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Picana arquitectónica plurinacional

A riesgo de que los afanes de fin de año no permitan su lectura, comienzo mi nota señalando que la cartelera informativa de este último mes del año es comparable a una picana navideña. Pese a su origen  español y por tanto colonial, tanto nativos como criollos se encargaron de revolucionar este singular platillo a gusto y capricho, adelantándose a lo que hoy sofisticadamente conocemos como “comida gourmet fusión”. Dependiendo del comensal,  puede resultar muy sabrosa  o demasiado suculenta como para digerirse en un clima estresado y conflictivo. La mesa está servida.

A primera vista, la “picana arquitectónica” despierta mi atención. El emplazamiento de la pequeña casita de adobe en el corazón de la plaza Murillo resulta emblemático. Ubicada en el mero centro del poder político se funde al paisaje urbano. Es la máxima expresión del mestizaje que se empeña en negar la  infructuosa  descolonización anticapitalista. Rodeada del moderado esplendor de los edificios predominantemente republicanos, de la catedral con su huella colonial, la réplica de la modesta vivienda que algún día cobijara al niño Evo, eclipsa  la tea de Pedro Domingo Murillo y su proclama libertaria. El hecho resulto ser el hito de la parafernalia política prenavideña.

Mientras las palomas se alborotan por la inadmisible intromisión, pocos se percatan del mensaje subliminal  de tan insólita ocurrencia. ¿Fue de algún llunku palaciego o de un estratega “goebbeliano” orientada certeramente a reafirmar la  adhesión  de la legión de creyentes del “proceso de cambio”? El objetivo: transitar de la confianza y admiración al jefe a la veneración. En este caso,  del líder predestinado y clarividente que nacido en cuna humilde, como tantos otros compatriotas, se proyecta a la eternidad como “faro, luz y guía de la Patria y la humanidad”.

A la par de la evocación de la llegada del Salvador, hoy la plaza Murillo sigue siendo  la de siempre.

Asediada por la recurrente resistencia al abuso del poder y la picana marcada por la pluriconflictivad, y  la desconfianza en las leyes y la justicia. Esta vez vestida de blanco.

Hoy los trabajadores de la salud interpelan las precarias condiciones de trabajo para indicar que no son dioses  ni criminales. Tuvieron que pasar 11 años para desnudar el abandono de un sector desplazado por los privilegios y prioridad presupuestaria a favor  las fuerzas del orden policial y militar, de su escuela anti- imperialista y de su vanguardia cocalera.

Hoy, la mejor postal de la  Bolivia plurinacional es la magistral imagen que, en perspectiva, nos muestra  la precaria casita de adobe, el Palacio Quemado y la ostentosa Casa Grande del Pueblo, y su cuestionado confort capitalista.

Después de 11 años, la “evonomics” devela ser una picana discursiva disonante. Lo hace en medio del auge del mercado, del despertar de una febril cultura consumista, de la  mendicidad invariable  en las calles del nuevo tiempo y  del reino de la informalidad económica, y sus múltiples formas de explotación también capitalista.

El Estado Plurinacional asumido como Laico nunca fue tal.  Al contrario, más parece pretender ser un mal remedo del Estado teocrático,  cuya cabeza se endiosa como si fuese predestinado.

A pocos días de la Navidad temo que la picana de la impostura y del conflicto  poco contribuirá  a la unidad de la familia boliviana, como nunca necesaria para encarar los retos de un nuevo año. Pese a ello, mi deseo es superar, combatir la resignación y el pesimismo. Que la energía divina nos de paz, salud, dignidad, solidaridad, coraje y sabiduría.


Erika Brockmann Quiroga es politóloga y fue parlamentaria.
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