Un abrazo es el acto de rodear con los brazos a alguien o de hacerlo dos personas entre sí, como muestra de afecto, cariño o felicitación. Los psicoanalistas dicen que el abrazo permite una fusión con el otro; Freud señalaba que el ser humano nace indefenso, y necesita de la asistencia ajena; sin ella se muere, o sea que no puede desarrollarse por sí mismo. El abrazo viene a simbolizar esa fusión entre dos seres humanos que se necesitan.
Fito Páez lo pone en bonito: “Al final, lo que queda es abrazarse, confiar en el otro, amar y dejarse amar en medio de la balacera que es la vida.”.
No obstante, abrazarse en tiempos de la pandemia corona virus deviene en ser algo prohibido, tan prohibido como es obligatorio llevar el barbijo y mantener una distancia social de por lo menos un metro y medio.
Por eso el profesor británico de enfermedades respiratorias, Julián Tang, sostiene que abrazar conlleva un riesgo alto. Si alguien quiere o no asumir ese riesgo estará en función de los beneficios que pueda aportar y esa, es una decisión personal.
Hago estas consideraciones a propósito del tierno y sentido abrazo del vicepresidente David Choquehuanca Céspedes y la principal candidata a la alcaldía de El Alto, Eva Copa Murga, que ocurrió en el sepelio del líder indigenista Felipe Quispe.
No es un secreto para nadie la deslealtad de Evo Morales para con Eva Copa, quien aspiraba a ser candidata por el MAS por el mayoritario respaldo que tenía en El Alto. Sin embargo, Morales designó a otro candidato sin la popularidad de Copa. Ella protestó, pidió reconsideración, pero no fue tomada en cuenta. Optó por la sigla del partido del difunto y fue expulsada expeditamente del MAS. Morales fue muy duro con ella e, indirectamente, la tildó de oportunista.
Choquehuanca tenía legítimas aspiraciones a la primera magistratura del país y reconducir el proceso de cambio que, con Morales, había perdido de rumbo. Tenía todas las de ganar, pero se impuso Morales y nombró como candidato al actual Presidente. Choquehuanca recibió un premio consuelo.
Se podría decir, entonces, que el abrazo entre Copa y Choquehuanca es muy significativo y revelador, pues dos personajes con evidente caudal y futuro político, siempre leales a Evo, pero con una lealtad no correspondida, en un simbólico abrazo, a pesar de la pandemia, se fusionan emotiva y públicamente.
San Agustín, en su interpretación de la historia universal, escribió que la ciudad de Dios y la del pecado eran dos ciudades antiéticas y en mutua y permanente enemistad con una dialéctica amigo / enemigo.
En la dialéctica amigo enemigo hay cuatro opciones: (1) El amigo de mi amigo es mi amigo; (2) El amigo de mi enemigo es mi enemigo; (3) El enemigo de mi amigo es mi enemigo; y (4) El enemigo de mi enemigo es mi amigo.
Esa cuarta opción que, a menudo, surge en la política, es una táctica que se da cuando dos partes tienen un mismo enemigo y aúnan fuerzas para derrotarlo. Es un procedimiento repetitivo a lo largo de la historia política del país para soslayar una confrontación directa.
Tampoco es un secreto para nadie las turbulentas corrientes internas dentro del partido de gobierno, pero la dialéctica que están demostrando Copa y Choquehuanca podría terminar en la verdadera renovación del partido de gobierno. El beneficio político del riesgo de abrazarse en tiempos de pandemia es, a todas luces, beneficioso para los dos y va en detrimento de quien impide tercamente la renovación.
Morales siempre representó la confrontación con propios y extraños; Copa y Choquehuanca, por el contrario, fueron siempre partidarios de la conciliación. La confrontación es peligrosa porque no concuerda con la cosmovisión andina que tiende a alcanzar el unancha, el dominio de las pasiones y deficiencias en detrimento del Qhapaq, el Camino Justo hacia la armonía de la complementación de opuestos.
Fernando Salazar Paredes es abogado internacionalista.