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Poemas de Víctor Hugo Quintanilla Coro

Despedida

No quiero entrar al vacío
como si fuera la primera vez
que el mundo me abandona.
Deseo que tu vela
me ayude a encontrar el silencio.

Dame tu mano,
para sentir el calor de tus años.
No quiero que el frío
me anide de nostalgias
y me convierta en una estrella sin amor.

Sé que todas las despedidas
son breves antes de la oscuridad.
Quizá vuelva como la tierra de otras vidas,
para que otros linajes se levanten,
con otros nombres.

En el umbral de esta puerta,
que se abre como una herida inevitable,
tú eres todo lo que se queda,
esperándome en un dolor sin orillas.

Mírame sin reprocharme nada;
que esta paulatina distancia
no se parezca a los errores de la luz.

Ya no necesitamos perdernos
en ningún camino;
regresemos a nuestra infancia,
para que todo deje de ser igual.

Me apago en la sangre que me diste;
Ya no me encuentro en ninguna chispa.
El miedo se escucha en mí
como un lejano grito,
en la cueva de una sonrisa.

¿Por qué de pronto te recuerdo
como si estuviera volando
hacia todos los horizontes?

¡Padre, soy tu hijo!
Un niño que se aleja,
jugando con la soledad
de estas margaritas.

Palabra

Esta palabra nació
deseando ser algo más que solo ella.
Huyó del pueblo que le impuso
la oscuridad del silencio.

Llegó a una ciudad
que vivía en el bullicio,
envuelta en su breve fecundidad,
aún ciega para la escritura.

Creció gritándose en las calles,
dominada por las distancias
que le permitía comprenderse
con otras compañeras
de subsistencia.

No le faltaron días crepusculares,
de amigas que la agotaban
en la frívola repetición de sí mismas.
Tampoco noches ocasionales,
de conocidos que le enseñaron a abrirse
para recibir un poco de luz.

Un día el espejo de una canción
le hizo sentirse musical.
Escuchó los ritmos que se posaban en ella
como aves de buen agüero.
Se recogió más completa que nunca,
decidida a ser inevitable.

La vieron bailando,
en la disipada piel de unas camaradas,
ajena a la gravedad del mundo,
como si le sobraran sentidos
para olvidarse de su brevedad,
como si el idioma mismo le fuera insuficiente
para sentirse satisfecha.

Fue capturada por engañarse a sí misma,
por negar el diluvio universal.
Quisieron curarla de su desobediencia,
y la condenaron a repetir el mundo
en blanco y negro,
por cuarenta días y cuarenta noches,
.
Se reveló contra esa opresión,
esa ajena forma de vivir.
Se mostró desnuda en son de guerra;
su grito se elevó como un aullido,
y se inició una revolución de tentaciones.

Las palabras fueron a las armas.

Hubo feroces enfrentamientos,
que se oyeron como conciertos interrumpidos,
otros retumbaron como pianos quebrados.
Muchos se quedaron sin destino,
otras se convirtieron en sueños.

Al tercer día se instauró la libertad de la poesía.

Ahora vuelve hechizada de batallas;
de haber compartido su fuego
en el silencio de otros lenguajes,
de simplificarse en lugares comunes….
… transida de recuerdos,
casi terminada de llamadas distantes.

Llega con heridas
que dejan ver su retorno definitivo.
Comienza a anochecer en ella;
se escucha una vez más
para estar segura de que es la misma.

Abre los ojos para dejarse escribir.
Sabe que ha ganado una guerra
y que resucitará
cuando este campo de silencios
sea musitado
-una vez más-
por otras voces.

Liberación

Mujer,
¿Por qué huyes del agua
que te devuelve ese reflejo?
¿Quién te prohíbe reconocer
tu verdadero rostro?

¿Por qué dejaste de correr
desnuda de prejuicios
-con los cabellos entregados al viento-,
y ahora te incendias
en la esperanza que te dan los crucifijos?

Eres víctima de profetas
que no merecen
el sacrificio de una palabra,
de ancestros que llenan su vacío
con la sal de tus ojos.

Es hora de ser la serpiente
del antiguo testamento:
abandona la piel que te azota
como si fueras su esclava,
y camina a recobrarte
en el lenguaje de la lluvia.

¡Que tu cuerpo,
tantas veces desposeído,
deje de borrarse de los caminos!
No tienes manos ajenas
para seguir apagándote del tiempo.

Deja de ser ese desconsuelo
con cáscara de sonrisas.
¡Deja de ser tu propia cazadora!

Arráncate esos colmillos del cuello.
¡Que tu sangre vuelva a descubrir la libertad
en la mirada de los animales!

Vuelve a ser la mujer felina
de cualquier hora;
salva tu cuerpo de la luna llena
y dale las mariposas de tu vientre.

