Heinz Dieterich, asesor especial de Hugo Chávez, gran conocedor del embuste revolucionario, decía hará un mes o más que a Nicolás Maduro le quedaban una o dos semanas. Ahora China y Rusia hacen el mismo juego de Norteamérica y envían ayuda. Juan Guaidó parece haber perdido protagonismo. Poco costaría, pero en términos financieros mucho, cerrar la importación de crudo venezolano en los Estados Unidos. ¿Qué mecanismos sostienen al chofer de bus en el poder? Una suerte de alivio recorre los focos latinoamericanos del seudomarxismo; Evo Morales puede guardar la voluminosa lengua con la que acariciaba las nalgas de Jair Bolsonaro y desechar por ahora su próximo manifiesto neoliberal para cambiar de bando (nominal) y sostenerse mamando de la madre patria.
Por un momento se pensaba en cuál sería la mejor cuerda para colgar al bastante crecido Maduro. Ahora rebuzna hasta con cierto alivio y un pajarraco revolotea alrededor. Será el comandante, transformado en ave del paraíso, ajeno ya a los avatares materiales y pensando solamente en cómo salvar las plumas para que no lo devore un halcón, porque hasta los mejores, bien entrecomillado, tienen alguien por encima de ellos. Desiderata real y fatídica.
El último congreso de la lengua española tendría que haber dedicado un estudio al lenguaje primario de los dictadores de América que utilizan un par de decenas de palabras en contraposición a la lujuria cervantina. Si llegan a cien será demasiado. Pero hablan por siete horas; al menos el vanidoso barbado y rico de Cuba tenía sobre qué conversar, pero Morales y Maduro son de espantosa simpleza. Podría ser el sueño siempre deseado y efímero de los sans culottes de la revolución francesa. Pero aquellos querían tabla rasa con el patrón de la miseria propia. Estos semiletrados que gobiernan América no son sans culottes, llevan calzoncillos de Gucci y su sueño apunta al jet set. Tanto a Evo Morales Ayma y Álvaro García Linera no les importa la distribución equitativa de bienes, o a cada quien según su trabajo, o todos pobres o todos ricos. Para nada; el indigno par de comerciantes únicamente piensa en su indefinido género y en el enriquecimiento ilícito. Cuentan con la colaboración de recuas étnicas, para quienes el color de piel o el pelo en piel son detalles sin importancia.
Tiempo de dinero, de billetes de oro y otras sofisticaciones poderosas. Y cuentan también con la oligarquía del oriente que vio sus sueños realizados en dos pillos de siete suelas, capaces de arrasar con un territorio mientras les eche monedas en el bolsillo.
Lo mismo en Caracas, la misma gente, el zoológico izquierdista de ávidas manos que recuerdan la Repulsión de Roman Polanski por tanta palma pedigüeña.
Nicolás Maduro parece haber sostenido el poder. No estaría tan seguro, como tampoco del otro lado. Hay demasiada dependencia en el exterior. Eso tal vez implica que tantos años de chavismo adiestraron al venezolano común para ser perro en jauría descastada y sin ladrido. Como en Cuba, con hermosa gente resignada a tomar sol en la plaza o al puterío, el sol de medianoche de tiempos de Batista.
No la elección del poder: la erección del poder, el verticalismo fálico del comunismo que dejó de ser fantasma y dejó de ser comunista más de cien años atrás. Hasta el adusto Che de la foto de Korda sufre de esta decoración rocambolera. Evo Morales desciende las escaleras de palacio con las manos en los bolsillos rascando a sus homónimos. Así y todo enloquece de gusto a las locales y a gringas que creen que con ósmosis interna se les transmitirá el secreto de las alpacas. Enloquece al vicepresidente. El dandy y el zafio, los dos rateros. Lo surreal es hostia de resurrección, pero comulgar no compra eterno.