Maurizio Bagatin
Llueve. Llueve siempre en octubre. Y mi tío se ha sentado frente al último bosque que ha sobrevivido. Fuma en silencio y mira la fuga de la liebre, el último zorro que asustó anoche al gallo y a las gallinas.
Sigue lloviendo. Otro cigarrillo se ha encendido. El humo hace de cortina entre mi tío y los árboles. Sombras que se van acariciando. Los hongos mañana estarán para recolectar. Mi tío oye un grito, el ladrar de los perros encadenados, apenas se levanta para reconocer de dónde viene todo esto que interrumpe la plácida monotonía de un día de lluvia.
Lloverá todo el día. Anoche lo anunció el coronel de la aviación, es como una ley lo que él anuncia. Mi tío no cree a todo lo que él dice, pero aguanta. Saca otro cigarrillo del estuche de aluminio, irá fumando otro antes del mediodía. Parece que va oliendo el aroma que de la cocina invade al galpón donde seguimos sentados. Tu tía estará cocinando hongos con polenta, me dice, este perfume es inconfundible.
Llovió todo el dia. El coronel adivinó las previsiones climáticas. Mi tío sigue fumando, ahora con más lentitud, la tarde se presenta más oscura, las nubes han bajado aún más, y la humedad ha iniciado a penetrar en nuestros cuerpos. Me mira y me dice que mañana los hongos serán muchos y si seguirá lloviendo también esta noche, mañana tendremos que llevarnos una canasta más.
Llovió también toda la noche. Fuimos a recolectar hongos bajo la lluvia. Nos faltó otra canasta y mi tío siguió fumando, el dia era de una humedad penetrante. Al retorno seguía lloviendo, ladraban los mismos perros de ayer, oímos también el mismo grito de ayer. De la cocina salía el mismo perfume a hongos con polenta que olimos ayer.
