondulaciones en notas musicales, en una armonía que debía replicar las curvas, las suaves y algunas veces rígidas transformaciones del ritmo. Como el jazz en Norteamérica, el tango debía incluir aquel viaje de los emigrantes hacia el sueño sudamericano, Argentina y Uruguay. Un pensamiento triste que se baila dijo Enrique Santos Discépolo. Músicas nacidas de mucha gente de diferentes nacionalidades y del color de su piel. Luego vendrá la milonga a ponerle la palabra de Borges. En los puertos del Adriático, en Civitanova Marche, San Benedetto del Tronto, en Pescara y en Termoli seguí oyendo gente con callos marcados como cicatrices y arrugas profundas como el surco de un maizal, hablar el lunfardo mientras jugaban extraños juegos de naipes. Juegos aprendidos en algún barrio bravo de Buenos Aires o de Montevideo, mientras tomaban vinos baratos y soñaban con hacerse ricos en las infinitas pampas o en las impenetrables selvas de una tierra aun virgen. Las mujeres los observaban, encendían un cigarrillo y seguían mirando a la televisión la novela sudamericana que hubieran querido vivir. Son los puertos donde Onetti conoció Larsen y el astillero Petrus, desde ahí grandes navíos con nombres mitológicos o nobles, iban y venían las utopías y las ilusiones de la vieja Europa. Jazz y tango, instrumentos que cruzaron un océano para devolvernos toda su melancolía, la sonrisa de una prostituta de Stroyville, la memoria que llenó el olvido por un amor perdido, por todos los dolores del mundo.   

Benevento tiene aún sangre samnita en las venas de sus pobladores. El valle Caudina fue teatro de una de las mas grandes batallas en época romana, las Horcas Caudinas, ahí los romanos fueron humillados por los samnitas: mucha gente del lugar siente aun correr adentro de sus venas la sangre de Gaio Ponzio; a un muchacho de unos quince años alguien le preguntó qué era lo que ellos habían hecho en la historia, él le contestó que les habían sacado la mugre a los romanos. No a mucha distancia de ahí un tren con internos de madera y cuero me lleva a conocer Agropoli, Paestum, mitología y fertilidad de la tierra, los lugares donde mi padre se preparó por la guerra. Ahí colinas con frutales y valles con rasgos de cultivos árabes, la berenjena, el pistacho y todos los cítricos imaginables, me hace recuerdo de una frase que leí en una lápida o en un libro, o es la que un anciano de algunos de estos pueblos pronunció: “Es el mito lo que cuenta, no la Historia, y que en el mito no vale el tiempo”.

Sin el santo Pietrelcina sería como una de las mil aldeas del sur. Fontamara o Comala, sería lo mismo, colinas que ocultan otras colinas, y los encorvados campesinos de siempre. Ayer los fugitivos del viaje de Aníbal y de la rebelión de Espartaco, hoy los condenados de todas las tierras. Los seguimos reconociendo por el bronceado de su piel, por sus sonrisas inocentes; ciegos o cómplices a las indiferencias los que no reconocen el otro que está en ellos. Hijos de Aníbal con ya sepultada la rebelión de Espartaco. En una Italia que sigue buscando el hombre de la salvación, en medio de dos guerras o de una peste, siempre entre arcaísmo y modernidad.

Bajando la costa amalfitana, desde la ventanilla del tren el sol entra perpendicular al mar, es la hora del crepúsculo, lo que elevó la voz de Caruso; en los muros de la Salerno antigua cosechamos alcaparras con María, salernitana veraz, luego preparamos un vitello tonnato (ternero atunado) mientras mirábamos el mar. Salerno fue capital de Italia por cinco meses, ocurrió en 1944, durante la segunda guerra mundial, se encontró de repente siendo sede de gobierno con Badoglio antes y Bonomi después. Cosas extrañas que ocurrieron en suelo itálico, país de maravillas y contradicciones, latinidades y tragedias que se mezclan confundiendo historias y leyendas. Cierta magia del sur solo la viven los que nacieron al norte.

