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Sacudir a Trump en la ONU

“El carácter es el destino” es frase que se atribuye a Heráclito. Y con lealtad propia de la fiesta de San Roque a su carácter, Evo Morales le cantó las cuarenta a Donald Trump en el Consejo de Seguridad de la ONU, con la contundencia que quisiera en sus sueños el establishment político de Georgetown.

Seguramente Evo habría dudado, de imaginar que su arenga de macho alfa contra macho alfa lo ponía al lado de lo más granado de la élite de la costa este estadounidense, al menos emocionalmente. Otra cosa fueron sus razones. El discurso de Evo habría sido similar si estaba allí Obama, permutando Irán por Siria y sin mención a los migrantes.

Me interesan pues ciertos ángulos de la arenga de Evo, fuera del ataque hepático que debió causarle a Trump, que en parte sonó a justicia divina (“con la vara que mides serás medido”) o a sabiduría evangélica (“el que a hierro mata…”). Uno de esos ángulos es la rebeldía de Evo por todo lo que aborrece, los gringos por delante, y su tierna e insegura docilidad, sin alertas, por lo que estima afín.

Basta con sacar conclusiones al vuelo de las implicaciones psicológicas de que un líder político como Evo declarase que Fidel era como su abuelo: ¿y él un nietito dependiente? O comparar el tono y las palabras de Evo ante Putin en el Mundial de futbol, con los usados contra Trump en la ONU, sin conectar que en el mundo político gringo de hoy nadie es más próximo a Putin que Trump. O que de plurinacional Putin tiene menos incluso que Trump. Pregunten si no por Chechenia o por el papel de la Mamita Rusia -Iglesia Ortodoxa incluida- en el Kremlin, para no hablar de su opinión acerca de los homosexuales o del progresismo que abrazan aquí los cosmopolitas clasemedieros del evismo.

Pero en el universo de Evo y sus fieles esos pormenores importan poco. Se trata de llevar las emociones –ya que no todas las prácticas- contra las élites a la escena pública, talante en el que Evo fue un adelantado de Trump, no es ya novedad. Como Putin, quien condensa el mismo perfil de hombre fuerte, de redentor antioccidental que Evo. Claro que en el caso de este último, con el machismo cultural al servicio de una retórica justiciera e igualitaria.

Porque no fuimos pocos los que exclamamos qué macho, al ver a Evo sacudiendo a Trump a dos asientos. Aunque igual pensé que, después de esa proclama, Evo debería desarrollar una paranoia del demonio, por coherencia. Digo, si realmente cree que Estados Unidos es capaz de todo lo que alegó.

No dejó de ser, por otro lado, paradójico que Evo acusara, correctamente, a Estados Unidos de Trump de socavar el multilateralismo, justamente en la ONU, creación wilsoniana que se debe a Franklin D. Roosevelt, predecesor de Trump en el cargo.

Roosevelt, el insigne presidente que, en su porfía, estuvo en Yalta más preocupado por hacer el bien genérico con la creación de la ONU, que por detalles más pedestres, como la faena de las divisiones de Stalin en Polonia. La verdad es que, si se trata de lucir sensible con eslóganes universales de justicia, no es Evo el único desinteresado en vincular sus fobias o sus consignas a la conducta de sus aliados.

El antinorteamericanismo de Evo es pues una mezcla de sindicalismo revolucionario, arielismo y catolicismo, ya no razonados sino intuitivos, sedimentada en el nacionalismo latinoamericano de izquierda, del que Evo es figura. El racionalismo protestante norteamericano es así enemigo del espontaneísmo vital que el díscolo Evo blande como sello de su carácter. Ése que lo obliga a arrojar su disgusto, sobre todo si hay alguien al que Evo supone importante como para notificarle que él no se amedrenta, en un rasgo de miedo desafiante.

Es una desventaja, empero, que la indocilidad de Evo expresada en la ONU sea más que nada un producto emotivo. El abuelo Fidel era en eso un político acabado, capaz de plumear a los rusos o de hallar intereses comunes con Obama o el generalísimo Franco, en tanto obedeciera a sus planes de largo plazo. Ah, es que Fidel sí tenía planes.


Gonzalo Mendieta Romero es abogado.
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