Eliana Suárez
Hueco como el corazón cuando se rompe y elige dejar de sentir. Golpe seco y siniestro. Cae la primera rama y algo de la vida se va con ella.
La aurora teje mañanas de miel y bronce y abduce la luz que mana de la tierra. Olía a café en la casa y era la felicidad una utopía vuelta realidad.
Mas cae la segunda rama y es la lluvia incesante la que envuelve el recuerdo íntimo de horas eternas que anidaron en cada gota que repicaba en el cristal.
La tercera rama, etiqueta de un obituario escrito con trampa, se desliza, adormecida, hacia la tierra. ¿Qué oculté antes de que ya nunca más me riñeras? Hace tanto frío allá afuera como calor dentro. ¿Qué le digo a este cuerpo sin piel?
Y, entonces, se desploma la cuarta rama, carente de la tibieza hambrienta de un recuerdo. El quiebre de una voz en una habitación cerrada, eco tenaz frente al espanto.
Atravesado de aire, cae el tronco rendido por la urgencia. Se abre un vacío lleno de nada. Y se queja el cuerpo, peregrino sin sendero, sin fuente, sin manta.