Marc Casals
Hasta la invasión rusa de Ucrania, la guerra que asoló Bosnia-Herzegovina de 1992 a 1995 fue el mayor conflicto bélico acaecido en Europa desde la Segunda Guerra Mundial: la contienda entre los ejércitos bosnio, croata y serbio causó en torno a 100.000 muertos, pero también 2,2 millones de desplazados, la mitad del último censo previo a la guerra. Muchos de estos desplazados se repartieron en más de 100 países a lo largo y ancho del mundo y, según estadísticas de 2015, ni siquiera la mitad ha retornado a Bosnia. Así las cosas, no resulta extraño que haya surgido una literatura bosnia del exilio que tiene a uno de sus principales representantes en Velibor Čolić, autor de este Libro de las despedidas. El original francés fue publicado ―como todas las obras de Čolić desde hace una década― por la prestigiosa editorial Gallimard.
Velibor Čolić (pronunciación: «Chólich») nació en 1964 en el norte de Bosnia, en la zona fronteriza con Croacia, pero pasó su juventud primero en Sarajevo y luego en Zagreb como estudiante de literatura. Durante la Yugoslavia socialista, formaba parte de una generación a la que la cultura oficial se le hacía estrecha y buscaba referentes en la cultura popular de Occidente, sobre todo la de Estados Unidos. Colaboraba en las revistas juveniles que, a partir de los años 60, generaron una especie de contracultura yugoslava, y fue precisamente la editorial de una de ellas quien publicó su primera obra: Madrid, Granada o cualquier otra ciudad, una «novela» que adopta la forma de un extenso poema beat. Además, Čolić presentaba en la radio dos programas dedicados no solo a la literatura, sino también al rock de la época y al jazz rompedor de artistas como Miles Davis, Charlie Mingus o John Coltrane.
Cuando estalló la guerra en 1992, Čolić, de etnia croata, se alistó en el Consejo de Defensa Croata (HVO, por sus siglas originales), en aquel momento aliado del Ejército de Bosnia-Herzegovina en la defensa del país contra las tropas serbias. Al cabo del tiempo plasmaría sus experiencias como soldado en su primera novela en francés, Los bosnios (Periférica, 2013), una cruda recopilación de estampas de guerra en forma de prosas breves que recogen todo el horror del conflicto. Pese a la voluntad de Čolić para luchar por Bosnia, pronto el HVO, como el resto de bandos en liza, empezó a cometer crímenes de guerra, y la mala conciencia por las atrocidades perpetradas por sus compañeros de uniforme le llevó a desertar. Tras un breve paso por Croacia llegaría a Francia, en concreto a Rennes, donde inició el exilio que constituye el tema central de varias de sus obras. Entre ellas destacan Manual de exilio (Periférica, 2018) y El libro de las despedidas, que ahora nos ocupa.
La novela tiene un narrador autoficcional: Velibor Čolić, desplazado de la guerra de Bosnia que busca establecerse como literato en Francia. Nada más empezar su historia, el narrador describe las primeras emociones que siente un exiliado al llegar a su país de destino: «La alegría de salvar la vida rápidamente se sustituye por el miedo. ¿Dónde estoy?». En los primeros tiempos de este desplazado bosnio en Francia, le embarga una desorientación que parece manifestarse en el propio cuerpo: «Tengo la sensación casi física de habitar un laberinto, de pasar día tras día por el mismo sitio. Sobrevuelo las cosas». Su desorientación va acompañada del aislamiento: «Estoy en la vida activa, pero siento que el mundo exterior se aleja de mí». Con todo, el sintagma que, tanto aquí como en Manual de exilio, el protagonista emplea más a menudo para definir su experiencia primordial es «un frío metafísico».
El camino del protagonista hacia la gloria literaria tiene un punto de partida más bien poco halagüeño, tal como nos explica él mismo con una grandilocuencia autoparódica: «Soy un chupatintas charlatán que escribe poco, un Yukio Mishima perezoso, un Oscar Wilde rellenito y un Ernest Hemingway inmaduro». Además, le rodea el escepticismo por su escaso dominio de la lengua francesa y las expectativas que tiene su sociedad de acogida respecto a los inmigrantes: «Puedes marcar diez goles, abrir un restaurante y cocinar cuscús, trabajar en la obra, hacerte rapero… pero jamás ser escritor». En algunos momentos toca fondo ―empalma borracheras, consume antidepresivos, se autolesiona e incluso llega a ingresar en un psiquiátrico―, pero sigue el consejo que le da un día un compañero de tragos en el bar: «No ceda nunca a la desesperación […]. Jamás cumple sus promesas».
