Marcelo Paz Soldán
Lunes
He estado pensando mucho en ella, pero sé que nunca más volverá a ser lo mismo. Lo nuestro inició hace más de veinte años cuando vivía en La Paz. La había conocido en un viaje que hice a Alemania a la Feria del Libro de Frankfurt. Era la hermana de un alemán que trabajaba en el Instituto Goethe traduciendo textos para estudiantes bolivianos. Él me dijo, ya que estás yendo a Alemania busca a mi hermana Monika, trabaja en Lufthansa y está a cargo de los itinerarios de vuelo en todo el mundo. Es probable que no tenga tiempo, pero si lo tiene de seguro que te hará conocer la ciudad.
Llegando la llamé y, por suerte, se encontraba en la ciudad. Todos los días, después de la feria, me iba a buscar y me llevaba a conocer algún lugar. La última noche se quedó conmigo en el hotel. Me había enamorado perdidamente de ella. A los pocos días regresé a Bolivia y me casé un tiempo después con mi novia; tuvimos dos hijas. Si bien fue un buen matrimonio, mientras duró, no dejaba de pensar en Monika.
Ahora que vivo solo encerrado en mi departamento por la pandemia, recuerdo detalles de mi relación con Monika. Todo se ha magnificado, ha tomado vida propia como esos fantasmas que te acompañan y que por tanta soledad les vas perdiendo el miedo y se vuelven tus únicos amigos. Todo se ha agrandado tanto que me está llevando a la desesperación, a la locura. Mis recuerdos son como un libro que he leído hace mucho y lo narrado permanece ahí, en el olvido, pero ahora comienzo a recordar pequeños detalles, tanto que me sorprende ya que los creía por siempre olvidados. Mi cerebro está alerta, con necesidad de redimirse, como que hubiera tomado un nuevo impulso, una especie de renacimiento.
Siento que fueran mis últimos días, que voy a morir pronto en este encierro, que ya la vida está en estas cuatro paredes, que no existe más realidad de la que ahora tengo. Como un anciano que se encuentra postrado en su lecho recordando su vida y la evocación de un viejo amor decide visitarlo por última vez, así como aquellas cosas que lo marcaron en vida.
Martes
Los primeros días de encierro por la pandemia eran de extrema soledad y quería salir, ver gente, hablar con mis amigos, pero pronto me vencía el miedo agarrotando mi movilidad. Debía salir a buscar alimentos, pero lo fui postergando y viví de lo que tenía; no era mucho, pero limité su uso las primeras dos semanas, ya que el gobierno prometió levantar las restricciones, dijo que de a poco todo volvería a la normalidad. Yo dudaba y comenzaba a pensar que el virus estaba en todas partes, en todas las personas, y que irremediablemente me terminaría contagiando.
Quiero borrar de mi memoria lo recuerdos de ella que me persiguen, pero no puedo, así que he decidido contarlo como una forma de purgarlo, como cuando le arrojé una piedra en la cabeza de un amigo de barrio cuando él se encontraba en la acequia que cruza nuestro barrio aprovechando que estaba desprotegido y a mi merced. No había más intenciones que hacerle daño, abrirle la cabeza y que salga sangre, verlo sufrir, llorar. Cuando lo vi agarrándose la cabeza empapado de sangre sentí un placer indescriptible. Todos estos recuerdos que están en mi interior son como esquirlas de una granada que me hacen daño.
Afuera de mi departamento, en un pequeño jardín, de manera milagrosa las flores y las plantas que antes estaban secas han recuperado, se las ve más verdes y sanas, como si estuvieran desafiando mi encierro. Comienzan a llegar unos insectos que antes no había visto, pareciera que estuvieran aprovechando para reproducirse, la naturaleza está tomando venganza, no dice nada, pero intuyo que se ríe.
Un par de semanas después
Pasa el tiempo pero no estoy mejor. Todo comienza a ser más enredado que en las primeras semanas y confundo lo bueno con lo malo. Aquello que antes me parecía que estaba mal comienzo a pensar que en realidad estaba bien. El haber engañado a mi esposa con Monika que había decido venirse a vivir a Bolivia conmigo no me parece que haya sido malo, ya que estaba aún completamente enamorado de ella. El que me haya contactado muchos años después me había tomado por sorpresa ya que aun seguía casado.