Me aconsejan ir a conocer Sibari, no dejar de ver un tramonto en Vibo Valentia Marina, nunca irme sin haber probado que es el juntar el peperoncino sobre un pan recién salido del horno a leña. El vino que se producen en las colinas que se enfrentan al mar tiene depositado en su sangre el cruento sol de Calabria, ahí Dioniso de Halicarnaso debe haber probado el autentico origen de su nombre de pila. Ahí toqué con mi lengua el fuego, resistiéndolo. Durante el servicio militar en Tarento conocí a Gaetano Iorio, un miembro de una famosa familia de la ‘Ndrangheta calabresa, él venia todas las mañanas a visitarme en la oficina del correo donde yo prestaba servicio, venia para ver si había llegado algunas cartas para él. Hermético como la poesía de Franco Costabile: “Per altri sentieri/torneremo alla piana/celeste di ulivi./Saremo/dove si leva/l’infanzia dei profumi;/dove l’ acqua/non si fa nera/ma vacilla di luna;/dove i passi/avranno memorie di solchi/e le dita di melograni;/dove ti piace dormire/e ti piace amare./Sono questi gli orti,/i confini per ricordarci”, Gaetano no hablaba con nadie, solo conmigo las palabras se soltaban y así su pasado feroz salía mientras, in vino veritas, intentaba narrarme las historias de miserias y de tragedias de este tierra dura, cruel y encantadora. Luego se reparaba retirándose en su melancolía, sacaba su schiacciapensieri y se iba por meandros a nosotros desconocidos. Las cosas son siempre más complicadas de cuanto creemos. O tal vez no, pero nos gusta complicarlas. Toda esta región está hecha con las arrugas de su geografía dura y cruda, antigua a los extremos de su grande bipolaridad.

Cosenza, Policoro, Matera es un tramo de carretera que excluye la posibilidad de un viaje en tren y viene sustituido por un bus. Se viaja acompañado y acompañando el paisaje de un cuadro de Carlo Levi, de su gente, anarquía en la ferocidad de su tierra. De repente, después de mil curvas, la transparencia del mar confunde nuestro débil iris. El medico era pintor y etnólogo, antes de describirnos con sus diagnosticas letras un mundo aun feudal. La poesía de Rocco Scotellaro completó la descripción. El mito que extrajeron de esta tierra, y de su gente, fue el deus ex machina de la cuestión meridional, con Ernesto De Martino y Danilo Dolci entraron en las venas de una sociedad relegada a la periferia de la Historia. El paisaje, con su armonía y su discordancia creó un hombre que en su forma de vida siempre tuvo que bordear el oxímoron de un existencialismo inhumano. Aquí el sincretismo siempre fue el orden de las cosas al cual la ciencia no pudo aportar.  

Al horizonte de Tarento, el Mar Piccolo se presenta como un otro mar, un mar adentro del mar. Una Grecia que mira de lejos su estupefaciente belleza. Aquí el museo de arqueología presenta una de las mas bellas manufacturas de la Magna Grecia y los famosos oros de Tarento. Las tardes podían ser un goce entre el museo y los paseos por los jardines de la Villa Peripato, en estos lugares intentaba comparar el perfil de una estatua con el perfil de una mujer, de una joven de aquella ciudad, a mis ojos siempre misteriosa. ¿Adónde la frente de Paola correspondía con la de una muchacha griega? ¿O era ella, en la exposición de su frente y en la nariz delicada? Ya sin rastro del antiguo Egipto y moldeada por el viento, por el anemos griego que frenó y empujó viajes de epopeyas que solo las palabras de posibles aedos o rapsodas nos trajeron hasta nuestros días. Paola y el rostro de una estatua en el museo de arqueología, fieles retratos, las dos, de una época que viví felizmente entre oros magnos y en medio del verde de una antigua villa que recibió el nombre de los peripatéticos paseos del filósofo Arquitas de Tarento.