Por el camino, Čolićda una visión irónica del mundo cultural francés. Ya en Manual de exilio había ficcionado la gira de promoción de Los bosnios, en la que, pese a ser él el autor del libro, los intelectuales franceses que le acompañaban le eclipsan en todas las presentaciones con el humanismo vacuo de sus discursos y sus formas engoladas de maîtres à penser. Aquí Claire, la novieta hípster del protagonista, le introduce en su círculo de artistas contemporáneos: «A mi pesar, participo en proyectos de street art, land art, deejaying, clubbing, happening y painting. No entiendo nada, así que me limito a buscar una botella y esconderme detrás». Sin un arraigo vital firme y expulsado a la fuerza de su elemento, el exiliado queda perplejo ante este universo de intelectuales supuestamente comprometidos y creadores cool. Por eso el narrador de El libro de las despedidas se describe como «un Übermensch de la literatura contemporánea francesa».
Si comparamos con otros autores de la literatura bosnia del exilio, sorprenden las escasas referencias que, en la novela, Čolić hace a su país de origen. Cuando aparece Bosnia, lo hace a través del inconsciente: «Anoche soñé con mi ciudad natal. Era más pequeña que mi dolor». O de alucinaciones en las que el narrador ve a los fantasmas de sus compañeros de trinchera muertos: «Ya no charlamos […]. Ya no me acusan. Y mi culpabilidad de superviviente se desdibuja poco a poco». Solo al volver por primera vez a los Balcanes al cabo de dieciséis años de ausencia, el protagonista, tras un momento de estupefacción inicial, se pone a escribir una novela basada en los recuerdos de su infancia, que alude a la que luego Čolić publicaría como Jesús y Tito: «Avanzo sin problema, con facilidad. Por primera vez durante mi vida de escritor un libro se escribe solo».
Al igual que la mayoría de obras de Čolić, El libro de las despedidas es una autoficción, con un narrador-protagonista homónimo del autor y muchos puntos en común respecto a su biografía: «En primera persona se me permite todo: reír y llorar con todo el mundo». Sin embargo, Čolić mezcla elementos de ficción para lograr un texto «vivido e imaginado en el espacio imposible que hay entre: “no estoy mintiendo” y “me acuerdo”». Este narrador-protagonista es un aspirante a literato bebedor, mujeriego y loser, en la tradición de autores estadounidenses como Fante o Bukowski, con el añadido de que el exilio da una vuelta de tuerca a su disfuncionalidad. La narración, compuesta de fragmentos, avanza y retrocede temporalmente sin dar demasiadas explicaciones e integra elementos de toda clase: aforismos, exabruptos, humoradas y también pasajes en los que Čolić despliega una suerte de lirismo a contrapelo.
Tal como ha ocurrido con el propio autor, el personaje principal de El libro de las despedidas alcanza un cierto grado de satisfacción en Francia gracias a su éxito en el mundo de la literatura, culminado con la publicación de sus libros por la editorial Gallimard. Al cabo de dos décadas de desarraigo, se encuentra a gusto en su nuevo país: «Ahora me resulta cómodo, como unos zapatos del año pasado». En un pasaje del libro, el protagonista se dirige a la sede de la Academia Francesa para recoger un premio por su difusión de la lengua nacional y constata: «Ahora cojo el metro como todo el mundo. Ni dolor en el estómago, ni sudor, ni invierno en mi corazón. Soy un hombre flexible, un intelectual comprometido y un europeo lúcido. Mi integración a la nación francesa es total». El capítulo se cierra con un tono optimista insólito en un exiliado de Bosnia: «La literatura nos devuelve todo lo que le damos».
Este triunfo, Čolić lo debe al aprendizaje del francés, que inició de cero al recalar en Francia. El narrador de El libro de las despedidas constata que no saber francés le convierte en un ser «reducido, aniquilado, devuelto al analfabetismo […] A un hombre que nunca dice nada, que no sabe nada y que por añadidura es pobre, se lo toma siempre por un idiota. Una sombra». A base de años y esfuerzo, consigue desarrollar una carrera literaria en francés y sentirse relativamente cómodo con la lengua: «La comparo con un apartamento alquilado: no es nuestro, pero nos podemos acomodar como si lo fuera». De esta forma, es el idioma francés lo que libera tanto al narrador como a Čolić de la guerra y el desplazamiento, cuyo peso le mantenía encogido, y le permite recuperar una «verticalidad de hombre erguido» en el sentido existencial: «Un semihombre se ha convertido en Homo erectus, un verdadero hombre en pie, y también en un Homo sapiens por excelencia».
Marc Casals es escritor y traductor especializado en los Balcanes. Es autor de La piedra permanece: historias de Bosnia-Herzegovina (Libros del KO, 2021), escribe textos sobre la región en varios medios y traduce literatura del BCMS (Bosnio, Croata, Montenegrino y Serbio) y del búlgaro.
Foto principal: Vedran Smailović tocando en el edificio destruido de la Biblioteca Nacional de Sarajevo, en 1992. Imagen de Mikhail Evstafiev