Márcia Batista Ramos
“Suave antorcha tus rayos, dulce hoguera tu espíritu;
Aún vives un poco porque yo te sobrevivo».
Marguerite Yourcenar
El motor del tiempo es inexpugnable y hace que el alma viaje descalza sobre la redondez del mundo.
Contemplo en un acto reflejo, el ir y venir angustiado, de las personas en las calles, en el preciso instante que una moneda rueda por el piso hasta tropezar con el pie de un indigente (invisible), que olfatea los aromas del mundo, desde la fría acera (colchón, sofá, almohada) diván, desde donde contempla la vida lamiendo el aire, mientras babea sus jugos.
Dicen que la moneda es caridad, es misericordia, es empatía…
Pienso que la limosna es un descargo de conciencia por la falta de humanidad oculta detrás de las mentiras.
Siempre imagino que, si nuestros muertos no viajasen al más allá y simplemente, sentasen en las aceras a pedir limosna, o si ellos se volviesen niños hambrientos, nacidos en los tugurios de los arrabales… Pienso que entonces, todo sería distinto. Nadie seria indiferente a la miseria que infesta al planeta, porque el amor se abrazaría con la muerte.
El Taj Mahal y todos los mausoleos no anidarían despojos putrefactos de alguien que ya se fue. Las velas no arderían ante fotografías retocadas. Más bien, se encenderían linternas de esperanza en los arrabales donde, por las noches, la gente de bien (esa que pasa con su corbata y zapatos lustrados, sin ver los necesitados), en los arrabales caminarían humildes para no hacer ruido, cargados de leche tibia y miel, irían limpiar tugurios, para ver si su madrecita o hijita no ha vuelto a nacer allí.
Si morir fuera una cosa diferente, ya no sería tan caro haber nacido niña famélica y haber llegado a este mundo mutilada, con la misma desprotección endosada a su madre, la otra niña que fue secuestrada, violada y que tuvo que parirle.
Si la muerte fuera una cosa diferente, el valor de nacer o existir sería otro; si los deudos, cuando muertos, no volasen al lado del Dios y sentasen en el diván (almohada, colchón, sofá) acera fría, a esperar una limosna, ya nadie sería etéreo, porque en el intento de abrazar una vez más todos buscarían la mirada del ser querido, que ya no está, en la mirada herida de este hombre que ahora es invisible.
Tal vez, si morir fuera una cosa diferente no estaríamos tan vacíos; tan miserablemente indolentes; tan tristes; tan solos…