No sólo en el siglo XIX y en la actualidad; Crimea fue también noticia hace más de 70 años, cuando Vladimir Putin era un improbable prospecto, mitad espermatozoide, mitad óvulo. En 1945, los vencedores de la Segunda Guerra Mundial se reunieron en Yalta, parte de la Unión Soviética. La conferencia aliada tuvo lugar allí para reconocer el peso soviético al vencer a Hitler.
Camino a Crimea, Churchill y Roosevelt se juntaron antes en la isla de Malta. Los humoristas dedujeron que ambos líderes oyeron mal la invitación rusa: “¡era Yalta, no Malta!”. El cuento es que en Yalta las potencias victoriosas ya se dividían el mundo, también para rubor de Sir Winston. Él tuvo que admitir ante sus amigos polacos que si bien la guerra se inició por la agresión germana en su contra, concluiría sarcástica, entregando Polonia a los soviéticos como parte del trofeo ganado en el terreno.
Esa historia me vino a la mente por la entrevista que la revista española Cambio 16 hizo al expresidente Quiroga, en su número de mayo. Tuto, se sabe, está alineado al antichavismo universal. Y, a modo de digresión, debe ser la primera vez que alguien de origen boliviano (que no fueran Paz Estenssoro, Patiño, Evo o Raquel Welch) es portada de una revista ibérica. Después de Evo, Tuto es el político boliviano de mayores contactos internacionales, si bien esa amplia audiencia no tiene correlato en su número local de adherentes. En todo caso, a Tuto le va mejor que a los que no cautivan ni aquí, ni allá.
En esa entrevista, fuera de sus predecibles escopetazos al chavismo, Quiroga apuntó algo que conecta a Venezuela con la Conferencia de Yalta y que suena más a análisis -o a información- que a arenga de político ardiente. Tuto sostiene que hubo “un quid pro quo, un pacto entre Obama, Cuba y el Papa, que privilegió el triángulo del Caribe -Cuba, Colombia y Venezuela-, donde se juega la geopolítica de América Latina”. Esos actores habrían acordado la apertura de Cuba, atándola a la paz en Colombia, sacrificando a Venezuela. Ésta, dice, produce el petróleo para mantener a Cuba y, además, acoge a las FARC. Así, según Quiroga, Obama, Cuba y el Papa aplicaron realpolitik destilada: Venezuela a cambio de oxígeno para Cuba y paz para Colombia.
De ahí se entendería que el presidente Santos mutara de ministro de Defensa halcón, con Uribe, a presidente paloma. Y que Cuba accediera al acercamiento con Estados Unidos -que sabía podía ser efímero, como fue-, sobre todo para conservar a Venezuela bajo su égida. Quien sabe Trump y la segunda vuelta electoral colombiana desordenen algo esas fichas, pero es verosímil que la suerte venezolana ande sujeta a la cubana y a la colombiana.
Incluso hasta Donald esté dispuesto (pese a la algazara que ha armado en la OEA para expulsar a Maduro) a dejar la solución del embrollo venezolano a Cuba, el Papa y la Divina Providencia, si asegurara que su principal socio en Sudamérica -Colombia- se libra de la guerra interna.
El Vaticano también ha cultivado antes el realismo, que igual sintoniza con el peronismo de Francisco; atribuirle a éste identidad con Cuba o con Maduro es mero reduccionismo hepático. Al Papa le atraen las masas chavistas que quedaron sin pastor. Además, para el Vaticano el conflicto venezolano es intrincado: no hay alternativa política ni vocación productiva y parte de la élite gobernante, y militar está aterrada por la secuela de sus matufias; la discordia quizá se resolvería, con sangre.
Cuba tampoco le hizo ascos en el pasado a tratar fríamente lo que le interesa (ahí está su amistad con Franco o su apoyo a Galtieri en Las Malvinas). No sorprendería entonces que el pesimismo de Estados Unidos, Cuba y el Papa esté -ya lejos de las cámaras- a favor de ligar la fatalidad de Venezuela a Cuba y Colombia.
Es para aterrar que un país acabe de ficha en una mesa, por una crisis. Ojalá no nos toque. En los siguientes años, dependerá de cómo manejemos los trances domésticos. Si ocurriera, Yalta queda lejos, pero tampoco sería mucha garantía que nuestra vida se definiera cerca.