Mi ex esposa vive con mis hijas en un departamento. Ella no me permite verlas porque piensa que es peligroso que las contagie. Estoy seguro que si fuera donde ellas viven tendría que pasar por un proceso de desinfección; me haría entregarle mis zapatos y ropa para fumigarlos con cloro. Las veré cuando se levanten las restricciones y ahora me conecto con ellas por video llamadas. Al comienzo de la ruptura no me permitió verlas los dos primeros meses que me había ido, como una forma de vengarse de mi infidelidad. Ahora que el gobierno restringe las salidas, ella ha retomado su ataque como para seguirme castigando. Sabe que el dolor que me causa no verlas terminará afectándome. No he podido llevarle la contra porque se que es una buena madre y es mejor que estén con ella que conmigo compartiendo mi aislamiento. Las video llamadas que tengo con ellas son cortas, nos limitamos a preguntarnos cómo estamos, evitando cualquier tipo de conversaciones que involucren sentimientos. Mi hija mayor, Zaza, se limita a hacer chistes a modo de cortar los vacíos. ¿Cuántos tipos de sal existen?, papá. No lo sé. Varios: sal de mar, sal de salar y sal conmigo, bebé. Se ríe sola.
Jueves
Después de vivir un tiempo en Bolivia conmigo, Monika decidió dejarme y regresar a Alemania ya que decía que yo había perdido la cabeza, que no era lo que recordaba de mi, que me estaba volviéndome loco, lo que me parecía una exageración ya que lo único que yo hacía era beber vino mientras corregía galeras de libros que iba a publicar la editorial en la que trabajaba.
Cuando llegó el virus a Bolivia estaba viviendo solo y no sabía como reencaminar mi vida. Intenté contactar a Monika nuevamente, pero había desaparecido. La busqué de todas las formas que me fue posible, incluso llamé al hermano, pero me dijo que tampoco sabía nada de ella y creía que se había ido a vivir a otro país y que ya no estaba más en Alemania. Sé que miente. En mi confinamiento intentaba recordar los detalles de nuestras conversaciones para entender porqué me había enamorado tanto para incluso dejar a mi familia.
Dos semanas después
El gobierno comenzó a dar una gran cantidad de bonos a aquellos que lo necesitan y el hambre comenzó a apoderarse de ciertas zonas de la ciudad y éstos comenzaron a levantarse con bloqueos y enfrentamientos violentos con los policías y militares. La zona sur, donde se encuentra el botadero de la ciudad, es la más conflictiva y tiene la mayor cantidad de militantes del depuesto partido que ocupó el poder en los pasados catorce años. Yo no estoy interesado en ningún bono, solo pienso que sería mejor que el gobierno se dedique a reunir parejas que merecen estar juntas en cuarentena.
Una semana después
Los días pasan y esta nueva normalidad se hace costumbre, una nueva forma de enfrentar los días. Ahora todo es más confuso y ya no recuerdo cómo era mi vida antes de que se iniciara el encierro. Han aparecido por mi zona una especie de mercados ambulantes; son automóviles que antes eran taxis, han sido adaptados como puestos de verduras, carnicería o fruteros. Tomo todas las previsiones que me son posibles para abastecerme de ellos. Uso guantes, me hago un barbijo de restos de una polera con la que antes salía a trotar, y toda la ropa que utilizo es vieja, para que cuando regrese de las compras pueda desecharlas por si algunos de esos seres invisibles hayan decidido acompañarme de regreso a mi departamento.
Me acerco con desconfianza a los puestos que tienen altavoces que compiten entre ellos para que la gente les compre; todos los sonidos se mezclan. Ya no sé si el kilo de pollo está en ocho bolivianos o el de tomates. Estoy preocupado por el precio ya que el dinero ha comenzado a escasear, pido rebajas y sólo compro pequeñas porciones como para poder subsistir un poco más y ahorrar el dinero. Las vendedoras parecen inmunes al contagio. Están preocupadas por vender, de otra forma su producto se les va a podrir y tendrán que tirarlo. En el camino de regreso me sorprende ver el río que cruza la ciudad ha dejado de estar contaminado por los residuos que botan las industrias. Al entrar a mi departamento comienzo nuevamente a pensar en Monika, que es lo único que ha estado ocupando mi cabeza últimamente. Necesito pensar en otras cosas, ocupar mi mente en mi trabajo pero no puedo, los recuerdos de ella regresan una y otra vez. Aún no he encontrado la forma de borrarla de mi cabeza.
