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Que “AMAR” no nos cueste la vida

Hace algunos días me encontraba caminando por la Plaza Simón Bolivar en la ciudad de Potosí. Fue entonces cuando vi un grafiti que rezaba: “Que amar no nos cueste la vida”. Ese mensaje adquirió un significado más profundo en mí después de leer las noticias sobre una mujer (no identificada) de 32 años que ingirió raticida y que yacía en la Plaza 10 de Noviembre (la plaza principal de la ciudad de Potosí). Esta joven mujer fue afortunadamente auxiliada por la Policía y llevada de inmediato al hospital. Cuando los policías le inquirieron que había ocurrido, ella dijo que quería quitarse la vida y que “no quería vivir”. Para la Policía los motivos fueron catalogados como “pasionales”, una calificación errónea que intenta justificar la violencia emocional como un problema estrictamente privado, cuando en realidad estamos ante un problema público y sistémico. La joven mujer había sufrido constantes peleas con su pareja quien la violentaba de forma continua.

Días después ocurrió el feminicidio de Amelia, de 28 años de edad, en Villazón (al sur de Potosí, en la frontera con la Argentina). Su esposo la había ahorcado con una correa dejando su cuerpo debajo de su cama. Las familias de ambos intentaron mediar en sus discusiones, aunque sin éxito. Este feminicidio siguió el patrón por el cual muchas mujeres mantienen un vínculo emocional profundo con el agresor quien hace un uso abusivo de ese “apego”. Aunque Amelia sufría una relación violenta, como muchas mujeres, guardaba la esperanza que las cosas cambiaran y pudieran “ser felices”. Ese “apego” terminó con su vida. En las relaciones de pareja es bastante común la idea de buscar la felicidad en el otro. Sin embargo, muchas mujeres terminan renunciando a su individualidad y a ellas mismas. Los resultados son muchas veces trágicos como el caso de Amelia o el de la joven mujer que intentó suicidarse.

Estos hechos me llevaron a reflexionar sobre los sacrificios que las mujeres hacen por “amor”. En diálogos con mujeres mineras en Oruro y Potosí me encontré con una frase que se repetía en muchas de ellas: “Por mis hijitos trabajo en la mina para que puedan estudiar”. Muchas de ellas fueron abandonadas por sus esposos con quienes compartieron muchas ilusiones y expectativas. Finalmente, ellas solas sostuvieron (y sostienen) sus hogares más allá de las vagas palabras de amor de sus parejas.

¿Cómo definimos las mujeres el amor? En nuestra sociedad, el amor es definido como una entrega absoluta (en particular por las mujeres). Una entrega que supone muchas veces la renuncia a nuestra individualidad, a nuestros propios sueños. Una renuncia a nosotras mismas. La frase “que el amar no nos cueste la vida” no es solamente una referencia a las relaciones violentas de pareja que pueden culminar en un feminicidio. Es también una referencia a esa entrega “absoluta e incondicional” que muchas veces conduce a nuestra anulación como personas. Las mujeres bolivianas, al parecer hacen todo lo posible por ser la novia perfecta, la mejor esposa, la madre abnegada. Pero ¿hacen los hombres lo mismo? Las justificaciones de esta entrega absoluta de la mujer proceden de la propia lógica cultural del patriarcado (la subordinación de la mujer al varón) así como de la tradición religiosa más conservadora. Miembros de las iglesias cristianas (católicas y evangélicas) repiten la versión acrítica que la mujer es un complemento del hombre (la doctrina de la “costilla de Adán” del Génesis) y que, si “la mamá está bien, todos están bien en la familia”. Esta versión teológica ultraconservadora y abiertamente misógina colisiona con las más recientes lecturas de la teología feminista que subraya la igualdad y la participación de todxs.

Muchas mujeres, como Amelia, han sido asesinadas a manos de sus parejas. Muertas por aquellos que decían amarlas. Pero además, muchas mujeres siguen soportando las inequidades de la relación de pareja en la que ellas entregan todo a cambio de nada. Muchas dan todo de sí en pos de ser las mejores madres o esposas. Es importante preguntarnos: ¿Cómo podemos crear relaciones más saludables? y ¿cómo podemos revertir los mandatos culturales de la obediencia y la subordinación por uno de reciprocidad?

Pienso que debemos retomar nuestros cuerpos, tiempos, espacios y soñar con ser libres sin sentir la necesidad de tener un significado en la mirada del otro. También debemos procurar que nuestras relaciones sean recíprocas. Aunque la liberación de las mujeres tiene una larga historia, todavía nos falta avanzar y seguir resignificando las relaciones de pareja. Construir vínculos sanos que nos enriquezcan y nos hagan felices.

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