El caso de Chumita –el niño que murió de cáncer-; la afirmación de Morales Ayma de que “por falta de orientación no se invirtió en su momento en la construcción de hospitales”; y la campaña (2015) del sacerdote Mateo Bautista para que el Estado destine un mínimo del 10% de su presupuesto para la salud -con la consecuente réplica de J. R. Quintana de que el sacerdote estaba haciendo política «escudado en su sotana» y que su petición implicaría «matar a la gente»- ; son sucesos relevantes que articulados explican lo siguiente: las políticas sobre la salud en el ciclo del proceso de cambio fueron un fracaso total. Con el Sistema Único de Salud, a decir Joaquín Monasterio (Director del SEDES) : “La propuesta del gobierno, sin criterios técnicos y consensuados con los actores principales del sistema de salud, representa una medida demagógica” (El Deber, 26 de octubre). Es decir, las expectativas ciudadanas de un cambio real y efectivo son mínimas ante los antecedentes señalados.
En el contexto de las elecciones generales del 2019 – luego del 27 de enero, cuando haya certeza de quienes serán los candidatos en carrera del campo opositor, pues para oficialismo, salvo una lectura y decisión institucional de los vocales del TSE, es casi un hecho de que Morales Ayma volverá a ser candidato-, es necesario demandar a los postulantes a la presidencia y sus respectivos equipos de campaña, una propuesta seria y eficaz sobre la salud. No espero algo diferente de los candidatos oficialistas: en más de una década demostraron que ese tema y problema no era su tarea prioritaria, por lo tanto, la demanda es pasible de caer en saco roto en caso de que vuelvan a ganar.
Ahora bien, en el marco del campo opositor: ¿por qué tiene que ser una demanda urgente? Respondo: los motivos saltan a la vista, no es necesario describirlos. ¿En qué medida en este momento los aspirantes a la silla presidencial están enfocados en la salud como política pública prioritaria? Voy a ser sincero: hasta hoy en día sólo he escuchado y leído críticas a la gestión del gobierno sobre el tema y problema en cuestión –lo cual está bien para el discurso interpelador-, sin embargo ¿habrá algún indicio en la mente de los candidatos del campo opositor de que en sus respectivos programas de gobierno la salud es tarea prioritaria? o ¿será, nomás, un problema parte del discurso de campaña para ganar adeptos y simpatizantes, considerando que es una cuestión muy sensible?
Planteo estas interrogantes porque considero que una sociedad -como la nuestra-, que hasta hoy en día es castigada con un pésimo servicio de salud, necesita de forma urgente plantear a los futuros contendientes para la presidencia una demanda radical: el compromiso real con su transformación estructural. Obviamente, la gente se emociona con una renovación política de las elites en el poder cuando aparecen caras nuevas y no tan nuevas con relatos disruptivos (gobierno de ciudadanos); evocaciones prometedoras (federalismo); y discursos esperanzadores (pensar en grande). Las banderas, los bailes, la música, los mensajes, los abrazos, los memes y los adulos etc., ocupan un lugar en el proceso pre-electoral; pero en medio de todo este barrullo – que por cierto considero legítimo- debe existir una masa crítica con cabeza fría pensando en una política pública de salud como prioridad suprema que -en caso de ganar la silla más codiciada- se empiece a desarrollar ya desde el 23 de enero del 2020, antes de discutir cómo se reparten las pegas. Esa será la prueba de que los discursos de campaña y los programas propuestos fueron responsables y planificados, o en su defecto, retórica pura.
Concluyo con una conjetura: si en los primeros 100 días de gobierno – suponiendo que hubiera ganado la elección un proyecto alternativo- no se toman medidas concretas y eficaces para la transformación de la salud; quiere decir que el asalto al poder –con los votos debidos- tenía otras prioridades; empero, sería también culpa nuestra, los ciudadanos/as, si dejamos que pase otra década con la salud en coma.