Son pocas cosas las que he comprado y, después de tomar una rápida ducha, me cambio de ropa y la que utilicé la lavo inmediatamente. Reviso lo que he comprado y pienso que si utilizo bien mis nuevas provisiones tendré al menos un par de semanas sin salir. Prendo la televisión, quiero enterarme si el gobierno ha creado un nuevo bono y las formas que podré tener yo en caso de que pueda llegar al banco donde se concentran miles de personas desde temprano. Los policías y militares que las resguardan también se están contagiando. No me preocupa tanto ir al banco sino tener que estar en contacto con la gente de seguridad; unos guardias que antes protegían al banco de los ladrones, ahora son de ellos de los que debemos protegernos y ellos de nosotros. Esperaré a que mi bono sea depositado en mi cuenta, si es que me asignan uno, aunque me he vuelto invisible para el sistema. Cuando los gobernantes hablan siento que no se dirigen a mí.
En la pobre Bolivia, donde la bonanza económica de los anteriores años se despilfarró en obras que no eran necesarias, los gobernantes se la ingenian en mantener a la población a salvo con un menú de bonos que benefician a unos cuantos, mientras una gran mayoría ya ha empezado sufrir el impacto de la falta de dinero y alimentos. El hambre comienza a golpear a aquellos sectores que siempre han sido los más vulnerables, esos márgenes de la ciudad que si bien son inmensos son prácticamente invisibles. Los robos aumentan y la gente se desespera. El congreso ha convocado a elecciones sin acuerdo con los gobernantes, que ahora son oposición. Se enfrentan, no se tienen miedo y saben que únicamente el más fuerte va a sobrevivir.
Cuando puedo, continuo editando libros que espero algún día se puedan imprimir. Dedicarse a la narrativa en un país que no lee no es el mejor camino que uno puede tomar. Mi madre siempre me reclama que cuándo voy a conseguir un trabajo de verdad y que espera que me dedique a otras cosas.
Algunos de mis familiares y amigos han tratado de contactarme pero he decidido ignorarlos, no vaya a ser que decidan venir a visitarme, lo que sería terrible para mí. Tener que escuchar sus problemas financieros o las cuentas que no han podido pagar como el colegio de los chicos, alquiler o el salario de los empleados. Así que hago de cuenta que no existen. A veces escucho el teléfono en la cocina, pero no contesto. De la mayoría de mis amigos no tengo noticias, supongo que se han cansado de llamarme. Al comienzo necesitaba de sus consejos, que me señalaran cosas que no eran evidentes para mi. Creía que no podría aguantar esta soledad sin ellos, con esa necesidad que tenía de saberlos cerca. Recuerdo los fines de semana en que salíamos a divertirnos. He dejado que su presencia ya no sea necesaria aunque sé que eso no es cierto.
Mis padres deben estar preocupados por mí, pero se que ellos también la están pasando mal. Ambos tienen más de ochenta años y mi padre tiene miedo a morir contagiado por el virus. Es irónico para un hombre que fue médico y siempre ha enfrentado a la muerte, que decía no tenerle miedo, que lo llevara cuando sea, que él estaría feliz de abandonar este mundo, que lo haría con gusto, que no le tenía miedo. Ahora sabe que finalmente lo han escuchado, que es tiempo de morir. Está viviendo en total confinamiento y no deja que nadie entre a su casa. Se ha comprado una infinidad de desinfectantes y es lo único que hace todo el día: desinfectar.
Mi madre es más audaz, se ocupa de las cosas que mi padre ya no hace. Él es totalmente dependiente de ella, no sabe exactamente qué va a comer todos los días, sólo lo hace callado y trata de evitar enfrentarla por que son peleas que ya no las podrá ganar. Se ha resignado, ahora sólo espera cada mes poder cobrar su jubilación. Porque si algo tiene este virus es que es en los viejos en los que más se ha ensañado. Son ellos los que primero deben morir. Una senadora italiana dice que los mayores se deben sacrificar para que la economía siga funcionando. Mi madre sale todos los jueves a comprar alimentos para la semana. La imagino discutiendo con las caseras o haciendo nuevas amigas con señoras que están igual que ella.
