Por lo visto, es muy difícil entender o imaginar siquiera que alguien que nació en Bolivia rechace su pertenencia a la bolivianidad. ¿Cómo es posible que no sienta esa identidad? Como ocurre en situaciones límite, en la última semana ha aflorado en Bolivia profundas contradicciones y asuntos históricos pendientes.
Desde el oriente del país se escuchó expresiones indiscutiblemente racistas que provenían de una voz institucional, lo que provocó críticas, y en occidente un líder indio volvió a plantear la necesidad de que los pueblos aymara y quechua tomen el poder e instauren el Qollasuyo, lo que sí levantó voces de rechazo.
En medio de momentos muy críticos por la pandemia del Covid-19, en Bolivia se han producido movilizaciones y bloqueos de caminos que limitaron durante más de diez días todo tráfico de personas y mercancías. Campesinos y gente de ciudades con una identificación racial indígena han sido quienes fundamentalmente protagonizaron estos hechos, pedían inicialmente que no se pospongan las elecciones y después la renuncia de la presidenta transitoria Jeanine Añez.
Desde la cuestionada llegada al poder de Añez se ha producido un incremento notorio del racismo en Bolivia, que comenzó por el mismo gobierno que llamó “salvajes” a sus opositores racializados, racismo que se ha propagado en las redes sociales con insultos de todo tipo, que se evidencia durante enfrentamientos con grupos paramilitares que se ceban con gente de origen indígena. No es extraño pues que un dirigente del poderoso Comité Cívico de Santa Cruz de la Sierra, dirigido por hombres (no mujeres) de “familias bien” de gran poder económico, califique de “bestias humanas” a multitudes campesinas e indígenas por estar, estas, movilizadas.
¿Qué extraña pues de no querer ser boliviano si se reciben insultos, desprecio, explotación, abuso o indiferencia ante todo eso? Es como una mujer maltratada por el marido que solo desea irse y no puede porque no tiene adónde y porque, además, esa casa es suya y lo fue de su familia desde siempre.
Obviamente este asunto no es de hoy, es un asunto que se arrastra desde la invasión española cuando, literalmente, las violaciones comenzaron. No tiene por qué extrañar pues la reaparición del líder indio Felipe Quispe, el Mallku, en el occidente boliviano, y que lo haga con fuerza.
No es extraño que vuelvan los nombres de Tupac Katari, Bartolina Sisa y Gregoria Apaza, que en 1781 sitiaron la ciudad de La Paz durante 184 días; que se recuerde a Pablo Zárate Willka y su ejército indígena en la Guerra Federal y que en 1899 abril se formara un “gobierno aymara” presidido por Juan Lero, lo que nos lleva a 1956, cuando Laureano Machaca Khota buscó ser presidente de la primera República Aymara. Hay muchos ejemplos de lucha ya sea mediante movimientos armados, a través de la iniciativas educativas, con el pedido de leyes o mediante organizaciones sindicales y partidos políticos.
Es importante recordar que en todas estas luchas y reivindicaciones las mujeres han estado presentes, ya sea en las calles, en las carreteras o en las organizaciones y que, sin embargo, su representación pública es mínima. En esto hoy son iguales blancos e indios, donde el machismo les hermana.
Las mujeres indígenas y cholas de ciudad tienen una identidad e identificación clara en su vestimenta, fundamentalmente con la pollera. Es así que por un lado la mujer de pollera es constantemente atacada, con insultos y desprecio, desde posiciones racistas; al mismo tiempo es defendida desde la indianidad como representante simbólica. Si bien se trata de mujeres a las que se les atribuye un poderío, éste es en su entorno próximo individual, ya que no tienen un peso político real en el espacio público, ni en sus propios espacios étnicos.
Bolivia tiene una población indígena que es mayoritaria y la única forma de que también sea un país de toda esta población, ignorada históricamente, es que tengan una presencia política y de poder. Una presencia normalizada en todos los espacios sociales, como lo sería que estén en el hoy racista Comité Cívico de Santa Cruz. Espacios que están también restringidos para las mujeres, ¡qué bueno sería que una chola presida esa organización cívica!
Drina Ergueta es periodista.