Las campañas contra la corrupción deben focalizarse. No lanzarse en todas las direcciones ni buscar una Gran Solución.
Por: Gabriel Zaid
Reducir un poco la corrupción parece razonable, pero no lo es. La diferencia no se nota, y eso lleva al desánimo. Favorece el pesimismo de los que creen imposible erradicarla. Favorece la posición cómoda o legitimadora de aceptarla como normal, dentro de «los usos y costumbres».
Desde luego, en casos que se denuncien o descubran, hay que proceder. Pero las campañas generales son otra cosa: deben focalizarse. No lanzarse en todas las direcciones ni buscar una Gran Solución. Hay que tipificar las mordidas recurrentes y desarrollar soluciones para cada tipo. Hay que empezar por las más visibles, que son las de abajo; y reducirlas a cero, aunque sean pequeñas, porque eso tiene consecuencias en el ánimo general.
No es algo utópico. Se ha logrado en algunas dependencias, gracias a las leyes de transparencia, el valor civil de muchos ciudadanos, la prensa independiente, la aparición de algunas tecnologías y, desde luego, las autoridades honestas. En las estructuras de poder hay pillos y gente decente. Es injusto y contraproducente descalificar en bloque.
Sería bueno contar con un cuadro general del campo de batalla. Construir, por ejemplo, un catálogo de los puestos y trámites que se prestan a la corrupción, a partir de las noticias de prensa y la experiencia social. Tener un Catálogo de Mordidas y un Mapa de la Corrupción ayudaría a jerarquizar dificultades y oportunidades.
Hay lugares obvios, por ejemplo: las aduanas y los departamentos de compras. Pero también hay soluciones «obvias» que resultan un desastre: paralizan las actividades sin acabar con la corrupción. Hay que buscar soluciones prácticas.
Los sistemas fiscales de hace siglos usaron como simplificación administrativa el «arrendamiento de impuestos». Tú recaudas lo que puedas y como quieras en esta zona, pero tienes que entregar tanto. Lo que sobre es para ti. Esta forma arcaica ha persistido en la recaudación de mordidas, que son un impuesto, dividido entre el recaudador y sus jefes.
Todo lo referente a la circulación de vehículos se presta a la corrupción organizada entre los agentes de tránsito y los comandantes. Tradicionalmente, los cruceros se arrendaban a un policía que tenía que entregar una cuota, determinada estimando qué tan lucrativo era.
Las mordidas para estacionarse en lugares prohibidos tienden a desaparecer con los parquímetros. Que, además, sirvieron para ahuyentar a los automóviles dejados toda la jornada laboral. Las fotomultas también pueden ser un éxito, aunque empezaron mal y han causado resentimiento. Tienen la ventaja y el problema de que el sancionador no está a la vista. Las cámaras se instalan en un tripié que ve a los coches de frente y envía las imágenes a un centro calificador, donde unas cuantas personas deciden las multas. Son, de hecho, inapelables, porque el procedimiento de impugnación cuesta más que pagarlas.
Según las cifras oficiales, sólo un pequeño porcentaje de las infracciones reciben multa. Lo cual parece indicativo de que no todos los casos son tan claros como la foto de un conductor que habla por su celular o lleva un niño en brazos. Sería mejor usar las cámaras para enviar amonestaciones, y castigar únicamente a los vehículos (públicos y privados) reincidentes.
Otras cámaras: las de los ciudadanos, pueden servir para publicar la corrupción. Las mordidas de tránsito (y otras) son visibles, por mucho que se disimulen. Pueden ser fotografiadas en el acto por «periodistas» espontáneos que suban las fotos y los datos básicos al portal de un periódico.
Hay plataformas digitales diseñadas para eso (www.ushahidi.com). Las de la India (www.ipaidabribe.com) han tenido repercusión internacional (The Economist, Forbes, Businessweek). Publican denuncias anónimas que especifican la cantidad pagada, fecha, ciudad, oficina, circunstancias. También denuncias de mordidas no pagadas (y las consecuencias). También testimonios sobre funcionarios eficaces y honestos.
Para el arranque en México, sería bueno empezar por un Día Sin Mordidas, anunciando profusamente la fecha, pidiendo la cooperación de los ciudadanos para que ese día excepcional no den mordida; y para fotografiar a quienes lo hagan y exhibirlos en el portal. Después de la prueba, se puede repetir el Día Sin Mordidas una vez al mes y luego una por semana. Habría que iniciar pláticas con las autoridades para lo que sigue: castigar a los mordelones. Probado el sistema, puede operar todos los días.