Mi hermano vive en los Estados Unidos y me prevenía desde hace meses que esto que ahora vivimos sucedería también en Bolivia. Vive encerrado con Mariana, su esposa, en su casa en un pequeño pueblo universitario donde ambos enseñan. Sus alumnos ya no están más, han regresado a sus hogares. Mi hermano y su esposa son más radicales que yo ya que tienen una especie de bunker que han llenado de enlatados. No piensan salir a abastecerse incluso si se les acaba la comida. Prefieren morir de hambre antes que un pequeño virus los mate. A pesar de su paranoia el tiempo le ha ido dando la razón. Él vio las consecuencias del virus incluso mucho antes que los mismos médicos lo hicieran; vaticinó las miles de muertes. Él ya estaba encerrado antes que los gobiernos de todo el mundo cerraran sus economías y fronteras y los vuelos se cancelaran.
Los consejos de mi hermano, con más horas libres ya que no está dando clases en la universidad, me han obligado a leer de manera obsesiva sobre el virus y conocerlo tan bien que me permita encontrar el remedio en caso de infectarme y poder curarme. No me interesa uno que salve al mundo de su extinción sino únicamente el que me permita mantenerme vivo.
Mientras su esposa, si bien no es tan radical como él, ya que está segura que su muerte no será por el virus, cree que los extraterrestres gobernarán el mundo después. Su teoría es que las poblaciones quedarán diezmadas y sobrevivirán unos cuantos, los más aptos para una nueva forma de vida que iniciará apenas acabe la pandemia. Ella sigue la teoría planteada en la novela de Oms en série de Stefan Wul, en la que los seres humanos —llamados Oms— sirven como mascotas para unos extraterrestres que están siguiendo los acontecimientos, y ha comenzado a investigar los nuevos avizoramientos que dicen se está produciendo en todo el mundo. Sus teorías son muy elaboradas y me cuesta creerle cuando hablo con ella, pero siempre me quedo con la duda ya que al inicio, cuando oía a mi hermano hablar del virus, no le creía. Pensaba que exageraba, como me sucede con ella. Pero he decido ser prudente y dejar de dudar de ellos. He preferido otorgarles el beneficio de la duda y pensar únicamente en mi sobrevivencia.
Jueves
El gobierno, para evitar el desabastecimiento, ha autorizado que nos movilicemos de acuerdo a la terminación de nuestra cédula de identidad. La mía termina en 1 y me corresponde salir los lunes sólo hasta el mediodía, una especie de día libre, bajo un estricto control militar y policial, quienes han tomado un protagonismo central en este gobierno. A pesar de tanta restricción y control, los casos de covid-19 siguen aumentando. Pienso qué hubiera pasado sino se decretaba la cuarentena, esto hubiera estado como en aquellos países que lo subestimaron, como Brasil, México, Ecuador, donde los casos se han multiplicado de manera incontrolable. Pareciera que lo único que queda es hacer fosas comunes y tirar los cuerpos. Cerca de Nueva York hay una isla donde entierran a los cadáveres de las personas que no han sido reconocidas por sus parientes. También han aparecido camiones de traslado con cuerpos que nadie sabe de dónde han salido. La presidenta de Nueva Zelandia menciona que ha vencido el virus, que en su país ya no hay contagios, pero también ha decidido cerrar sus fronteras y no dejar que haya agentes externos que los contagien.
Viernes
A estas alturas de la pandemia ya nada parece causarme felicidad y el amor que sentía por Monika se ha vuelto irreal y he comenzado a oír voces que me dicen que ella nunca me quiso. Todo lo que me causaba felicidad, como cuando salíamos a escuchar música y tomar vino, ahora su recuerdo me causa infelicidad. Necesito encontrar algo en qué ocupar mi mente. Mi estado mental ha comenzado a desestabilizarse y en las noches ya casi no puedo dormir pensando en si Monika va a regresar, si los médicos encontrarán una vacuna, si los extraterrestres estarán pasando por el cielo y yo me perderé su visita. La gente ya no es un público silencioso, sus voces son oídas y amplificadas por las redes sociales. Los medios digitales ganan terreno y las nuevas generaciones están más preparadas para el cambio. Hay un movimiento silencioso en el mundo digital que no es visible. El internet trabaja a full casi de manera permanente, todos están hiperconectados. Estoy pensando que en mi próxima salida voy a comprar únicamente latas y he empezado a estudiar los efectos de las antenas de 5G en la salud de las personas mientras intento contactar a Monika, quien sabe, de por ahí decida darme una nueva oportunidad.
Marcelo Paz Soldán nació en Cochabamba. En varias entrevistas comentó que su familia siempre se fomentó la literatura, por lo que se dedicó a la misma y actualmente es director de la editorial Nuevo Milenio. Es escritos y editor de libros de diverso género.