Verano, canículas estridentes y noches de una paz irreal. De Nápoles a Palermo cruzamos el mar Tirreno bajo un libro de estrellas, algunas fugaces, otras muertas durante la victoria de Pirro, otras cuando el tiempo estaba aún en formación, en los debates filosóficos tal vez o, mas simplemente, mientras Gilgamesh buscaba la inmortalidad, antes de que Faust buscara todo el conocimiento y todos los placeres. Una improvisa aparición, un viejo combatiente de la Flottiglia del MAS, fascistas que renunciaron a sus vidas por el Duce, nos importunó y nos alejamos por no entrar en una pelea que hubiera terminado seguramente mal, muy mal. Nos acercamos a un grupo de muchachas sicilianas, compartimos nuestra botella de vino friulano, un Pinot grigio que enfrió nuestro enojo y alumbró una noche de fábula. Ellas eran las sirenas sin tiempo en un espacio donde Ulises fue encantado y seducido, pero fue ahí cuando supo extraer la metis necesaria y salirse con la suya.

Palermo es de un barroco que nunca había visto antes. En su arquitectura, ante todo, luego en su gastronomía, desde balcones apenas perceptibles salen aromas que Cartago y los aragoneses fueron creando. No sabemos cuántos ingredientes encontraron en esta tierra, expuesta todo el año el sol, una residencia para sus miles elaboraciones. Platos que asemejan a los carritos sicilianos, a una Caballería Rusticana que remonta a paisajes ardientes y fértiles una estación, crueles e insípidos en otras. Los sabores son hechos de la misma fuerza de las novelas de Verga, tienen lo que Stendhal transmitió en las crónicas de Sciascia, hoy muchos lo saborean en los gestos del comissario Montalbano. Toda Sicilia es un plato en los mil platos, cruz y delicias de los invasores, en el eterno gatopardesco cambiar todo por no cambiar nada. El barroco está en el color de la piel de sus habitantes, en la rebelión de Salvatore Giuliano, en un recargamiento que yo vi solo en la abundancia del mercado de Vucciria, menos que en la obra de Guttuso o de Pirandello o en la herencia árabe de sus kasbah o de los aun presentes suq.

En bus saliendo de Palermo hacia Sciacca, una síntesis de la isla está cruzando este ángel sin custodia, una región que parece vieja en la gente que así quiso describir Giuseppe Tomasi di Lampedusa y retorna siempre joven en mi imaginario. En su abigarrado dialecto que en cada curva absorbe y devuelve de inmediato el aire y los colores de cada movimiento; se pone terco, ¿o será firme?, en sus expresiones más coloridas, hablando con sus manos y con sus ojos este pueblo son mil pueblos, invasiones y hospitalidades que nunca se detuvieron. Todo lo quise resumir un día, muy apresuradamente, por cierto, en la poesía hermética de Salvatore Quasimodo y en la La presa di Macallè de Andrea Camilleri, un siciliano pura sangre me miró profundamente, vio la ingenuidad del que llega del norte y ama el sur, y me dijo que Sicilia es algo más también, es la profunda ausencia de indiferencia entre sicilianos que viven afuera de su isla, ante todo. Es una ontológica mirada al más allá de la isla, una necesidad de sentirse aislado que se mezcla con una nostalgia de un retorno. Es Marianna Ucría que oye la tragedia del pasado.               

En Trapani reencontré a un amigo de guitarreadas en las playas del Salento. Me vino encuentro en un paseo marítimo y ninguno de los dos lográbamos entender como podíamos habernos encontrados años después en esta tierra. El era de una pequeña isla, Favignana, y terminamos comiendo y bebiendo hasta el amanecer, sin dinero y sin gana de retirarnos, lanzamos al azar si era preferible lavar los platos o mentirle al gestor. Aceptaron la mentira y nos fuimos pagando con lo poco que nos quedó en los bolsillos. Barroca fue también esta experiencia, un cargamento de magia que permitió un reencuentro y una pantagruélica borrachera.  

Primera Parte, continuará…

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