Comienzo por el final, por el Pequeño saltamontes, nombre venido de la muy popular serie televisiva Kung Fu, de hace mucho. Fernando Huanacuni Mamani, canciller de Bolivia y reencarnación del niño que viajaba con el maestro shaolín por el oeste norteamericano, es, a su vez, también shaolín y un dechado -afirman- de virtudes filosóficas y demás vainas. Lo suficiente para hacer saltar de su silla al maestro Bakunin que desconfiaba de los hombres “virtuosos”. Personalmente escapo de cualquiera que quiera darme normas de vida, Cristo incluido, y que intervenga en lo íntimo y privado; o que quiera sobresalir lo suyo, en este caso lo andino originario, por encima de lo mestizo que somos, del revoltijo obligatorio a que nos sometió la violencia española -entre otras- y que no podemos eludir.
Saltamos a España, ya que de insectos saltadores conversamos. Cuna de deslealtad y oprobio en relación a América; padre (a pesar de ser España femenina) violento de hijos sojuzgados, a los que les legó drama, idioma, y -por ahí- también bondades de las que sería largo discutir. País que entonces no era Borbón, que intentaba deshacerse de la carga idílica en muchos casos de la dominación árabe. País que mientras avanzaba, y hacía avanzar el mundo conocido, con su llegada a las tierras del otro lado del Atlántico, retrocedía en las artes y las ciencias expulsando a moros y judíos.
Borbón: nombre que Francisco de Goya destrozó con unas pinceladas. El característico rostro idiota, sin saber el que escribe si este detalle se hace colectivo en todos los miembros de tal dichosa familia. Pues, Evo Morales y el saltamontes, amén de una señorita bien disfrazada de falso autóctono como su jefe, siempre que puede acude a hacerse acariciar con el amo. Fue feroz en su retórica contra lo colonial. No escatimó epítetos. El odioso enemigo estaba en Madrid, desde allí nos quitaron todo, violentaron. Sin dejar de ser cierto, me pregunto por qué el presidente de Bolivia cuando asoma la aguileña nariz en los palacios de España no se eriza como gato y ataca. Más bien, y como gato, se regodea en la mano acariciadora de los reyes, admira la blanca porcelana de la vajilla (aparte de la blanca camiseta del Real Madrid que debiera rechazar dados sus antecedentes), apoya su hirsuta cabellera en el pecho del alto hombre que fue príncipe de Asturias y hoy reina. Poco faltó para que Felipe le pasase los dedos por la estoica cabeza y lo hiciera dormir en el regazo de la madre patria. Los otros dos: el saltarín y la señora, sonreían beatíficos ante el portento. Por si acaso, si alguien sufriera un soponcio, el shaolín cargaba una mínima y mágica ch’uspa supongo que llena de hojitas dulces de Coroico porque la chapareña es amarga.
Luego La Haya ¡Cómo le gusta viajar a míster Morales con plata ajena! Y carga el establo consigo, uno pudiente y camorrero que utiliza los días de alegatos por el mar para llenar las maletas de compras lujosas europeas que quizá guarden y más seguro revendan a su retorno. ¡Ay, Bolivia, tan triste pero tan lista!
Si en juego estuviera el bien común, el de los ciudadanos bolivianos en general, apoyaría una extrema campaña de reivindicación marítima. No lo hago porque sé que en el lejano caso de que se consiguiera un trozo de territorio, este de inmediato se convertiría en feudo del MAS. No playa para la plebe, qué no; infraestructura y barcos para exportar lo que mejor se exporta, lo que tiene nombre de planta y da tres a cuatro cosechas al año, aquello que energiza al autócrata Trump y enloquece a los negros pobres que compran un subproducto adulterado.
No hay patria en juego, debemos entenderlo. Ni transparencia ni orgullo nacional. Aquí se cuece, aparte del espaldarazo político, un negocio privado y nada más. Mar para Morales y su partido. ¿Al resto? Minga.