De: Carlos Battaglini / Inmediaciones
Llegó él con su sonrisa de película, te dijo unas palabras al oído, te agarró la mano y os fuisteis juntos a la playa amén de otros etcéteras que hicieron que tu corazón diese tres volteretas y dos mortales. Ya es imposible dormir. Pero resulta (ay, ay) que él tiene que marcharse lejos, muy lejos y tú te quedas esperándolo, dedicándole cada uno de tus pensamientos al príncipe amarillo cuyo regreso anhelas con desesperación.
Llegó él con su sonrisa de película, te dijo unas palabras al oído, te agarró la mano y os fuisteis juntos a la playa amén de otros etcéteras que hicieron que tu corazón diese tres volteretas y dos mortales. Ya es imposible dormir. Pero resulta (ay, ay) que él tiene que marcharse lejos, muy lejos y tú te quedas esperándolo, dedicándole cada uno de tus pensamientos al príncipe amarillo cuyo regreso anhelas con desesperación.
¿A ti también te ha pasado verdad? ¿Y? ¿Llegó ese príncipe, esa princesa?
Con motivo de la cátedra sobre Unamuno que estos días se está celebrando en Fuerteventura bajo la dirección del catedrático de filología Marcial Morera, la profesora de literatura Isabel Castells Molina impartió una charla bajo el título “Reflejos quijotescos y bovaryanos en Sombras de Sueño”. Entre otros asuntos se tenía como fin buscar un nexo intertextual con esos personajes unamunianos que se adentran en la esfera del amor platónico, ese que confunde realidad con ficción, personajes con personas o príncipes con seres humanos de carne y hueso.
Es lo que le ocurre a Elvira de Solórzano, protagonista de Sombras de Sueño quién se ha enamorado de Tulio Montalbán un personaje heroico de ficción cuya biografía ha leído con fruición. Ocurrirá que Elvira conocerá sin saberlo al verdadero Tulio que en realidad se llama Julio Macedo, pero éste no encaja para nada en los moldes platónicos que la muchacha se ha construido en su cabeza, lo que le creará un desajuste mortal entre realidad y ficción.
A pesar de que el padre de Elvira trata de que su hija renuncie a ese opio romántico (en palabras de Unamuno) Elvira defiende la realidad de los latidos de Tulio Montalbán a quién considera más vivo que los personajes reales, de la misma manera que Unamunoconsideraba que El Quijote estaba más vivo que Miguel Primo de Rivera. Al hilo, Castells añadió que hay personajes novelescos que están mucho más vivos que Mariano Rajoy, lo que provocó por cierto algún rumor pepero en la sala, reacción buscada al puro estilo polemista unamuniano que se enfadaba cuando todos le daban la razón.
Elvira soy yo, como podría decir Flaubert en Madame Bovary. Elvira hemos podido ser muchos o somos muchos, tanto hombres como mujeres, porque El complejo de Penélope que Marie Langer asigna solo a esas mujeres que se pasan la vida entera esperando al amado, afecta por igual al hombre que normalmente no lo reconoce por aquello de tener que confirmar su condición de machote. Lo cierto es que tanto en la vida como en la literatura hay muchos ejemplos de estos perfiles románticos (¿o enfermos?).
Ya se mencionó en la charla por ejemplo a Madame Bovary (quién desprecia al pobre Charles Bovary por no estar a la altura de sus sueños) a la Penélope que espera al Ulises (aunque según la narración de Homero Penélope coqueteaba con los pretendientes, con lo que podríamos entrar en otro debate relacionado con la manipulación de la belleza…) o la princesa Dácil que suspira los vientos por el conquistador Gonzalo del Castillo. Pero también nos encontramos por ejemplo con Eugénie Grandet, el personaje femenino creado por Balzac que espera la llegada de su primo que no solo no se da por aludido sino que ha llevado a cabo una vida sórdida, resultando en un encuentro entre dos galaxias que no tiene más remedio que explotar en partículas de realidad.
En lo que a mí respecta, la verdad es que estos ‘vaivenes mentales’ del amor platónico los tenía apartados desde hacía tiempo de mi vida, concretamente desde que soy un despistado aspirante a practicar eso del aquí y ahora defendido por Eckhart Tolle, esto es el mindfulness que tanto resuena en nuestros días y que tan poco parece comulgar con el complejo de Penélope que nos señala Langer.
Así que llegados a este punto de la vida, yo te pregunto a ti (existas o no), ¿Qué es mejor, no enterarte de nada de lo que pasa a tu alrededor pensando en la utopía o estar atento al presente tratando de entender una rutina que tampoco parece que tiene tanto que ofrecer si uno no abre bien los ojos?
Si rebobino un poco, podré decir que en mi caso el aquí y ahora al menos te da un tono de voz saludable, unos andares más seguros, una risa que será más histriónica de la que puede entregarte un estado en el que se está a la expectativa de algo del que no se sabe si es real, sueño o qué, aunque al menos te mantienen ocupado mentalmente sin hacerte grandes preguntas existenciales puesto que tu vida tiene ahora un fin.
En definitiva, estamos sin duda ante una caja de pandora que al abrirla nos salpica un objeto punzante a la nariz para cuestionarnos qué es eso de la realidad, una pregunta que como apuntó el profesor Morera ya se hacían los griegos. Por lo que no es de extrañar que pisar las arenas movedizas de este debate siempre conduzca a veredas infinitas, a una piñata de conclusiones inconclusas a verdades contradictorias e incluso a inquietantes sospechas que hacen por ejemplo preguntarse a uno si no estará soñando en lugar de leyendo esto que ahora lees.
“Richard Gere no va a venir”, le suele decir Castells a sus alumnas, pero lo cierto es que para Carey Lowell si vino (y antes para Cindy Crawford, claro que Cindy se lo merecía…) Aun así, Gere no podría evitar la horizontalidad que la rutina impone a todo ser humano, “vale, estás muy bueno, pero tienes que ponerle gasolina al coche”, le decía a Denzel Washington su esposa todos los domingos. ¿Pero y si Richard Gere o Sharon Stone fuesen incluso más ‘maravillosos’ que en las películas? De momento me iré a almorzar un potaje de lentejas.