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Venezuela: “Déjà Vu”

Tengo la impresión de que ya vi esta película. Aunque no conozco los detalles de la política venezolana, haciendo un recuento de lo sucedido en Bolivia en el 2019, da la impresión de que existe un protocolo establecido, un libreto con pocos detalles diferentes, que repiten con entusiasmo las izquierdas autoritarias en esta zona del planeta.

Primer acto: elecciones a modo. Se trata de impulsar un proceso electoral manejando y controlando todo: las instituciones públicas, los medios de comunicación, el sistema judicial. Se debe procurar un simulacro fabuloso que dé la impresión de que todos tienen la libertad de elegir un presidente, cuando en realidad los dados vienen cargados. En el camino, encarcelar líderes, silenciar críticos, amenazar opositores, comprar conciencias, implementar leyes que te favorezcan, intimidar ciudadanos, denostar movimientos.

Segundo acto: el fraude copiando el modelo del antiguo PRI en México. Si aún así, dominando todas las fichas del tablero, es demasiado evidente que se esfumó el apoyo popular, se debe torcer el proceso, identificar el eslabón más débil, el lugar donde se puede intervenir con mayor eficacia y menor riesgo. Presionar funcionarios, modificar conteos, cortar la luz, interrumpir el sistema, introducir computadoras ocultas, forzar datos hasta encontrar el resultado favorable, y presentarlo como victoria.

Tercer acto: crear una narrativa. Es sabido que una mentira tiene que ser muy contundente para tapar una verdad por todos conocida. Luego de perder las elecciones, de haber sido descubiertos como chanchulleros, se debe construir un relato sólido que patee el tablero, que tape las cochinadas y lleve la discusión a otro lugar. En Bolivia la invención masista fue la tesis del “golpe de Estado”, una mentira eficaz, una impostura convincente, y ahora un argumento “for export”.

La construcción de la nueva historia, utilizando con toda ligereza las palabras pueblo, imperialismo, tortura, democracia, revolución, socialismo, debe estar orquestada desde el Estado y sus tentáculos, movilizando a los intelectuales cortesanos locales, a los pontificadores internacionales, a todos los que creen en el libreto “antiimperialista”, e inventar un relato relativamente convincente para que los creyentes lo difundan en sus redes. Ocultar la basura debajo de la alfombra, guardar el muerto en el ropero y hacer como si nada hubiera pasado. Ganamos, punto.

Ya lo decía: el proceso electoral en Venezuela me hizo recordar lo que vivimos hace cinco años en Bolivia, cuando el país, en el límite del abismo, atravesó por el mismo dramático escenario. Lo peor es que me da la impresión que ese “estilo” de gobierno se está convirtiendo en una característica de la política impulsada por quienes se dicen de izquierda. Aunque desconozco los detalles de otros países, da la impresión que Venezuela, Bolivia y Nicaragua cantan a coro cuando les toca ir a elecciones. Chile no, Boric dijo con claridad que se debe respetar el voto así no nos favorezca, y asumió las consecuencias.

Algunos autores lo han afirmado: estamos en la post-democracia. Todo indica que ya no importa el voto, la voluntad popular es cada vez más un detalle prescindible, lo central es qué relato puedo imponer. Las urnas quedaron en el pasado. Ganar no es ser elegido por el pueblo, es lograr imponerle la idea de que votaron por ti. Es el reinado de G. Orwell: que todos creamos lo que el poderoso dice que sucedió.

Es curioso, recuerdo que en 1990, cuando Daniel Ortega perdió las elecciones en Nicaragua frente a Violeta Chamorro, dio una conferencia en México a la que pude asistir y dijo que, cuando vieron los resultados desfavorables, jamás pensaron en modificarlos, iban a aceptar la derrota y respetar el mandato de las ánforas. Era una evidente crítica al PRI que tenía una larga práctica fraudulenta y acababa de robarle la presidencia a Cuauhtémoc Cárdenas dos años atrás. Claro, Ortega olvidó rápido sus palabras.

En fin, todo indica que la democracia está agonizando. Guiños del destino: sus verdugos son quienes otrora lucharon por ella. Y entre tanto le escribo a mi entrañable amiga y brillante académica venezolana: “¿Cómo van?”, “Estamos devastados”, responde desde Caracas; más tarde complementa: “Aquí ya están persiguiendo a la gente de los sectores populares, los grupos armados paraestatales de Maduro haciendo el trabajo sucio”. Nada nuevo, pienso. Y reafirmo: estamos devastados, cansados, asqueados. Consumieron la esperanza, la historia los juzgará (si la dejan viva).

Hugo José Suárez, investigador de la UNAM, es miembro de la Academia Boliviana de la Lengua.

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