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Tristes fanatismos; que hemos de ahuyentar unidos

“Vamos adelante juntos, enhebrados al verso de la vida, sobre la base de valores anímicos compartidos; dispuestos a romper el círculo del rencor y la aversión, la espiral del odio y la venganza, empezando por proteger al otro, sí a cualquier prójimo, pues su corazón ha de estar próximo al nuestro para regresar a la mística del gozo eterno y la alegría triunfante”.

                El extremismo violento es una ofensa a los proyectos y fundamentos que nos fraternizan. Globalmente, socava la concordia entre análogos y quebranta, tanto los derechos naturales e innatos, como el proceso sostenible y humanitario. Por consiguiente, es un fenómeno cruel descomunal, que nos deshumaniza por completo y nos deja sin esperanza alguna. Tampoco es nada nuevo, ni exclusivo de ningún país, nacionalidad o sistema de creencias. Sin duda, frente a la furia religiosa desmedida, es evidente que hoy existe también una rabia abundante ideológica o atea de carácter absoluto, que lo único que hace es enfrentarnos y dividirnos. Los dogmas no son hoy exclusivos de las religiones; aparte de que nunca ha sido bueno, lo desmedido, aunque sea en la virtud.

                Ya lo decía en su tiempo, el inolvidable filósofo griego Aristóteles, “la virtud es una disposición voluntaria adquirida, que consiste en un término medio entre dos extremos malos, el uno por exceso y el otro por defecto”.  En el equilibrio está la mansedumbre, o si quieren también, la templanza. Nos agradaría que alumbrase la moderación; sobre todo esto, nos ayudaría a salir del sombrío corredor de los absurdos conflictos e inútiles contiendas. Sería un modo de rebajar el brío huracanado de los grupos de intolerancia religiosa, cultural o social, que lo único que pretenden es cuestionar nuestros valores comunes de paz, justicia y dignidad humana, hasta el punto de que millones de seres humanos han tenido que abandonar los territorios controlados por estas tropas que siembran pugnas.

                Nada puede justificar esta atmósfera salvaje y sanguinaria, pero además hemos de reconocer que nada surge porque sí, requiere de una historia de agravios e injusticias continuas. Por eso, es primordial que no se violen los derechos humanos, ni tampoco se infrinja la seguridad internacional; al tiempo que ponemos en valor la prudencia y la tolerancia como sentimiento sistémico, la conjunción de pulsos y los proyectos solidarios. Necesitamos hermanarnos y sentirnos familia los humanos. De lo contrario, no saldremos de las inútiles batallas. Hoy más que nunca, debemos recomponer un tejido de relaciones, con la mano extendida siempre, tanto entre los Estados como entre sí la propia ciudadanía.

                Por cierto, pensando en los trances y en las peligrosas luchas, que ponen en riesgo la seguridad colectiva, cabe hacer memoria de lo vivido ya, con un sinfín de atrocidades. Sea como fuere, ante situaciones catastróficas, trabajemos conjuntamente, para construir sociedades armónicas que nos embellezcan de luz. Nos hace falta salir de los túneles de terror y despojarnos del sobrado haz de brutalidades. Creo que hoy se requiere de un nuevo humanismo para hacer frente a estos fenómenos perversos, porque únicamente lo sustancial es la persona, que ha de ser libre y humana. Desde luego, este horizonte será un antídoto genial para prevenir el fanatismo dominador y la intolerancia manifiesta, al que hay que sumarle un aluvión de crisis humanitarias.

Vamos adelante juntos, enhebrados al verso de la vida, sobre la base de valores anímicos compartidos; dispuestos a romper el círculo del rencor y la aversión, la espiral del odio y la venganza, empezando por proteger al otro, sí a cualquier prójimo, pues su corazón ha de estar próximo al nuestro para regresar a la mística del gozo eterno y la alegría triunfante. En este sentido, también nos satisface que la Oficina de Lucha Contra el Terrorismo (OLCT), colabore con el Pacto Mundial de Coordinación de la Lucha Antiterrorista, al menos para prevenir y combatir el terrorismo y la propagación subyacente del extremismo violento. Ojalá la conciencia despierte en cada pulsación viviente y entone ese timbre moral que, el orbe requiere, para dar consistencia a la verdad y a la bondad.

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