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Por paz, elecciones y democracia

Ayer en la mañana desperté y escribí un largo artículo sobre la situación de Bolivia, pues era lunes y me tocaba enviar mi columna a El Deber. Hacía un balance del país, de las herencias del gobierno pasado, de las políticas del actual, de los problemas y tensiones. Ponía sin tapujos cómo veo a cada gobernante, cada iniciativa. Pero leyendo la prensa, prefiero dejar esas letras para otro momento, ya saldrán.

Considero que hoy toca pensar en el país de otra manera, en la paz, en la salida democrática. Hay mucho duelo, mucho miedo, mucho dolor y rabia. Los trenes están a punto de chocar, nos dirigimos hacia un suicidio colectivo. Solo muerte, solo luto. Si no encontramos una salida, quien alce la bandera de la victoria tendrá una mano todavía más ensangrentada.

Tenemos dos caminos. Podemos armar los ejércitos, hacer discursos encendidos con cualquier contenido que exalte a la batalla, que dé valor y encienda los ánimos guerreros. Podemos dotar de armas o recursos legales a quienes nos escuchan, darles buenas razones para dejar la vida en el camino o para lastimar y matar al otro.

Podemos encontrar argumentos justos. Pero por otro lado, podemos esforzarnos por encontrar una base para el entendimiento, una pequeña tabla de salvación, una tímida luz al final del túnel. Podemos apostar a no dar el paso al abismo, a frenarnos en seco, reconocer nuestras diferencias y, mínimamente, descubrir un punto de encuentro.

Podemos demostrar que le apostamos a la democracia, que le apostamos a la pluralidad, a construir puentes en vez de cavar trincheras. Aunque estoy lejos, siento que el pueblo boliviano quiere más paz que guerra, quiere diálogo y no velorios, quiere democracia. 

Que los extremos se hagan a un lado, que los diplomáticos encuentren la manera de llegar a acuerdos. Es el momento de la política, no de la guerra; aunque parece cursi decirlo, “démosle una oportunidad a la paz”.

La responsabilidad está en manos de todos no solo de los que gobiernan. Todos tenemos una llave para salvar país. Es tiempo de la palabra, no de las metrallas, de los palos, de las piedras. Dejemos que la ternura se sobreponga a la indignación, que la esperanza gane a la soberbia. Desempolvemos nuestra historia. Seamos dignos herederos de este país que ha pasado por tantas dificultades, pero que ha logrado avanzar. Tenemos poco tiempo y mucha responsabilidad. Pasado mañana Bolivia tiene que seguir en pie, plural, democrática, unida, digna.

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