Raymond Queneau y George Perec, al principio el arte del puzzle parece un arte breve, luego vendrán los desafíos más grandes, llenar estos huecos que esperan la pieza que le corresponde. Millones de combinaciones posibles, un infinito algoritmo que penetra con las cuerdas del bajo de Jaco Pastorius. Como un canto de sirenas, en una encantadora playa nos quedamos, sudoku y rompecabezas, números infinitos en búsqueda de su lugar en el infinito espacio entre el cielo y la tierra. Números y letras. Signos metafísicos, abstractos, surreales, la búsqueda que Umberto Eco hizo más meticulosamente que con sus narraciones.
Sudokus literarios los encontré en Robbe-Grillet, en Rayuela de Cortázar (todos lo percibimos, algunos lo dijeron, muchos citaron solamente el libro, sin haberlo leído…), en todos estos experimentalistas que buscaban la perfección, uno de ellos fue Paul Valéry, otro es el poeta suizo-boliviano Eugen Gomringer. En todas las artes hubo y seguirá habiendo esta expresión que tal vez será lógica.
Sudokus literarios en el orden que se imponía la poesía de Dante Alighieri y de Stéphane Mallarmé; los heterónimos de un anónimo Fernando Pessoa y en Uno el Universo de Ernesto Sábato. Construcciones de ingeniería literaria como El Quijote y Guerra y Paz, Los hermanos Karamanzov, Vida y destino, Pedro Paramo, Rojo y negro, La montaña mágica, Cien años de soledad, La región más transparente, Gran Sertón: Veredas, El hombre sin atributos y La muerte de Virgilio, Paradiso de José Lezama Lima. Opus Magnum.
Misterio de los números, poder de las palabras. Signos y sonidos como en las tablillas sumerias. Cuando se evapora la figura y el concepto, se concentra en ser todo realmente nietzscheano. Con la matemática, por ejemplo, la música, y en algunos silenciosos oficios de millones de personas. Paciencia y parsimonia.
Maurizio Bagatin,