Sorprendió cuando, aun proviniendo del radicalizado Movimiento Al Socialismo, se allanó a la promulgación de la ley de convocatoria a elecciones generales y, hasta posó para la foto sosteniendo la norma, todo un símbolo y un legado para la historia: dos mujeres, la presidenta Áñez, de la “derecha”, en un lado y ella, de la “izquierda”, en el otro. Era la imagen de la conciliación, el fin de cincuenta horas de vacío de poder y un manto de piedad después de semanas de tensión, incertidumbre, odio y muerte.
¿Quién puede dudar del protagonismo actual de Eva Copa, la joven presidenta del Senado que hasta hace un par de meses se mantuvo a la sombra de su partido, un partido con nombres fuertes y dominantes como Evo Morales, Álvaro García, Juan Ramón Quintana, Héctor y Luis Arce o Carlos Romero? Todos hombres. Las mujeres que lograban descollar dentro del grupo reinante en el “instrumento político” (eufemismo que sirvió solo al principio y para encubrir la verdad de un partido ‘jerarquizado’) desempeñaron siempre, salvo raras excepciones, papeles secundarios.
¿Cómo es posible que nadie al interior del MAS haya sido capaz de subvertir los egoísmos de esa cúpula cegada de poder? El empecinamiento en la candidatura de Morales —que ahora, tarde, reconoce como un error— le costó al partido mejor organizado de Bolivia una salida indecorosa del Gobierno. Increíble, pero cierto.
El MAS fue y es hasta el momento un partido esencialmente machista. No solo por las coplas empedernidas de su todavía líder, ni por sus comentarios cosificantes de la mujer, sino por cómo concibe lo femenino en la política: como un mero complemento; triste e indignamente un adorno, como lo fue por lo general el indígena a la hora de la formación de los binomios presidenciales o del llenado de las listas de candidatos. Esto último, en honor a la verdad, pasa en todos (o casi todos) los partidos.
¿Quién es Eva Copa en realidad? ¿Representa a una nueva generación de mujeres líderes que se dan su lugar dentro de la “política de (dominada por) los hombres”, o es apenas una ilusión de esa renovación necesaria, diferenciadora, que podría marcar la pauta de un futuro genuinamente inclusivo, más democrático y plural?
¿Por qué Eva Copa da mensajes políticos contradictorios? En definitiva, ¿es ella la que se planta firme, con bravura, ante la fría y avasalladora Adriana Salvatierra, o es la que retrocede solo para darse impulso, como buena alteña, pero su coraje tiene un límite, no implicando rebelión alguna ante el partido verticalista, machista?
¿Qué clase de política de avanzada —como se mostró hacia el final de la crisis Eva Copa— es la que cuestiona las malas decisiones de su partido y, al mismo tiempo, defiende la continuidad de quien avaló con su liderazgo esas decisiones? ¿La presidenta del Senado está jugando a dos puntas? ¿Cuál es su carta, Copa?, ¿tiene acaso un as bajo la manga? Después de ganarse a base de personalidad la simpatía de la gente sin distinción de ideologías, mal haría si se realineara y no pusiera condiciones a la hoy desbandada y perseguida por la justicia cúpula del MAS, que trata de retomar las riendas del partido desportillado como si nada hubiese pasado y desconociendo —o no queriendo asumir— que la realidad política boliviana ha dado un giro de ciento ochenta grados por el repentino despertar de una conciencia ciudadana movilizada.
De orígenes humildes y con un carácter forjado en ambiente guerrero si los hay, donde la lucha por los derechos se hereda mediante conducto natural: indefectiblemente de padres a hijos, Copa no podría haber nacido en otro lugar que no fuera El Alto. ¿Hay que desconfiar de ella? “No tengo nada que esconder, siempre he sido una mujer con valores; soy aymara y los aymaras no tenemos miedo a nada”, le dijo a la periodista Mery Vaca.
Ahora debe demostrarlo. Pero, se enfrenta a un dilema: seguir respondiendo a la línea tradicional —y autoritaria— de su partido, o encabezar un revolucionario proceso de cambio interno, tal cual lo demandan las nuevas generaciones de jóvenes como ella, es decir, los protagonistas de los tiempos democráticos que corren.
Oscar Díaz Arnau es periodista y escritor.