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Tierra y libertad

Maurizio Bagatin

Polvo, polvo y limo, agua y barro. La materia se libra y esto es el hombre. Luego el limo retorna, se seca y se vuelve otra vez polvo. A veces, en este limo se inmiscuye algo anómalo y se va amalgamando, creando una pacotilla amorfa, truculenta, humanamente insostenible: la burocracia. Pero cuando el limo se solidifica puede ser adobe o terrón de tierra, refugio o arma, defensa o ataque. En algunas páginas la historia se reduce a estas dos acciones. Y retorna como eterna dicotomía, de ida y vuelta, de buenos y malos, de blanco y de negro. Sin escape.

Descubro a Marco Cicala, a través de un libro importante que hoy me regala el fotógrafo Danilo De Marco, Tres anárquicos: el poeta, el revolucionario, el falsario. La vida de Armand Gatti, el hombre con la piel de Durruti, Abel Paz, la noche del tiempo roto, y Lucio Urtubia, el peón de lo imposible. Lo leeré con el tiempo que se necesite para meditar sobre estos tres personajes. Hoy el tiempo no es ya lo de ayer, no es lo de anteayer. Mientras, me voy investigando sobre este extraño escritor enamorado de España y me encuentro con que este su amor lo llevó en encontrar piezas de la historia española que fueron enterradas. Una de ella es la historia que narró Mateo Alemán en Guzmán de Alfarache (1599): “en las minas de Almadén, donde se obligaba a trabajar a gente en condiciones de esclavitud, subhumanas, como en un campo de concentración. Alemán descubrió la verdad. Pero, dado que era una verdad incómoda, fue enterrada. Parece una novela negra del siglo XVI”.

Los domingos parecen conservar siempre las mismas propiedades. Ilusionarnos con sus horizontes mañaneros, hacernos pecar en las mesas, forjar nuestros caracteres durante sus tardes ociosas. Cuando existían aun los periódicos y los hábitos de la lectura, cuando todo esto que hoy llamamos arqueología era aún vivo, nos intercambiábamos paginas sueltas llenas de noticias, custodiábamos los suplementos literarios, ávidos de onomatopeyas y de literalidades.

Y propio hoy, domingo que va dejando atrás la penúltima luna del año, absorbo otra realidad, los años no transcurren en vano, hay que dejar definitivamente de hacer no que no tenemos la gana de hacer. Tampoco no invade en vano la fuerza de la persuasión. Persuadido no lo fue Napoleón, quizás por eso tuvo que volver de una Rusia ya surreal, y no lo fue Alejandro Magno, viendo el mar donde al frente había solamente el Gange.

No llueve aun, la tierra sin mal sigue ahí. Macario va desempolvado las telarañas de la historia, mientras mira a sus hijos, tienen nombres que no pertenecen a su memoria. Flotan entre el cielo y la tierra los recuerdos de los caminantes y de la violencia que sufrieron. Un amigo me hace recuerdo que Pedro Paramo pudo haber pasado por aquí, y es cierto; si nos detendríamos un poco más, lograríamos sentir aquella brisa que acaricia nuestra piel arrugada, como una palmada recibida para seguir andando.

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