Que tus hijos ya no dancen en tus ojos
para disimular tus lágrimas.
Abandona la sed en ese grito
que reprime todas las mujeres que eres.

¡Deja de rezar para no sentir miedo!

Entrégate con uñas y dientes
a la poesía.
Ella no te dirá que no eres virgen.
Su fuego te resucitará
del cementerio de la abnegación,
y entonces
dejarás
de repetir
la historia.

Testimonio

Te conocí cuando tu danza
era una mordida
en la mirada de hombres,
que disimulaban su abatimiento.

Tu júbilo se levantaba
como señales de humo blanco,
y de pronto tu sangre parecía
estar corriendo también en las venas
de todos tus testigos.

Tu sonrisa se dejaba llevar
hacia lechos apocalípticos,
por hombres expulsados
de todos los cielos,
y regresaban de tu vientre,
con el espíritu apaciguado
en los tatuajes de tu cuerpo.

Yo te buscaba
como si tuviera siete vidas
para perderlas contigo.

Cuando te dejabas descubrir en mí,
eras una fiera mitológica
desprendiéndome la piel,
una mujer indígena
afilando lanzas con mis huesos,
una gitana haciendo pócimas secretas
con mis cabellos.

Solías desaparecer envuelta
en la neblina de madrugadas imposibles.
Pero te hacías infinitamente presente
y completa como el universo,
donde las sombras abrían claros
para descubrirte el alma.

Caminabas como si la vida de los demás
no empezara en ninguna parte,
como si fueras un escándalo placentero,
como si las noches estuvieran ensimismadas en ti.

Así mi paz se convirtió
en perros aullándome
en calles y avenidas irredentas.

¡Era tan difícil hallarte en medio de la luz!

Pero cuando te encontraba,
todas las mujeres del planeta
estaban despiertas en ti,
abiertas para entregarme el fin del mundo.

Me incendiabas
en el fuego de tu casualidad,
entregándome tu amor
sin estar en tu cuerpo.

De pronto
era un pájaro sediento menos
en la tierra,
y el infinito se repetía
en una nueva despedida.

Tu ausencia se convirtió en un desfiladero,
donde mi rostro se anticipaba al olvido.

Me prometía resucitar para ti,
cada tres días,
pero tu paraíso estaba ya perdido
entre ángeles fallidos,
que se arrastraban hacia ti
como si fueras un milagro.

Ahora soy una guerra extraviada
fuera de tu reino,
un expatriado más de tu carne.

Borré tus nombres de mis labios,
y me dejé caer en el tiempo
con una pregunta,
que decidí no hacerte jamás.

Ellas

I
Soy una mirada
que refleja a los hombres
huyendo hacia la vida.

Viajo como un deseo hecho de dudas;
mi pensamiento es un derrotero de preguntas,
que se preña de respuestas
en la claridad del silencio.

Lucho contra la frigidez
creada por verdades absolutas,
por aparecidos que restan matices
a cualquier experiencia.

Para mis manos siempre es tiempo
de compartir el pan suavizado
con el fuego que encienden
las heridas de pobreza
que caen del cielo.

Mis ojos persiguen colores
para darles realidad entre las sombras:
la transparencia sólo debe existir
en el paso de la muerte.

II
Soy una semilla arrojada al viento,
una sonrisa de fertilidad
que extiende mi desnudez
en la pureza del pecado original.

Me derramo en la tierra de mi vientre
y mi cuerpo se entrega al amor,
en una batalla que busca un destino
en el arrebato de mi sangre.

La creación enciende mi piel de mariposas,
me consumo en los aleteos de su depresión:
es mi forma natural de ser poeta.

Una bandada de pájaros levanta su vuelo
en el origen más íntimo de mi existencia.
Es la última señal de las serpientes.
Ha llegado la hora de regresar la costilla ajena.

III
Soy el nido de una voz que llora,
al abandonar el sendero de mi carne.
Sus sollozos se escuchan como ecos
en un encierro de montañas.

Es un lamento que me abre
para dar a luz a otra herida,
otro camino, hijo de mi viaje,
abriéndose más allá de mis entrañas.

El vacío me consume
en una antigua soledad.
Hay un espejo
que ya me repite en el infinito.

Quiero huir de este desgarro;
me detiene la voz desprendida de mis raíces
y casi ya sin voluntad,
caigo presa de su despedida:

“Soy el hombre que nace de la mujer
que se queda en estas palabras”.

Biografía

Víctor Hugo Quintanilla Coro es docente de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Mayor de San Andrés. Es autor y coordinador del Proyecto Radio Lecturas: poesía y cuento en Bolivia. Actualmente colabora en grupos de poesía como el “Club de Poetas Corredores del Tiempo”, “Dirección Mundial de Poemas, Poesía, Prosas y Más”, el “Festival Mundial de la palabra Festival Mundial de la Palabra”, “Cita con la Poesía” y “Cadáver Exquisito Literario”.

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