Hugo H. Padilla Monrroy.
Amaneció un día cualquiera de agosto, de un mes octavo de un año cualquiera entre 1986 al 1989, claro, despejado, limpio de humos, con clima templado y alguna brisa matinal que denunciaba una temperatura agradable, para los vivientes de la estancia Dos Islas, en los bordes del camino Trinidad – San Ignacio de Moxos, también agradable para el grupo de visitantes, que asomaban sus seres despiertos de los toldos excursionistas que habían armado días antes a su llegada al lugar, con el objeto de realizar estudios de Antropología y Arqueología en esas lomas de la cuenca y humedales del Río Tijamuchí.
La faena de ubicación y limpieza de un área escogida al azar en el patio estanciero, con el permiso y anuencia de los habitantes del lugar, remarcaron una superficie cuadrada de cuatro metros cuadrados, lados de dos metros por dos, lo ubicaron geodésicamente orientado uno de los ejes al norte magnético, ceremonia que fue seguida por unos instantes de silencio y respeto por la faena a realizar.
Munidos de sus aparejos de excavación, la iniciaron de manera prolija, respetando los bordes de la demarcación en una superficie de un metro y solo 10 cms. de profundidad, el material recogido fue tamizado y resguardado en bolsa de plástico con numeración codificada, indicando sus características ya definidas por sus normas y protocolos. Así, cada estrato de excavación era cuidadosamente extraído, observado y anotado en bitácoras seleccionadas, así se fue avanzando el objetivo, sin prisa, como si fueran dueños del tiempo.
Este grupo especial, había llegado desde la Universidad de La Plata de Argentina, por encargo del Instituto Smithsoniano de Historia de los EE. UU., y Amazonian Ecosystem Research (EUA), en estrecha colaboración con el Instituto de Arqueología de La Paz (Bolivia), formando un equipo argentino-boliviano, integrado por Bernardo Dougherty, Horacio Calandra, Víctor Bustos y Juan Faldín hicieron la investigación y la anotaron en un documento histórico, como «Amazonía boliviana: arqueología de los Llanos de Mojos», entre los años de 1977 y 1981, en varios sitios de identificación, precolonial.
El trabajo se desarrollaba metódicamente, sistemática, sin premuras, de tal manera que no se perdieran detalles, evidencias y muestras por más mínimas que fueran. Sobre las lomas que se elevan del nivel promedio de pampas o bosques, como nuestra actual experiencia, la loma de Dos Islas presenta una base de 200 m. por 150 m. y una altura de 8 m. La excavación realizada pone de manifiesto la presencia de entre 12 y 20 ocupaciones superpuestas hasta una profundidad de 7 m., cuya datación fue calcula abarcando un período entre los años 300 d.C. y 1200 d.C., esta excavación Arqueología, esta contribución, al legado ancestral beniano ayudará a esclarecer, mas no, a simplificar el panorama pre-histórico regional de Mojos, tan importante para la temática arqueológica de sur-américa y del oriente boliviano.
Han pasado cerca de ocho días y la faena rutinaria es celosamente desarrollada, se han recolectado muchos pedazos de cerámica y huesillo más alguna fibra del tipo vegetal. Al nivel de la excavación que alcanza unos cuatro metros, se había observado por la limpieza con brocha y pequeñas espátulas una protuberancia que al final resultó ser una tinaja mediana, cubierta con el relleno salido de la zanja que circunda el sitio. Ahora el trabajo de observación y recojo de las evidencias es mas estricto, por ello, se va excavando hasta el nivel del asiento del utensilio llado «Tinaja», de esa manera se encuentra un esqueleto muy conservado, sin evidencias de violencias, el cuello está adornado por un collar de pequeños huesillos y dientes de animales de la región.
Fue seguramente una curiosidad del viviente de la loma, que se adelantó a retirar uno de los dientes, tomándolo entre dedos y depositándolo en la palma, dijo contento…
Este diente es de un animal parecido al perro de la tapera, nosotros le llamamos Borochi, es visto muy poco, no es feroz, vive escondido, come animales pequeños, no le gusta las plantas, un escalofrió se apoderó del Puestero, un descendiente de los Morocosí, Abacú Campi Tawa, fue algo extraño que se incrustó en ese cuerpo humano, cobro vida el espíritu del Borochi, apenas el diente topó la palma del nativo, aunque no se perdió el espíritu humano, de pronto bañaron su mente unos recuerdos de vida, se trasladó en el tiempo, se vio saltando junquillos, pastizales y yomomos, se volvió montarás aunque no libre de los peligros de las asechanzas de la selva y del humano.
Todos en la escena quedaron en silencio, observando la reacción de Abacú, quedó, quieto y absorto con una mirada fija en el infinito, de pronto la rigidez de su presencia, cobro ánimo, pidió como obsequio ese pequeño diente, lo envolvió en un pedazo de papel plateado, proveniente de una de los tantos embaces de cigarrillos LM, que vagaban por el patio, lo cobijo en el bolsillo de la camisa campechana que vestía, pidió continuar el trabajo y así fue, los investigadores continuaron desvistiendo la tierra que cubría el esqueleto, hasta dejarlo completamente al descubierto, la orientación del entierro era de norte a sur. En muchas investigaciones de las lomas existentes en la actual circunscripción beniana, es muy similar la posición de los cadáveres y la disposición de los utensilios que acompañan el desposorio.
