De una Alma I
Tocaron a su puerta y ella se apresuró a abrirla. Era un sujeto lúgubre, alto y de pocas expresiones en su rostro. Colocó una carpeta en la mesa mientras buscaba entre su saco alguna pluma. Como siempre, ella se había adelantado y tenía una propia.
– ¿Aquí es donde debo firmar?
-Sí, respondió el hombre
Y ella firmó con una enorme sonrisa, abrió las alas y despegó. Por fin, después de tanta lucha, había dejado de ser la señora de Guzmán para ser de nuevo Alma.
De una Alma II
Tocaron a su puerta y ella se apresuró a abrirla. Era un sujeto regordete, alto y de pocas expresiones en su rostro, le había traído un paquete enorme de esos que dan ganas de abrir de inmediato.
– ¿Aquí es donde debo firmar?
-Sí, respondió el hombre
Cuando se fue el sujeto, ella, con una enorme sonrisa y con cierta desesperación rompió la caja, sacó un espejo casi de su altura, se posó enfrente de él, se miró el rostro con detenimiento, lo acarició con dulzura, soltó su cabello enroscado, maquilló sus labios, se desnudó y se hizo el amor, pues sabía que era un Alma hermosa y libre.
De una Alma III
Tocaron a su puerta, dos, tres, cinco, diez veces… Nadie abrió.
Los vecinos dijeron que la vieron volar alto, que iba ligera y que parecía loca. La mujer que vive o vivía ahí, se llama Alma, antes de irse mencionó que no había quién pudiera detenerla.
Desaparecida
Te extraño con cierto desencanto, en partecitas, como lo acordamos aquella vez ¿te acuerdas, o tal vez fui yo quien lo acordó? Extraño tu aroma, tu risa, tu inmediatez cuando sabías lo que quería desayunar. Extraño tus líneas y tus curvas. Quizá sea porque sigo amando tu sexo y la idea que tengo de ti ahora que no estás. Pero a ti, lo que es a ti agrupada, completita, no te extraño. Te quiero ahí, justo donde frente a ti me desnudé tantas veces sin pudor, donde me hacías el amor tantas veces nos diera la gana ¿o era yo quien te fornicaba sin razón y sin mesura? Te extraño allá donde me dijiste adiós cuando nos sentenciaron tus padres y los míos a seguir juntos. Extraño de ti incluso esa última vez en que dijiste -NO-.
Miserables
Las penas con pan son buenas, pero hace tiempo que mi alacena está vacía y por más qué hago, no sé cómo aliviarlas. Al amanecer solía pedir a Dios el pan de cada día, pero a mi edad es difícil encontrar trabajo. Luego recordé la frase “a quién le dan pan que llore”, y no pude más, se hizo un nudo en mi garganta y entonces brotaron un par de lágrimas porque hace mucho que nadie me ofrece un sólo trozo. Después vino a mi mente lo que le pasó al joven Jean Valjean cuando por hambre tuvo que robar, y no quise arriesgarme a probar su suerte. Por eso no me importó quedarme sin un brazo, total, tenía dos.
Semblanza
Natalia Madrueño estudió la Licenciatura en Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara y cursó el Máster en Estudios Avanzados en Literatura Española e Hispanoamericana en la Universitat de Barcelona. Es autora de ensayo, cuento y minificción. Algunos de sus textos han sido publicados en diversas antologías, tanto nacionales como internacionales, así como en plaquettes digitales. Recientemente publicó su antología personal de minificciones Cuando los arrebatos y suspiros, bajo el sello de la editorial La Tinta del Silencio.
A Natalia le apasiona contar y escuchar historias. También disfruta del café, del crujir de las hojas secas bajo sus pies, de la música, de la buena comida y del viento.