Oscurantismo… Creo que es la palabra que mejor define lo que, culturalmente hablando, está viviendo Bolivia en el último tiempo. Es decir, una “oposición sistemática a la difusión de la cultura” (Diccionario de la lengua española). Cuando uno habla de oscurantismo, normalmente se le viene a la mente, de manera casi automática, la Edad Media; no obstante, lo cierto es que aquel puede instalarse en cualquier época posterior. Solo se necesita un escenario y unos actores propicios: autócratas en el mando, una sociedad no aficionada a la cultura y quizás un clima económico de dificultades. Y estos tres elementos son justamente los que hoy se han alineado perfectamente en Bolivia.
Bolivia vivió varios periodos así. El siglo XIX está lleno de ellos. Ya en el XX, se produjeron durante los golpes de estado que siguieron al liberalismo, pero sobre todo durante los años de la Revolución Nacional, evento que acalló voces críticas, sepultó la obra de varios escritores, amordazó a periodistas y desplegó una propaganda gubernamental que tenía el propósito de posicionar una nueva serie de valores normativos de orientación sociopolítica que sustentaran en el tiempo la revolución.
En la actualidad, Bolivia atraviesa por un ciclo histórico similar a ese de hace siete décadas, pues también procura instalar en las mentalidades un paquete de valores normativos de orientación (vinculados con el popularismo) e impide que las voces disidentes puedan expresarse con libertad. La prueba de esto es que hoy gran parte de los medios de información privados difunden solamente noticias favorables al régimen (o por lo menos condescendientes con él). Para colmo, hace unos días se produjo el quiebre de un medio impreso crítico que en varias ocasiones ha demostrado ser plural.
Muchos periodistas, políticos e intelectuales sintieron mucho esta clausura, sobre todo porque cayeron en la cuenta de que ya no habría más noticias o reportajes críticos con el oficialismo. Pero, en cambio, muy pocos, al menos hasta hoy, lamentaron la extinción del suplemento literario y cultural del mentado medio periodístico, probablemente el mejor que hubo en estas últimas décadas en el ya de por sí empobrecido mundo cultural boliviano. ¿Dónde opinar ahora sobre libros, películas u exposiciones pictóricas? ¿Dónde queda la cultura en un país que les sigue otorgando más importancia a la política (o, mejor, a la politiquería) y la casta militar que a las letras y las artes? En ninguna parte, pues; la cultura no tiene espacio allí donde hay autócratas al mando de sociedades que no leen; por tanto, es mejor eliminarla. Entonces se produce el oscurantismo: una atmósfera donde no se irradian ideas, no se reflexiona y casi nadie se interesa por el pensamiento. En muchos sentidos, vivir así es como volver a esas épocas en que se perseguía a los monjes eruditos y estos se tenían que recluir en sus solitarios monasterios para poder reflexionar libremente.
Bolivia tuvo varias revistas y publicaciones culturales, en varias épocas de su historia. Me atrevo a decir que su época más dorada, en cuanto a difusión y producción cultural y literaria se refiere, fue la liberal (1899-1920). Pero luego de ella también hubo muchas otras publicaciones que a lo largo del siglo XX se abrieron campo para que la crítica literaria, las reseñas de libros o los comentarios sobre cultura e historia pudieran existir incluso en los tiempos más recios (para usar las palabras de santa Teresa de Jesús). Entre estas publicaciones se puede mencionar a Nova (dirigida por Fernando Diez de Medina), a Kollasuyo (dirigida por Roberto Prudencio) o al suplemento Presencia Literaria (del periódico católico Presencia), entre otras más. Todas ellas fueron de primer nivel, pero lamentablemente terminaron desapareciendo.
Cuando despuntaba el siglo XXI, apareció LetraSiete, el suplemento cultural del periódico Página Siete que salía todos los domingos, el cual se fue distinguiendo por sus cualidades gráficas y, sobre todo, por sus contenidos. Por esta publicación, yo esperaba los domingos con ansias porque allí podría leer comentarios, críticas y análisis literarios y filosóficos interesantes. Además, era un espacio de debate entre escritores y uno podía enterarse allí de algunas novedades literarias bolivianas.
Tristemente, este suplemento ha desaparecido junto con el periódico que lo publicaba, dejando un enorme vacío en el campo periodístico cultural boliviano. Con esto, me atrevería a decir que, de todas las épocas históricas de Bolivia, la actual es la que menos cobertura periodística cultural de buen nivel tiene. Ello, además de triste, es peligroso.
Ignacio Vera de Rada es profesor universitario