Se concluyó el trabajo de excavación de la investigación, con el mas perfecto cuidado, se volvió a rellenar la poza con el material extraído, con el resguardo en lo más posible su consolidación original, y tratar de no mostrar evidencias del trabajo realizado, para evitar otras inquietudes no correctas.
Esa misma noche, Abacú guardó muy cuidadosamente su tesoro, el diente del Borochi en la valija de sus pilchas, no sin antes observarla y sentir la misma primera sensación cuando la recibió como obsequio, quizá por la voluntad del ancestral entierro.
A la partida de los investigadores, con los agradecimientos protocolares y la respuesta de invitación por parte del hospedador, reiterándola para su pronto retorno a seguir investigando, las ocultas y misteriosas antigüedades de esta parte de la Amazonía.
Esa noche cuando las estrellas vagaban por el firmamento, el indígena con el pensamiento viajaba por ese espacio infinito, el sueño cargo su humanidad, soñó que era envuelto en la maraña de esa selva tupida, calurosa, apenas se veía la salida del sol, sacudió su nueva humanidad espiritual, empezó la caminata al curiche cercano a saciar su sed matinal, luego se fue en busca del sustento, de tener suerte encontraría un pequeño conejillo o quizá un ratón. Continuó la marcha, el sol tomó su rumbo ya en lo alto, cuando divisó, este grupo de seres casi desnudos, laboraban construyendo un terraplén o quizá una isla o posiblemente un canal, se echó a la sombra de un macollo de hicharamas, viendo esas labores, de pronto dio cuenta y observó que su aspecto y piel no era del humano Abacú, era un cuerpo peludo, de cuatro patas y parecido a su perro estanciero «Palito», quedó sorprendido y no le importo, total era un sueño.
Así pasaron los días y quizá semanas, Abacú, tenía los mismos sueños muy frecuentemente, y ya no se sorprendía de la rutina y observar el trabajo de esos hombres semi-desnudos, que, en cueros de animales, de tapir, venado, tigre y de algún pariente Borochi, desfilaban desde lo bajo del terreno, a lo alto de esas lomas y/o camellones.
Un día el animalito, tenía la cabeza y hocico apoyado en las patas delanteras, percibió un olor extraño por la brisa de la pampa, se levantó alarmado, e un instante sintió un dolor detrás de la pata izquierda, no supo cuándo, ni cómo los humanos constructores lo descubrieron y fue presa fácil, solo supo que su espíritu se elevó sobre el cuerpo inanimado, vio como los humanos, saltaron y gritaron de alegría al tener una pieza de casería, alzaron el cuerpo y lo llevaron a su comarca, el espíritu observaba, como despellejaron su piel, destrozaron sus carnes y la cabeza fue presentada al anciano jefe, quien en constancia de la hazaña deberían entregarle las dos mejores piezas de la dentadura, pues el animal era relativamente joven y así se hizo, los caninos fueron a parar al collar de anciano, él encargo al nieto llamado Soki, que inserte en el collar los dientes, uno a cada lado, labor encargada y cumplida, al poco tiempo murió el anciano cacique, así el adorno quedó perpetuado en la infinidad del tiempo, enterrado en siglos de historia, hasta casi cinco mil años después, las luces del sol iluminaran nuevamente las piezas dentales de la bestia, por designio, fue un descendiente, que dio vida en sus sueños al Espíritu de Borochi, y nos reveló labores de siglos de antigüedad, que marcan la esplendorosa «Civilización de los Ingenieros Hidráulicos», de este MAR DE MOXOS, Imperio del Gran Paitití, Reino del Enín y/o asentamientos primarios de las Fuentes Arawak.
¿Y QUE ES EL BOROCHI?
El borochi tiene un cuerpo delgado con pelaje abundante, largo y tupido. Mide algo más de 1 m de altura (del suelo al lomo) y hasta 1,25 m de largo. Pesa entre 20 y 34 kg y el macho es más grande que la hembra. Las patas y parte de la espalda son negras; la cola, la garganta y el interior de las orejas son de color blanco, el resto del cuerpo es de color marrón-anaranjado a rojizo. Sobre el lomo se distingue una crin que termina casi en su frente y que tiene un color más oscuro que el resto del pelaje.
El borochi es un mamífero que pertenece a los cánidos, familia que incluye a los perros, zorros y lobos. En Bolivia es conocido como “borochi”; en otros países donde habita tiene diferentes nombres: en Uruguay es conocido como “lobo colorado”, en la Argentina y Brasil lo llaman “aguara guazú”, que proviene del guaraní “uará guazú” y significa “zorro grande”. También se lo conoce como “lobo de crin”, por el pelo largo y negro que nace de su cuello, muy parecido al de los caballos. Este singular mamífero se encuentra en riesgo de extinción.
Trinidad, septiembre de 2020 (Año de la Pandemia).
REFERENCIAS:
1.- Fundación de Historia Natural Félix de Azara
Departamento de Ciencias Naturales y Antropológicas
CEBBAD – Instituto Superior de Investigaciones
Universidad Maimónides
Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Editores:
María Marcela Orozco, Paula González Ciccia & Lucía Soler
2.- CONOZCAMOS AL BOROCHI.
Autores: Lila Sainz Bacherer, Gonzalo Calderón de la Barca, Raquel Cabrera, Samuel La Madrid / WWF Bolivia
Diseño e ilustración: Jorge Hidalgo A. / MoaIdisart
Primera edición: La Paz, Bolivia, junio de 2013.