En tu espalda
He bajado de las montañas para escuchar tu silencio,
para bañar mi cuerpo con tus lágrimas de tristeza
y escribir la sal de tus huellas,
los indicios de todas tus miradas.

He dejado el frío para refugiarme en tu espalda
para que tus manos labren la piedra que soy
y en el tiempo amolden mis pechos,
mis muslos, mi rostro,
igual a tus pechos, tus muslos, tu rostro.

Pues nada es el escultor sin la piedra que le hace
ni la obra sin las manos que la crean.
Testamento
Ahórrame el sufrimiento cuando me dejes,
cuando solitario corra por las calles para dejar de oír tu voz
e intente desenredar mi sombra de tu sombra
que cala mis entrañas / aplasta mis huesos,
en el eco de tu voz que me espanta.

Que la huida desesperada de mi ser no se sienta.
Que no se vea en mis pasos
el desmoronamiento de mi cuerpo al barro.
No me vaya en lo que silba la tarde hacia el olvido
ni se cumpla este anhelo en el fuego que empiedra la arcilla.

Abandona en la intemperie mi nombre,
mientras cae a tempestades la luna;
deja que se inunde de ruido,
si la misma noche en que te diga adiós
calle mis ojos al roce de tus ojos
que me miran y preguntan.

Abandona la sequedad de mi boca,
en la vejez prematura de mis palabras.

Sea esto escrito testamento entonces:
testimonio patético
de la dejación del alma
por lo precario e inútil
del cuerpo.
Caracolas de olvido
Silba el viento a través de las caracolas de olvido
Silba lejano el viento y escucho los murmullos de voces remotas
Que gritan en el tiempo su angustia de saberse perdidas
Tras las posibilidades que sus cuerpos tuvieron
Y que otros condenaron por siempre

Silban las caracolas los vientos de otros naufragios también
De otros ecos que todavía arrastran sueños inconclusos
Por los senderos solitarios de sal

Oigo ayes
Confesiones de suicidas
Monólogos patéticos
Declaraciones de amor que rayan lo ridículo

Intento descifrar la causa de sus dolencias
Escribo argumentos
Esbozo laberintos

Y en lo que me toca de oficio
(Arduo trabajo de arqueólogo de angustias
Que escarba la tierra y pica las piedras)
Oigo mi propio alarido incrustado en el viento
Como otra voz entre tantas
Que habitan aquellos socavones
Abandonados de olvido
Robles petrificados
Hemos de morir tan frágiles como vinimos al mundo.
Nuestros cuerpos serán hierba, robles petrificados,
piedras mansas en recodos ocres.

El polvo se adueñará de lo que somos
y nos vestirá de silencio humano,
para hacer cantar a las cumbres,
a los nevados, al charco, a la ceniza.

Volveremos a recibir las noches y sus oscuridades, entonces;
las tormentas y sus relámpagos, entonces.
Y todo será enigma,
inexorable vacío que puebla la existencia,
implacable e iracundo silencio que estrangula.

Nadie lo supo, tan solo lo intuimos.

La muerte es metamorfosis del polvo
que se cubre de sustancia y vive,
mientras dura el eco de la palabra.

Es la arrogancia del gesto de eso que llamamos Dios,
en medio de otras alteraciones:
leve movimiento que nos arranca y nos arroja a la muda,
como eterno retorno a ser ceniza
de lo que será por el instante.

Accidente, para algunos;
existencia, para otros.
Las piedras
las piedras tienen sombras de reloj
en punto y en el lugar preciso
cualquiera que las vea
todavía puede corregir su vida
pues aún habrá tiempo
para no ser una piedra
Biografía

Javier Domingo Aruquipa Paredes (1971) es docente universitario en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) y en la Universidad Pública de El Alto (UPEA), es editor de “Miradas, Revista de Lingüística e Idiomas” y de “Apu, Revista de Lengua y Cultura”. Es autor de “Semiótica del Graffiti Feminista” (2008), publicado por el Instituto Boliviano de Lexicografía y otros Estudios Lingüísticos y el Instituto de Estudios Bolivianos. En poesía publicó “El amanuense” (2002), “Las sombras” (2009), “Saudade” (2012), “Acto de mirarnos” (2015) y “Pájaros muertos” (2017). Desde 2014 es responsable del colectivo “Delírium Trémens” que reúne poesía, arte plástico y música, cada último jueves de mes.