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Querido Kurt Cobain

“Nirvana” significa liberación, extinción del deseo, paz interior, pero no encontraste nada de eso. Preferiste arder a quemarte poco a poco.

Apenas te conozco, pero te siento cerca de mí. Los dos soñamos con desnacer y regresar al cálido útero materno, los dos comenzamos a escaparnos del mundo con doce años, con los ojos sumidos en el miedo. No podíamos soportar la idea de que todo podía romperse sin remedio. Existir nos producía vértigo y angustia, terror y desaliento.

Ya en la adolescencia, nos adentramos en las palabras, anhelando la carne y el alma, el placer y la ternura. Escribir es huir de la soledad, pero la soledad siempre nos alcanza. Un abrazo es tan frágil como un sueño. Los afectos no son eternos. Aunque el amor perdure, el tiempo separa antes o después a los amantes. Nada de lo que hagamos podrá librarnos de la voracidad del tiempo. Cada segundo es una dentellada que nos arrebata una brizna de vida. Cada noche es la nota de una marcha fúnebre que desembocará en el silencio, el preludio de una nada aterradora.

Naciste cuatro años más tarde que yo. Eso nos permitió escuchar los mismos vinilos. El vinilo es un recinto sagrado donde unos pasos rompen el silencio. Es un sonido imperfecto e irreverente, pero verdadero. Te imagino, querido Kurt Cobain, deslizando tus yemas por el filo de un disco de Led Zeppelin, observando tu rostro reflejado entre los surcos de una negrura con aspecto de cielo en las altas horas de la madrugada, cuando los insomnes se asoman a un balcón y experimentan la tentación de saltar al vacío.

Nirvana no era rock alternativo. Nirvana no era grunge. Nirvana era el proyecto de sumergirse en una avalancha de sonidos para no escuchar el ruido del mundo

Te imagino sosteniendo un brazo con aguja de diamante, sobrecogido por la inminencia de unas canciones que te ayudarían a huir de las sombras de una infancia desdichada. Te imagino escuchando a AC/DC. Yo apenas escuché a Bon Scott, ebrio de ira y decibelios, expulsado del colegio y de la Armada australiana por sus pasiones autodestructivas, pero ahora al oír su voz siento que un alarido brota de mis entrañas, preguntándose por qué el tiempo es una lluvia que nos borra poco a poco.

El éxito apenas mitigó tu dolor. Nirvana no era rock alternativo. Nirvana no era grunge. Nirvana era el proyecto de sumergirse en una avalancha de sonidos para no escuchar el ruido del mundo. “Nirvana” significa liberación, extinción del deseo, paz interior, pero no encontraste nada de eso, sino horripilantes alucinaciones que pretendían recluirte en un cuarto amarillo.

Te comparaste con Frances Farmer, la actriz inmolada por Hollywood, que no toleró su resistencia a ser arcilla y celofán, simple materia bajo unos focos con la avidez de un dios antiguo, reclamando nuevos sacrificios. Con la mente aniquilada por infinitos electrochoques y largas estancias en manicomios, Frances murió una y otra vez. Llamaste Frances a tu única hija y anunciaste que la venganza de Frances Farmer acontecería en Seattle.

Te casaste con una mujer que vació calderos negros en tu corazón. Descubriste que se puede amar sin motivo. Descubriste que a veces el amor está enemistado con la razón. Descubriste que el amor puede ser como escalar por el fuego, aceptando arder en una hoguera de naufragios y mentiras. Después llegó la heroína, que transformó la noche en una larga vigilia, y el día en una noche prisionera de la ansiedad y el miedo.

No voy a mentir. Descubrí tu música tarde. El rock se había muerto para mí en los ochenta, pero ahora noto tu proximidad

La heroína es como hacer el amor con el silencio y sentir que unas piernas de nieve juegan con tu espalda, susurrándote al oído que no te alejes. Te suicidaste con 27 años, siguiendo el rastro de Jimi Hendrix, Janis Joplin, Brian Jones y Jim Morrison. Dejaste una nota de despedida, hablando de tus sentimientos de culpabilidad y de tu incapacidad de ilusionarte por las cosas. La música ya no lograba encender tu ambición de subir a un escenario y sentir el afecto de la gente.

Te preocupaban los otros, pero el amor se mezclaba con la tristeza y el odio. Odiabas que los demás pudieran relacionarse entre sí, sin la necesidad de agradar y el miedo a ser rechazados. Te definías como una criatura lunática y voluble. Admitías que se te había acabado la pasión y que preferías arder a quemarte poco a poco.

No voy a mentir. Descubrí tu música tarde. El rock se había muerto para mí en los ochenta, pero ahora noto tu proximidad. Nos ha reunido la melancolía, el amor a las palabras y el miedo a que la vida solo sea un sueño que hierve entre espumas.

Querido Kurt Cobain, te escribo porque ahora sé que la muerte no es el final. La vida es una hoja roja que arde sin descanso, una lumbre que mantiene a raya la oscuridad. La muerte solo es un parpadeo que nos abre definitivamente los ojos. Algún día nos encontraremos y contemplaremos cómo los ríos de ceniza se transforman en pájaros de fuego.

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