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Una izquierda democrática

No se agota mi asombro frente a las incoherencias de la izquierda gobernante latinoamericana y sus entusiastas defensores, de hecho se renueva a diario. No obstante, de tiempo en tiempo, con períodos demasiado espaciados, alguna buena noticia se recibe del frente aquel.

Unas semanas atrás, el presidente chileno Gabriel Boric visitó México. Fue recibido con alfombra roja y se le rindieron todos los honores. En su programa oficial, un día le tocó dar un discurso en el Senado, que fue especialmente polémico. Entre otras cosas, interrumpido por ovaciones, dijo:

“No podemos mirar para el lado ante por ejemplo la crisis que se está viviendo en Haití. No podemos mirar para el lado ante los presos políticos en Nicaragua. No podemos mirar para el lado cuando en cualquier país de nuestra América Latina se violan los derechos humanos (…). Veo en sus pupitres, y me alegro que no es un tema político sino que es transversal, “nos faltan ellas”, imagino que tiene que ver con los feminicidios, 11 mujeres todos los días asesinadas en México. Brutal. No naturalicemos estas violencias. Tenemos que combatirlas en conjunto (…). Quiero invitarlos a que trabajemos juntos unidos esta agenda y hagámoslo profundizando siempre nuestra democracia. Porque en Chile lo decimos con mucho orgullo: cuando tenemos problemas de convivencia, cuando tenemos diferencias entre los diferentes sectores políticos, los problemas de nuestra patria los solucionaremos siempre con más democracia, no con menos”.

Sus potentes palabras se oyeron fuerte en México y fueron aplaudidas por los senadores y por varios sectores en el país, pero sobre todo retumbaron en América Latina. Son múltiples las razones.

Sucede que pareciera que buena parte de la izquierda que gobierna el continente ha hecho de “mirar para un lado” una práctica recurrente, ha naturalizado esa actitud hasta el límite de la vergüenza. Mira a un lado cuando no conviene ver sus propias miserias, las consecuencias de sus actos. Y peor: oculta sus errores, hace trampa, fraude, protege sus operadores oscuros, miente cuando lo necesita y presenta como cierto lo que sabe que es falso.

Boric nos muestra que la izquierda tiene distintos rostros. Hay quienes se esfuerzan en enseñar al continente como si fuese un bloque sin diferencias, como si una “marea roja” estuviera obteniendo victorias electorales por doquier formando un frente homogéneo y articulado. Boric parece recordarnos que no hay una izquierda latinoamericana, hay decenas: unas en el poder, otras en contra o al margen; unas dictatoriales, otras participativas; algunas honestas, otras corruptas; unas nobles, otras perversas. Hay de todo. Autoproclamarse de izquierda no dice casi nada.

El presidente chileno insiste en que la izquierda no puede ser la responsable de las violaciones a los derechos humanos. Hay tantos ejemplos. Aunque él sólo se refiere a Nicaragua que es el ejemplo más mediático, en Bolivia lo sabemos bien: el gobierno se ha encargado de violarlos sistemáticamente los derechos humanos, desmontar las organizaciones defensoras si no están alineadas al partido, y controlar las pocas instancias estatales que algún día defendieron a los ciudadanos.

El sueño de partido único -logrado en Cuba, reinventado en otras naciones- con estructura dogmática, aparato eficaz, línea dura y obedientes militantes que nunca discutirán con el jefazo, sólo se consolidó en algunos países. El costo de imponer el pensamiento único y de un solo partido para la gestión de lo común es, antes que nada, someter toda diferencia o subordinarla al aparato del partido; es impedir la discusión controlando las instituciones que deberían promover el diálogo, el acuerdo, el encuentro. Es, sobre todo, cortarle las alas a la democracia.

El mensaje de Boric es claro: en vez de resolver los problemas con mayor autoritarismo -como sucede en Bolivia- se trata de encontrar salidas democráticas. Mientras que en Brasil el principal enemigo de la democracia fue Bolsonaro y Lula afirmó que con su victoria vence la democracia, en Perú el depuesto presidente propuso un autogolpe para salir de su crisis.

No hay caminos para la democracia, la democracia es el camino -diríamos pensando en Gandhi-. Habrá que ver si las ideas de Boric abren algunas puertas, y si renace una izquierda latinoamericana auténticamente democrática.

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