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Personalidad de las plantas

Maurizio Bagatin

El locoto es celoso. No deja que otra persona lo cuide, que sea otra persona a la que lo trasplantó en la tierra, que lo riegue y coseche sus frutos. Hasta reconocerá quien irá extrayendo la poderosa capsaicina de sus frutos. Lo sabremos si la llajwa será de la puta…

Creo que las plantas tengan su personalidad. El higo que en el mes de julio nos ofrece las brevas. Él, mil frutos, y que en pleno invierno obsequia un extraño fruto robado al otoño, anticipando la plena estación, el verano. Creemos en muchos mitos de las plantas, nosotros los humanos. Que deban siempre asociarse macho y hembra de la ruda, cuando la botánica nos indica que son solamente dos diferentes variedades. Chamanes y brujas la ofrecen y le tienen un profundo respecto. Su color azul verdoso es acuarela, misteriosas hojas descansaban en la grappa que los ancianos destilaban ilegalmente en los bosques del nordeste alpino.

El tomate es pummarola solo en Nápoles; no va de acuerdo con sus parientes, no deja se les acerquen quienes fuman tabaco y prefiere sean mujeres en cuidarlo. “Parientes serpientes” viven su larga batalla de sobrevivencia familiar, las solanáceas son plantas increíblemente variadas, la papa y el tabaco, parecen no tener nada que ver entre ellas, y sin embargo nos ofrecen un panorama genético en su increíble parentesco.

Ir por libros de botánica es un viaje psicodélico, intento imaginar a Plinio El Viejo y a Linneo que van armando estas joyas que siguen ofreciéndonos los pilares de nuestro conocimiento en botánica. Caminando y caminando en los largos días y en la noche un poco cansados frente al calor de una chimenea, a la luz que un fresno encendido emitía, iban escribiendo y describiendo, hojas y raíces, tallos y frutos, algo que debió encantar a Julio Verne; la biodiversidad es el jazz de la tierra.

Los olivos disfrutan de una mayor polinización si es el Pendolino en ejercer esta inmensa tarea. Han gozado de la Biblia y sufrido mil enfermedades, ultima la Xylella que ha arrasado el Salento. Acariciando un olivo sientes su antigüedad, ha logrado obtener las curvas del paso de los hombres desde el alba del mundo; alimento de dioses griegos y emperadores romanos, con el cambio climático lo vemos subir de latitud, explorar nuevos continentes. Siempre misterioso y espiritual, cuanta poesía en las colinas toscanas y en la mirada de los chinos que a todo le ofrecen una oportunidad.

La comunicación entre los cítricos hay oírla mientras discursea Don Alejandro de Colcapirhua. La naranja siciliana de cascara gruesa ya está fructificando por segunda vez, debe estar pensando al Etna y a su tierra negra e fértil, aquí en el Valle bajo cochabambino, huérfana del paisaje que desde Giardini Naxos miraba al infinito Mediterráneo, debe escuchar a Don Alejandro y a su amor a los cítricos; mandarinas que desde su originaria y profunda Asia han llegado y ahora mirando el Tunari sonríen acompañadas de raras variedades de quinotos, cedros, el increíble Bergamotto, una planta de Sanguinella de jugo sanguinolento. El sol acompaña, Don Alejandro le sigue hablando mientras nos ofrece un pomelo blanco traído desde lugares de Las mil y una noches.

A cada muerte en la casa un árbol iba acompañando al fallecido. Lo sabe mi descanso sobre la madera del viejo pino, espíritu del árbol que acompañó a la Toñita en su viaje desconocido. El árbol se encariña, siente y vive las emociones de quien lo abraza, lo riega, lo mira de lejos y le habla a diario. Se murió el árbol de damasco que daba sombra a las horas de quietud de mi mamá, tejiendo medias para sus nietos; planta del manejo complejo, hija de un viaje increíble, de una genética aun hoy debatida, Nikolai Vavilov defiende su domesticación en Asia occidental y en China, antes de prender largos viajes por todo el mundo. Cuando se fue el Patriarca el árbol de mandarina “hierbabuena” lentamente se fue enfermando hasta morir a los pocos meses de su partida. La conexión entre plantas y seres humanos la recuerdo muy bien en mi padre y los árboles de la casa, todos sufrieron su partida.

El girasol, extrovertido en la estación del sol, nos mira. Van Gogh y el Impresionismo quedaron fascinados, los pájaros van prefiriendo sus semillas al maíz, atracción fatal y suspiro para campesinos renegones.

El nogal que nos ofrecía sus frutos la noche de San Juan, aquí, en el otro hemisferio me invita cosecharlos a final de diciembre. Cosas de la vida y misterio que comprendió muy bien el viajero y relator de la bitácora de viaje de Magallanes, el vicentino Antonio Pigafetta. El nocino queda siendo el licor que más refleja mi carácter.

Exuberancias en la alfombra de las flores de las jacarandas. Mientras en el invierno es la repentina floración del tajibo que inunda aceras y de inquietante emoción la novela El otro gallo de Jorge Suarez. En nuestro abandonado jardín dialogan las cucardas con los jazmines, colores y aromas se mezclan con el silencio invernal, el poeta visionario también tenía algo que decir sobre las flores.

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