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Soberanía alimentaria

Maurizio Bagatin

Este año perdimos el departamento de Chuquisaca. Ceniza y humo al viento y al olvido. En los juegos de fuerzas, la justicia es simplemente el interés del más fuerte.

Será que el capitalismo aquí nació y aquí sigue presentándose como el ¡Vale un Potosí! de aquel entonces. Los surcos que va abriendo la yunta de bueyes son la poesía exangüe de la tierra. El dolor que escribe un lápiz y que borra nuestra Historia. Dolor en las entrañas y dolor que sonríe a sus desgracias. Hiere aun la palabra de nuestro poeta Edmundo Camargo, él que fue el más profundo, excavando donde las uñas ya iban arañando yemas y otras yemas, hasta tocar la raíz que seguimos confundiendo: “Sigue el indio sembrando su lagrima ignorada/su ancestral lamento con el telar del viento/va hilando en las colinas el pulso de los años”. Ayer mirando el algarrobo, el árbol de la memoria que conserva en sus semillas el peso específico del oro, en su acepción comercial, el quilate. Hoy que esta siembra es el oro del grano y el pan que complace lo que ya no es hambre sino orgullo. El horno está encendido y el fuego irradia la masa informe, crocante en su superficie, muscular en su cuerpo.

Aquellos bueyes serán nuestra soberanía alimentaria. El agua del rio apagará la sed, su energía la fuerza de un molino y serán las estrellas de la noche de todos los tiempos en alumbrarnos, como sueños perdidos entre galaxias y galaxias, siguiendo las líneas marcadas en la piedra, temblando frente al silencio cósmico de todas las noches. Mañana serán aquellas semillas nuestro recuerdo, observándolas como un encanto o una magia, un enigmático misterio, mirándolas como si fueran la vida misma.

Todo será como un espejo, un bric-a-brac, un antiguo bazar, todo encontrado en un suq o en un mercado del Oriente frecuentado por Marco Polo, inventado en un cuento de Perrault, oído cuando eras niño en las palabras de un abuelo, leído en las historias de Heródoto. El espejo será nuestra memoria, que verá lo que hubo y también lo que no hubo, reflejo de la sabiduría de algún profeta apócrifo, de un alfabeto nuevo o de la palabra que aún andamos buscando. Seguiremos sembrando y buscando, regando y encontrando, en la oscuridad y en la luz, con el ruido y en el silencio. Siempre acariciando al toborochi e imaginando al baobab, tal vez porque no es suficiente esconderse para que no nos vean.

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